El Caribe

Fue exaltado al Pabellón de la Fama

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la Iglesia Católica, dos de las figuras clave en esos momentos para mí fueron monseñor Pablo Cedano, quien fue mi padrino de confirmaci­ón, y monseñor Ramón Benito de la Rosa y Carpio, de Santiago. Estuve en el seminario desde el 1962 al 1966. Salí porque después me di cuenta de que el sacerdocio no era la carrera que tenía que escoger. Duré cuatro años, que no fueron perdidos, ya que lo disfrutaba porque la educación espiritual es básica para el joven. Me siento orgullo de haber estado ahí, me alegra saber que en esa época tuve compañeros que hoy son ciudadanos ejemplares en nuestro país”.

3. Contacto con el deporte

Desde muy pequeño estuve ligado a los deportes. Soñé con ser pelotero de Grandes Ligas. En el seminario no jugábamos mucho béisbol, quizás mensualmen­te se hacía algún juego. Lo que sí jugamos era basquetbol todos los días. Participab­a en todas los deportes, por eso me decían “El Atleta”, porque además me destacaba en cada uno. Cuando salí del seminario comencé a jugar softball, pero no era muy buen bateador, como también me pasó con el béisbol al principio. Fue después de tres meses cuando mejoré y me destaqué”.

Mi papá se dio cuenta de mi talento y mis habilidade­s como pelotero, habló con varios jugadores del Licey que se hospedaban en un hotel llamado La Fama, en la avenida Mella para que vieran si reunía condicione­s. Mi papá trabajaba como chofer de carro público, viajaba todos los días a Santo Domingo y ahí los veía. Cuando se hicieron los contactos para poder iniciar mi carrera, Guayubín (Diómedes) Olivo se interesó, me llevó a un día de entrenamie­nto con el Licey y le gustó lo que vio. La primera vez que me vieron fue en San Pedro de Macorís, en el Estadio Tetelo Vargas, allí había una cantidad inmensa de aspirantes a ser firmados, alrededor de 400. A mí me vieron solo tirando, me daban unos batazos para la pared, vieron el brazo que tenía, pero no me vieron ni bateando ni corriendo. Él se puso en contacto con tres scouts puertorriq­ueños, que vinieron a los tres meses, solo me mandaron a comer más porque para esa época pesaba sólo 135 libras, y tenía 18 años. Me fui para mi casa, pero habían visto la potencia de mi brazo y el desplazami­ento. Uno vino al mes, me puso en la lomita, en esa ocasión en el Estadio Quisqueya, para ver cómo tiraba. Cuando se me preguntó que con cuál equipo quería firmar: Tigres del Licey o Estrellas Orientales, no lo dude, era un sueño desde pequeño estar en el equipo azul. Me firmaron enseguida como lanzador y jardinero”. nos hicieron muchas carreras al principio, entonces me sacaron de emergente en la tercera entrada y di un hit. Recuerdo perfectame­nte ese juego, el pticher fue Octavio Acosta. Eso fue para mí un acontecimi­ento muy grande, porque era mi anhelo jugar para los Tigres del Licey, comprobé que el béisbol fue el camino para encontrar mi felicidad. Era mi ilusión todo el tiempo. Cuando estaba en el seminario tenía un radio pequeño que, cuando nos acostábamo­s a las 9:00 de la noche, lo ponía debajo de mi almohada para escuchar el juego. Era especial cuando escuchaba de Juan Marichal y esas figuras de la época. Este deporte además me permitió jugar con uno de mis ídolos; Manuel Mota, un gran caballero y jugador, pero también con Pedro González, Chichi Oli

vo, entre otros”.

Reconocimi­ento Fue ganador de cuatro Guantes de Oro consecutiv­os, de 1974 hasta 1977.

4. Inicios con los Tigres del Licey 5. Primeros pasos en el equipo

Recuerdo en ese primer año el juego inaugural contra las Estrellas Orientales, que se fue a 18 entradas. Aunque no jugué me sentí bien estando ahí como parte del Licey. Al otro día jugábamos contra Águilas Cibaeñas, y

6. El papel que juega su familia

A través del deporte obtuve otra de las partes más valiosas de mi vida: mi matrimonio. Cuando me cambiaron a Houston, en el primer año estuve más cerca de Jesús Alou, un compañero que me motivó en las buenas y en las malas. A través de él conocí a mi esposa Isabel Hanley, que es hermana de su esposa. Con Isabel tengo 47 años de casado, cuatro hijos y cinco nietos, que viven en Estados Unidos y Rumanía. Ellos son los principale­s protagonis­tas de mi vida, juegan el papel más importante en mi historia”.

7. Tres años con los Rojos de Cincinnati

Mi etapa en los Rojos de Cincinnati fue por tres años, después de los Yankees, con Houston. Ahí mi participac­ión no fue tan prolongada, y solo me tenían como cuarto y quinto jardinero. Ellos me utilizaban en la defensa, también para correr de emergente. En esa época, 1970, ese equipo fue campeón de las Ligas Mayores de Béisbol de Estados Unidos. Tras mudarse a un estadio más grande, se vieron en la necesidad de buscar jardineros, entre los cuales estuve yo y Joe Morgan. Por mi labor durante todos estos años fui exaltado al Salón de la Fama de los Rojos de Cincinnati en el 2008”.

8. Sufrió una lesión mientras jugaba

En cada momento del deporte encontré gente que me apoyó mucho. Una de esas fue Pedro González, capitán del Licey. En una ocasión me lesioné cuando jugaba, el doctor me atendió y me mandó a reposar. Creí que se lo había dicho al manager, pero no fue así, así que él me habló de una forma tan fea que me hizo sentir muy mal. Entendía que la responsabi­lidad de avisar que no iba a estar disponible no era mía, sino del doctor del equipo. Pedro me sentó después, me aconsejó que lo tomara con calma y que entendiera que debía adaptarme a lo que estaba sucediendo. Así lo hice y el resultado fue positivo porque me evité muchas cosas”.

9. Su espiritual­idad lo fortaleció

Uno de los momentos más difíciles a nivel profesiona­l fue cuan- A los 14 años salí de mi provincia, comencé otra etapa, probableme­nte uno de los acontecimi­entos más importante­s. Intenté ser clérigo”. Desde muy pequeño estuve ligado a los deportes. Soñé con ser pelotero de Grandes Ligas. En el seminario no jugábamos mucho béisbol”. Este deporte además me permitió jugar con uno de mis ídolos; Manuel Mota, un gran caballero y jugador, pero también con Pedro González y Chichi Olivo”. El último trabajo que tengo es subdirecto­r del Instituto Nacional de Educación Física desde el 2011, ahí hemos desarrolla­do una labor buena”. Después de mi retirada en el 1983, tuve el privilegio de ser exaltado al Pabellón de la Fama del Deporte Dominicano en el 1991, aunque desafortun­adamente no lo pude recibir físicament­e, pues en esos momentos me encontraba en Japón, aprendiend­o sobre un equipo de ese país llamado Hiroshima Carp, que tenía su academia en San Pedro de Macorís. En el 1989 ellos entrevista­ron a varios y me escogieron. Durante tres meses estuve allá, aprendiend­o la forma en la que ellos jugaban y el tiempo que le dedicaban a la práctica. Era muy diferente a lo que hacemos en nuestro país, porque es muy intenso en todos los sentidos: ellos pasan 11 meses en eso, comenzaban en las mañanas y terminaban muy tarde. Tuve la oportunida­d de ocupar la presidenci­a de do estaba en el segundo año de entrenamie­nto de los Yankees, ellos me tenían en el roster como lanzador, pero no quería ni podía hacerlo porque había pichado en el último juego de la temporada en la liga de novatos y no podía levantar el brazo de la incomodida­d y el dolor que sentía. Me dijeron que si no lo hacía me iban a sacar y tendría que volver a casa. Eso me impactó, pensé que tendrían una actitud más consciente y humana, pero no fue así. Gracias a que en el entrenamie­nto bateé mucho sobre los 400, y me dejaron. A veces no entendía muchas cosas de las que me pasan, pero me aferré a mi espiritual­idad, esa que desarrollé cuando tenía las ganas de ser sacerdote”.

10. Una carrera con momentos felices

No había nada que me causara tanta felicidad como que ganara el Licey. Independie­ntemente de si estaba jugando con ellos o no. Pasé 18 años con el equipo y nueve de ellos ganamos, incluso Series del Caribe. Otra de mis mayores alegrías fue la Serie Mundial con los Rojos de Cinncinati en el 1972. El primer año perdí con ellos, perdimos siete juegos contra los Atléticos de Oakland, que tenían uno de los mejores equipos de la época, pero nosotros teníamos también el potencial de ganar en esos momentos. Luego fuimos en el 1975 y en el 1976, ganamos esas dos series. Pude recorrer un camino de altas y bajas, pero apegado a un sueño, llevando una vida sana y adaptándom­e según iban sucediendo las cosas”. la Federación de Peloteros Dominicano­s, desde el 1986 hasta el 1989. No pude desarrolla­r todas las iniciativa­s que tenía en mente, porque teníamos pocos recursos y los jugadores eran un poco temerosos para protestar, no tenían poder para exigir las condicione­s que necesitaba­n para desarrolla­rse más. Pasé tres años con los Tigres del Licey, como entrenador de bateo, y el último trabajo que tengo es subdirecto­r del Instituto Nacional de Educación Física desde el 2011, ahí hemos desarrolla­do una labor buena que ha cumplido con las expectativ­as internas y externas. Cada una de las cosas que pasé por seguir una meta las aguanté con mucha entereza. A muy temprana edad entendí lo bueno y lo malo, sabía que siempre y cuando uno hiciera lo correcto, le iba a ir bien. Aunque no era muy bueno en béisbol al principio, mi esfuerzo durante esos tres primeros meses y a lo largo de mi carrera, me mantuviero­n con una racha positiva.

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