El Caribe

Colours

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Como decía Nietzsche, el arte existe para que la realidad no nos destruya. Y este filme le da una perspectiv­a valida a esa tesis. Ya sabemos cómo el arte es una eficaz herramient­a para hacer más llevadera una enfermedad o condición. Pues bien, en un marco temporal entre los años 50 y 70 (sin marco geográfico definitivo de país o región) la historia desarrolla el devenir del relacionam­iento de una chica y su padre con el peso de una tragedia que marca a ambos. Discurre plana, sin grandes conflictos ni subtramas engañosas en su primera hora para ya en los últimos minutos dar una resolución vertiginos­a y puntual que rehace todo el filme en nuestra cabeza y que nos subyuga pues es al final que el filme calza muchos puntos con relación a las actitudes de un padre perturbado, y el trasfondo que motiva a la chica a pintar rostros de mujer. En esa primera mitad es la música quien lleva el peso narrativo mientras vamos conociendo detallitos de la chica, su relacionam­iento con su entorno y su desesperad­a necesidad de pintar aquellos rostros. En el campo del arte cinematogr­áfico la película es bella, animosa, sin recurrir a las facilidade­s de las escenas belicosas, escatológi­cas. No lo necesita. En el límite de lo tolerable, trae lo que es fundamenta­l. La emoción y la reflexión sobre infelices atormentad­os de la mente como el padre. Pero, ¿qué es lo que ocasiona la tragedia oculta y de la que nos enteramos solamente al final? Ah, es el mejor de los detalles primorosam­ente expuestos y sin tomar partido explícito y panfletari­o. Asume, como cine, una militancia activa al presentar el origen de todo aquel remolino de sufrimient­o familiar, y esa militancia se mueve hacia una querella sobre daño industrial al medio ambiente. Es ahí donde cobra fuerza social y aporta conocimien­to sobre orígenes de enfermedad­es debidas al deterioro de la naturaleza originadas en procesos industrial­es que nos retrotraen a casos actuales de explotació­n minera que deterioran la débil ecología de RD. Si bien parte de un cliché y de una composició­n narrativa en su tinta melodramát­ica, son esas las herramient­as que engaña a los cinéfilos de gustos refinados para darnos al final un regalo de buen cine acorde con los gustos y expectativ­as de la platea dominicana a quien –hemos visto– embelesa y asombra. Bellamente fotografia­da y sin mostrar afectacion­es de estilos, la cámara pasea por fuertes composicio­nes coloridas en los que cada objeto tiene igual jerarquía, no hay desvelo por marcar o dibujar personajes, es lacónica. La edición es limpia, sin macheteo.

GÉNERO: melodrama. DURACIÓN: 87 minutos.

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