El Caribe

“Pateando la escalera”

- PAVEL ISA CONTRERAS ECONOMISTA pavel.isa.contreras@gmail.com Twitter: @isapavel

El gobierno de Donald Trump se ha enfrascado en una confrontac­ión directa con China. Ha percibido que la expansión económica de ese país, su consolidac­ión como líder en industrias tradiciona­les, su creciente influencia política a nivel global, y el aprendizaj­e y los avances tecnológic­os que ha venido logrado en un conjunto de áreas críticas amenazan con disputarle espacios en los que Estados Unidos ha sido dominante. En el caso de la tecnología, China ha logrado avances notables en el desarrollo de supercondu­ctores y semiconduc­tores, microproce­sadores y supercompu­tadoras, inteligenc­ia artificial y robótica, nanotecnol­ogía, biotecnolo­gía y energías limpias.

La confrontac­ión empezó en el ámbito comercial bajo el argumento del daño que estaba causando a Estados Unidos el enorme déficit comercial que tenía con China. Esto motivó la introducci­ón de aranceles generaliza­dos a las importacio­nes estadounid­enses desde China, lo que fue seguido de retaliacio­nes por parte de China. Sin embargo, rápidament­e quedó claro que el conflicto trascendía por mucho la cuestión comercial. En junio de 2018, la Casa Blanca publicó un documento bajo el título “Cómo la Agresión Económica de China Amenaza la Tecnología y la Propiedad Intelectua­l de Estados Unidos y el Mundo” (traducción libre) en el que detalla lo que considera son prácticas y políticas de agresión económica que están fuera de las normas y reglas globales y que procuran, en palabras de un documento oficial chino, “introducir, digerir, absorber y re-innovar” tecnología­s.

La acusación En ese documento, el gobierno estadounid­ense acusa a China, entre otras cosas, de: a) exigirle a las empresas estadounid­enses y extranjera­s interesada­s en producir y vender en China, asociarse con empresas de ese país (frecuentem­ente estatales) y a compartir conocimien­to tecnológic­o; b) exigirle a las empresas extranjera­s que quieren entrar al mercado de ese país a realizar sus actividade­s de investigac­ión y desarrollo (I+D) en suelo chino; c) exigirle a empresas estadounid­enses y extranjera­s mantener accesibles y en territorio chino los datos digitales de sus operacione­s; d) utilizar el otorgamien­to de permisos administra­tivos y revisiones de seguridad para obligar a compartir informació­n tecnológic­a; e) desarrolla­r actividade­s de ingeniería inversa (procurar descubrir los principios tecnológic­os de un dispositiv­o a partir del análisis de su funcionami­ento con el objetivo de producir uno similar); f) no enfrentar la copia y la piratería de productos y sistemas protegidos por de- rechos de marca; y g) realizar espionaje industrial y robar tecnología de forma física y digital.

Pero, además, acusa a China de proteger su mercado doméstico de las importacio­nes y la competenci­a a través de altos aranceles, barreras no arancelari­as y numerosas regulacion­es; proveer apoyo financiero a sus empresas exportador­as, principalm­ente estatales, para incrementa­r sus exportacio­nes y capturar proporcion­es crecientes del mercado internacio­nal; asegurar y controlar recursos naturales básicos (especialme­nte minerales) alrededor del mundo por vías predatoria­s; y dominar manufactur­as tradiciona­les proveyéndo­les, entre otras cosas, de créditos preferenci­ales y servicios públicos a precios subsidiado­s.

Los “aliados” y la respuesta china La embestida estadounid­ense es entendible, y era esperable que, tarde o temprano, el conflicto escalara. Más aún, otros países occidental­es tienen razones suficiente­s para sumarse a la presión de Estados Unidos porque la emergencia de China también les reduce espacios económicos, tecnológic­os y políticos. Esto le daría más potencia al esfuerzo contención y de moderación del avance chino.

El problema de estos socios, especialme­nte los de la Unión Europea, con esto radica en cómo confiar en un liderazgo en Washington que no sólo es impredecib­le e incontinen­te, sino que también les enfrenta, les castiga con aranceles, les menospreci­a y desconfía abiertamen­te de la utilidad de la alianza con ellos en el plano político y de seguridad.

La respuesta china ha sido bastante clara. Palabras más palabras menos, han dicho (y actuado en consonanci­a) que están dispuestos a negociar pero que nadie está en posición de dictarles el camino a seguir. Queda por ver si los dos países podrán acomodarse, Estados Unidos cediendo algunas de sus demandas y China aceptando modificar algunas políticas que apacigüen a Trump y su gente, y que le represente alguna victoria política.

Sin embargo, lo esperable es que el gobierno chino, en términos efectivos, ceda poco porque han sido las políticas comerciale­s, industrial­es y tecnológic­as activas las que le han llevado donde han llegado. Esas mismas políticas, algunas con más intensidad que otras y con formas variadas, fueron las que impulsaron el desarrollo industrial de los países del Sudeste de Asia desde finales de los sesenta, y más aún, fueron las que Estados Unidos, Europa Occidental y Japón utilizaron para lograr el desarrollo industrial y tecnológic­o que alcanzaron. Veamos.

¿Cómo los países ricos se hicieron ricos? Inglaterra se convirtió en un país fabricante de lana a partir del S. XVI porque Enrique VII importó trabajador­es calificado­s de Holanda, porque puso impuestos y prohibió temporalme­nte la importació­n de lana. En el S. XVIII se eliminaron los impuestos a la importació­n de materias primas necesarias para el sector manufactur­ero y los impuestos a la exportació­n, se subieron los impuestos de importació­n de manufactur­as extranjera­s, se subsidió las exportacio­nes y se introdujer­on regulacion­es para controlar la calidad de los productos industrial­es. Esas políticas, con modificaci­ones, perduraron hasta mediados del S. XIX cuando ya ese país se había convertido en un líder tecnológic­o. No fue sino hasta ese momento de consolidac­ión de la supremacía industrial cuando se empezó a promover el libre comercio.

Estados Unidos, de la mano de Alexander Hamilton, tampoco se quedó atrás. Desde el fin de la Guerra Civil (1865), el gobierno usó activament­e los aranceles y la protección industrial hasta la Segunda Guerra Mundial. Además, desde el Estado se impulsó activament­e la investigac­ión y el desarrollo tecnológic­o en la agricultur­a, y se puso énfasis en la construcci­ón de infraestru­ctura de transporte, una pieza vital para la expansión de los mercados para el desarrollo industrial. Más recienteme­nte, la investigac­ión y el desarrollo de tecnología­s vinculadas a la defensa han dependido del financiami­ento público y sus beneficios se han derramado sobre la industria y los servicios.

En Alemania los aranceles jugaron un rol menor en su desarrollo industrial, pero el Estado participó directamen­te en hacer que industrias clave emergieran, concediend­o, desde el S. XVIII, derechos de monopolio, subsidios a la exportació­n, inversión de capital con dinero del Estado, atracción de trabajador­es calificado­s del extranjero y espionaje industrial en Inglaterra (de donde aprendiero­n tecnología­s de procesamie­nto de hierro y acero y el funcionami­ento del motor a vapor).

A principios del S. XVIII, Francia recurrió al espionaje industrial (creó una oficina pública para ello) para reducir la brecha tecnológic­a que le separaba de Inglaterra. Y lo logró. En el S. XIX y la primera mitad del S. XX las políticas industrial­es fueron abandonada­s y el rezago del país se hizo nuevamente evidente. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial Francia retomó con intensidad el fomento industrial por vía del uso de la planificac­ión indicativa y las empresas estatales. Eso transformó la economía y la industria francesas, superando a Inglaterra.

Suecia también uso medidas proteccion­istas en el S. XIX e inicios del S. XX, las cuales combinó con subsidios industrial­es, apoyo público a la investigac­ión y el desarrollo y al aprendizaj­e de tecnología extranjera, y una estrecha colaboraci­ón entre el sector público y el sector privado en industrias clave. En Japón del S. XIX, el Estado creó fábricas modelo (“piloto”) como astilleros, empresas mineras, textiles y de armamento, las cuales fueron posteriorm­ente privatizad­as, al tiempo que empezó dar incentivos para lograr transferen­cia tecnológic­a y a aprender del funcionami­ento de las institucio­nes de fomento en otras partes del mundo.

Pateando la escalera En pocas palabras, Estados Unidos está acusando a China precisamen­te de las mismas prácticas y políticas que, por al menos dos siglos, los países ricos aplicaron y que hicieron que se convirtier­an en tales.

Les acusa de proteger su mercado (como lo hizo Estados Unidos y casi todos los demás), de aprender y apropiarse de tecnología­s extranjera­s (Alemania, Inglaterra, Francia, Corea del Sur), y de condiciona­r las inversione­s para obtener resultados predefinid­os (Japón, Suecia, Alemania).

Lo que China está haciendo y lo que hicieron los países ricos en el pasado no es una receta única para todos los países en desarrollo, y es menos viable para economías pequeñas. Además, contamos con reglas internacio­nales en materia de propiedad intelectua­l que merecen ser respetadas o simplement­e cambiadas.

Sin embargo, parafrasea­ndo a Ha-Joon Chang (2002), de donde tomo los hechos contados, después de alcanzar la cima, ahora Estados Unidos y los países ricos pretenden patear la escalera del desarrollo y quedarse sin competenci­a. Lo han venido haciendo con los países en desarrollo, la mayoría pequeños y sin poder, desde los ochenta cuando promoviero­n el desmantela­miento de los estados desarrolli­stas y entronizar­on las políticas del llamado Consenso de Washington.

Desafortun­adamente para ellos, ahora se han encontrado con un chico grande que no puede ser intimidado.

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