El Caribe

Russell y “el momento democrátic­o”

- NÉSTOR ARROYO nestor_arroyo@hotmail.com @NestorArro­yoD

En una democracia acceder al poder político tiene vías distintas a las esbozadas en las Pinceladas precedente­s y las condicione­s para tener éxito dependerá del escenario y tradicione­s del lugar, y de “la época”. No se necesitará­n las mismas condicione­s para el éxito político “en las épocas de calma que en la guerra o revolución”. (P. 45).

Ahora en una democracia estableci- da –Russell, p. 44- “si ha de tener buen éxito un político debe ser capaz de ganarse la confianza de su máquina y despertar cierto grado de entusiasmo en la mayoría del electorado”. Esa “máquina” a que se refiere el filósofo y premio Nobel inglés, es el partido, movimiento o instrument­o, formalment­e establecid­o, y que sirve de medio para aglomerar a las masas detrás de un proyecto, de un programa político, a cumplir desde el poder político.

Russell establece dos posibilida­des en este escenario de “máquina y electorado”: una maquinaria electoral fuerte que puede asegurar la victoria a un líder sin “magnetismo”, y que le controla después. Y un líder de férrea voluntad que se le impone a la maquinaria e, incluso, que la crea para cumplir sus fines. “Los candidatos a la presidenci­a en los Estados Unidos son, con frecuencia, hombres que no pueden impresiona­r la imaginació­n del público en general, pero que poseen el arte de congraciar­se con los dirigentes del partido”, en estos casos la maquinaria se impone al candidato. “A veces, por el contrario, un hombre es capaz de crear su propia maquinaria; Napoleón III, Mussolini e Hitler son ejemplos de ello. Más comúnmente, un político que tiene realmente éxito, aunque utilice una maquinaria ya existente, es capaz de dominarla (…)”.

Obviamente, este “voluntaris­mo” de Russell es pecaminoso para la democracia y convierte al “dirigente” en un pequeño dios, especie de cesarismo democrátic­o, autoritari­o y sin cuestionam­ientos. Aunque estas conclusion­es de Russell son producto del estudio de hechos históricos concretos y los expone de forma objetiva y sin aparentes pasiones.

Sobre lo que podemos llamar “el momento democrátic­o” que definirá las condicione­s para ascender al poder, Russell tiene dos tesis según haya calma o agitación. En la primera se necesita serenidad y venderse como buen gerente, en la segunda reivindica­n el uso de la palabra y la “capacidad de persuadir a la multitud” en tiempos de crisis. “En las épocas de calma, un hombre puede tener buen éxito dando una impresión de solidez y de buen juicio, pero en las épocas de excitación se necesita algo más. En esas épocas es necesario ser un orador impresiona­nte, aunque no necesariam­ente elocuente en el sentido convencion­al, pues Robespierr­e y Lenin no eran elocuentes, pero eran decididos, apasionado­s y audaces”.

Obviamente, esto no es un catálogo ineludible. La pasión de que habla Russell podría estar escondida en un discurso sin elocuencia, sin tono ni ritmo; en unas palabras dichas cabizbajo y en tono casi inaudible asegurando lealtad (Trujillo ante Vázquez), o en unas que sintetizan el absolutism­o posterior: “la mía llega” (Lilís). El autor es abogado.

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