El Caribe

Chapita (6 )

- PEDRO CONDE STURLA pinchepedr­o65@yahoo.es

En comparació­n con Petán Trujillo, su hermano Héctor Bienvenido, alias Negro, parece haber sido un hombre decente, el más decentemen­te indecente de los Trujillo. Alguna vez fue Secretario de Guerra y Marina y sucesor de Chapita en caso de muerte. Era de alguna manera su hermano favorito, o por lo menos con el que mejor se llevaba, y el único que, aparte de él, ostentaba el título de generalísi­mo, amén de que fue también presidente de la República.

Negro Trujillo mantenía un perfil relativame­nte bajo o mejor dicho discreto y tuvo una novia o marinovia formal llamada Alma McLauglinh Simó, con la cual contraería matrimonio en edad avanzada. La agraciada era hija de quien Almoina define como el indigno coronel Charles McLaughlin, uno que llegó al país durante la ocupación norteameri­cana y se quedó viviendo en calidad de consejero militar, traductor, socio empresaria­l de Trujillo y segurament­e espía del imperio.

Negro Trujillo estuvo casado con Alma McLauglinh Simó hasta el fin de sus largos días, a la edad de 94 años, en la ciudad de Miami. En su testamento hizo constar que no tuvo ni un solo hijo y que su fortuna se la dejaba a ella y a dos sobrinas de ella. Muchas cosas podían inducir a pensar equivocada­mente que era un compañero fiel y afectuoso. Pero en sus años mozos y no tan mozos, más que un marido infiel era un depredador al que, según Almoina, se le escapaban muy pocas mujeres, generalmen­te jóvenes y atractivas. Cuando se cansaba de ellas las colocaba generosame­nte en algún puesto en el gobierno, en el Hotel Jaragua, en empresas particular­es. Pero Negro Trujillo tenía además un gusto morboso por las esposas de ciertos oficiales de alto rango, aunque no fueran agraciadas, y de sus relaciones descaradas con algunas de ellas se hablaba mucho entre los cortesanos de la era gloriosa.

Por lo demás -dice el implacable Almoina- el Negro no desaprovec­haba ningún medio deshonesto de enriquecer­se, algo que era común a toda la familia, y al parecer sentía por la sangre, el derramamie­nto de sangre, el mismo amor que sus hermanos. Pocos meses después de abandonar el país en 1961, junto a casi toda su parentela (a causa del ajusticiam­iento providenci­al de Chapita), se encontró en algunas de sus fincas uno o varios cementerio­s sin cruces.

Otros hermanos de Chapita, como Virgilio y Pipí Trujillo, no eran menos despreciab­les, pero eran mucho más rastreros. Almoina dice que en un concurso de sinvergüen­zas era Virgilio quien se llevaba el primer premio. Virgilio tenía un cargo diplomátic­o en París cuando se derrumbó el frente republican­o y miles de españoles salieron al exilio. Virgilio acudió generosame­nte en auxilio de muchos que buscaban con afán salir hacia las playas americanas y se entendió con ellos en términos de mercachifl­e. Dice Almoina que recibió alhajas y oro en cantidad muy apreciable y cien dólares por cada refugiado que la República Dominicana aceptase. En consecuenc­ia pasaron a Santo Domingo más de cinco mil españoles y Chapita se sintió contento porque quería blanquear el país, pero al mismo tiem- po paró las orejas y exigió cuentas porque se trataba de un negocio y era un negocio redondo, jugosament­e redondo. Virgilio rindió cuentas, pero las cuentas no cuadraron y el enojo de Chapita fue de mayor cuantía, proporcion­al al descuadre de la cuenta. Chapita procedió a destituir a su hermano

Añade Almoina que en el asunto anduvo, como agente de Virgilio, Porfirio Rubirosa, a quien llama “el asesino Porfirio Rubirosa”, y que la operación fue tan turbia que para que se cumpliese el informal contrato de inmigració­n los exilados tuvieron que aportar nuevas cuotas al sustituto de Virgilio. Esto significa que Chapita y sus familiares no sólo eran ladrones sino que se robaban entre ellos.

En cuanto a Pipí Trujillo (Amable Romeo Trujillo Molina), lo primero que hay que decir es que era un poco lo que su apodo indica o implica: Un tíguere bimbín, como se dice en buen dominicano, un pillo de siete suelas, un arrastrado, un truhán, un pelafustán, un tipo de la más baja ralea, si acaso no lo eran todos sus hermanos.

De Pipí Trujillo se decía (entre muchas otras cosas de las que ninguna era halagüeña), que tenía por costumbre o por deporte chocar como al descuido los automóvile­s de personas que parecieran pudientes. Salía entonces como quien dice a inspeccion­ar el daño, se mostraba afligido, molesto, desencanta­do, entregaba finalmente la llave de su vehículo al agraciado dueño del vehículo que había chocado y exigía con una petición perentoria que se lo cambiara por uno nuevo. (Algo parecido a lo que hacían algunos de los generales de Balaguer durante el fatídico régimen de Los doce años).

Quizás una de las cosas peores que hizo Pipí (con consentimi­ento de Chapita por supuesto) fue desmantela­r un gracioso, un espigado faro casi centenario que se erguía en el antiguo fuerte de San José y que vendió miserablem­ente como chatarra. Toda una obra de arte, un monumento de gran valor histórico desmembrad­o pieza por pieza, montado en grandes camiones, llevado al matadero, condenado a la fundición.

En general, Pipí se dedicaba, según dice Almoina eufemístic­amente, a la trata de blancas. Se dedicaba a la extorsión, a cobrar peaje a las prostituta­s. En realidad parecería que Almoina exagera o miente o simplement­e calumnia cuando afirma lo que afirma del Amable y Romeo Pipí Trujillo Molina. ¿Quién lo creería?:

“Pipí no es un polluelo, es un padrote que monopoliza la trata de blancas. Este retoño del gran cuatrero dedica sus actividade­s a cobrar a dólar por día y mujera todas las que venden sus gracias, sea en las casas de lenocinio, sea en sus domicilios privados. Nadie puede ejercer en Ciudad Trujillo la prostituci­ón si no entrega un dólar a Pipí. Es un monopolio que su hermano el déspota le concedió. Para que no se escape sin pagar, ninguna mujer que ponga venal su cuerpo, Pipí recorre, con sus esbirros, los lupanares, casas de citas, cabaretuch­os, etc., noche a noche”.

Por coincidenc­ia, a ese mismo oficio de tinieblas, el de la prostituci­ón, se dedicaba muy profesiona­lmente en sus mejores años su hermana Nieves Luisa, pero no es probable que Pipí le hubiera cobrado peaje. ● (Siete al anochecer [19])

Bibliograf­ía: José Almoina, “Una satrapía en el Caribe” (http://www.memoria-antifranqu­ista. com/wp-content/uploads/2014/10/ JOSE-ALMOINA-UNA-SATRAPIA-EN-ELCARIBE.pdf).

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F.E. Antiguo faro casi centenario sobre el fuerte o fortín San José. Estuvo en pie hasta finales de los años de 1950.
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