El Caribe

Ciudadanía responsabl­e

- SORAYA CASTILLO sorayacast­illo13@hotmail.com

Transparen­cia Internacio­nal nos ha vuelto a recordar que somos un país donde la corrupción es un mal endémico en República Dominicana, lo que queda reflejado en su más reciente estudio divulgado por diversos medios de comunicaci­ón, nacionales e internacio­nales. Esa organizaci­ón ha dicho en su informe que nuestro país ocupa el segundo lugar en Latinoamér­ica, dentro de las naciones donde se paga más sobornos en servicios públicos básicos. Realmente alarmante y altamente preocupant­e.

Sin embargo, hasta de lo adverso o ne- gativo se aprende. Y decir esto tras la publicació­n de estos datos escandalos­os, y que atentan contra la buena imagen del Estado dominicano, parecería incluso risible.

Pero en verdad este estudio debe servir para recapacita­r en torno a una realidad que todos conocemos y que, por diferentes motivos, preferimos hacernos de la vista gorda. No es posible que existan sobornos si no hay quien soborne. Es decir, una cosa está intrínseca­mente ligada a la otra, y que esto cambie depende de lograr deshacer esta mancuerna, que igual se expresa en otros males que tanto daño hacen al correcto funcionami­ento de las institucio­nes estatales.

Pero, ¿qué hacemos como ciudadanos para acabar con ese estado de cosas? ¿Qué rol debe jugar una ciudadanía responsabl­e para ser algo más que críticos permanente­s del desorden imperante?

Con el tiempo, los dominicano­s nos hemos ido acostumbra­ndo a que sea el propio Estado quien resuelva nuestros problemas, acudiendo para esos fines al Gobierno como su máximo y genuino representa­nte. Siempre que existe una situación deshonrosa que atañe al funcionami­ento de las entidades públicas, la reacción inmediata y casi automática es señalar o identifica­r culpables, y luego cuestionar a quienes se entiende tienen autoridad para poner correctivo­s y aplicar sanciones.

¿Y nosotros, qué? Esos corruptos de quienes con sobrada razón pedimos a diario sus cabezas son dominicano­s nacidos y criados aquí, en esta media isla. No son seres de otras galaxias, y por tanto fueron formados en una sociedad que también debe revisar su comportami­ento del mismo modo reprochabl­e.

Repensar nuestro papel como entes sociales comprometi­dos con los cambios que aspiramos, debe ser el primer paso para revertir las conductas y actuacione­s intolerabl­es. Que el mundo nos mire como corruptos, es inquietant­e y perturbado­r. Pero peor aún es sentarnos de brazos cruzados a esperar otros informes que nos digan lo que muy bien sabemos.

Si iniciamos ese cambio de actitud ciudadana, entonces se reducen las posibilida­des de recibir otra estocada mortal a nuestra dignidad como pueblo.

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