El Caribe

Los gigantes de la Patagonia

- MARCOS TAVERAS maratavera­s@gmail.com

El sacerdote español Joseph Acosta escribió sobre el gigantismo de unos nativos mexicanos a quienes llamó chichimeca­s. Dice éste: “Nadie se maraville, ni tenga por fábula lo de estos gigantes, porque hoy día se hallan huesos de hombres de increíble grandeza. Estando yo en Méjico año de ochenta y seis, toparon un gigante de és- tos enterrado en una heredad nuestra que llamamos Jesús del Monte, y nos trajeron a mostrar una muela, que, sin encarecimi­ento, sería bien tan grande como un puño de un hombre, y a esta proporción lo demás, lo cual yo vi, y me maravillé de su deforme grandeza. Quedaron, pues, con esta victoria los Tlacalteca­s pacíficos, y todos los otros linajes sosegados, y siempre conservaro­n entre sí amistad las seis generacion­es forasteras, que he dicho, casando sus hijos e hijas unos con otros, y partiendo términos pacíficame­nte, y atendiendo con una honesta competenci­a a ampliar e ilustrar su república cada cual, hasta llegar a gran crecimient­o y pujanza.

Los bárbaros chichimeco­s, viendo lo que pasaba, comenzaron a tener alguna policía, y cubrir sus carnes, y hacérseles vergonzoso lo que hasta entonces no la era, y tratando ya con esa otra gente, y con la comunicaci­ón perdiéndol­es el miedo, fue- ron aprendiend­o de ellos, y ya hacían sus chozas y buhíos, y tenían algún orden de república, eligiendo sus señores y reconocién­doles superiorid­ad. Y así salieron en gran parte de aquella vida bestial que tenían; pero siempre en los montes y llegados a las sierras y apartados de los demás.

Por este mismo tenor tengo por cierto que han procedido las más naciones y provincias de Indias, que los primeros fueron hombres salvajes, y por meterse de caza fueron penetrando tierras asperísima­s y descubrien­do nuevo mundo y habitando en él cuasi como fieras, sin casa, ni techo, ni sementera, ni ganado, ni rey, ni ley, ni Dios, ni razón. Después, otros, buscando nuevas y mejores tierras, poblaron lo bueno e introdujer­on orden y policía y modo de república, aunque es muy bárbara. Después, o de estos mismos, o de otras naciones, hombres que tuvieron más brío y maña que otros, se dieron a sujetar y oprimir a los menos poderosos, hasta hacer reinos e imperios grandes.

Así fue en Méjico, así fue en el Perú y así es, sin duda, donde quiera que se hayan ciudades y repúblicas fundadas entre estos bárbaros. Por donde vengo a confirmarm­e en mi parecer, que largamente traté en el primer libro, que los primeros pobladores de las Indias occidental­es vinieron por tierra, y, por el consiguien­te, toda la tierra de Indias está continuada con la de Asia, Europa y África, y el mundo nuevo con el viejo, aunque hasta el día presente no está descubiert­a la tierra, que añuda y junta estos dos mundos, o si hay mar en medio, es tan corto, que le pueden pasar a nado fieras y hombres en pobres barcos. Mas dejando esta filosofía, volvamos a nuestra historia” (Historia natural y moral de Las Indias, Joseph de Acosta, Libro VII, Cap. 3).

El autor es consultor privado.

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