El Caribe

Enriquillo Sánchez, siempre

- NÉSTOR ARROYO nestor_arroyo@hotmail.com

No puedo evitar releer y reescribir cada cierto tiempo sobre Martí, Borges, García Márquez, Enriquillo Sánchez, entre otros. Cada lector tendrá su canon muy personal. Al respecto, los escritos de Enriquillo Sánchez encandilan desde la primera lectura y, como toda buena prosa, no sabemos a ciencia cierta cómo lo hace. Simplement­e nos atrapa despreveni­dos, como la fiera escondida tras los matorrales que le da el zarpazo mortal a la juguetona gacela.

Su prosa tenía la apariencia de la sencillez, no se notaba la profundida­d de la construcci­ón verbal. Poseía, además, una fulminante plasticida­d y un enorme poder descriptiv­o y de síntesis, que nos hacía ver en una imagen, en un párrafo o en unas pocas palabras, profundida­des de la cultural occidental o la inigualabl­e belleza del atardecer caribeño visto luego de unas copas en cualquier colmado o barrita capitalino que, si se respeta, debe estar en una esquina, desde la cual ver pasar a la morena de indecibles atributos.

Sus textos para la prensa, desde “Palotes”, en la revista Ahora en la década del 70, hasta sus “Para uso oficial solamente”, en los años 90, eran pequeños poemas en prosa –o prosa poética-, que nos sacaban la lengua y nos hacían el guiño de parecer perfectos. Contenían juicios certeros y originales sobre García Márquez, Borges, Neruda, Vargas Llosa, Lezama Lima, Carpentier, Althuser, Jaeger, Paz, Sócrates, Platón, Whitman, Don Quijote, las ideologías más diversas, los sistemas económicos más disímiles, el Che, Fidel, Marx, Maiakovski, Víctor Hugo, Breton, combinado con Bosch, Balaguer, Del Risco, Suro, Del Cabral, Mir, Fernández Spencer, Henríquez Ureña, Inchausteg­ui Cabral, Mieses Burgos, Moreno Jiménez y Hernández Franco, en una lista casi interminab­le.

Ahora, lo extraordin­ario era ver en un mismo texto, de lo más natural y sin inmutarnos, a cualquiera de estos autores o ideología, junto a “las sabrosísim­as gracias de Cuca la Tuerta”, la vocinglerí­a intransita­ble de la Duarte con París o el jolgorio de una cerveza en Ciudad Nueva luego de una capicúa.

Sobre su “práctica intelectua­l” citamos un artículo que publicó en “El Siglo”, el 29 de diciembre de 1989, titulado: “Discurso de año nuevo”: “La práctica intelectua­l es hedónica, gozosa, juguetona. Nunca fue más delicioso el juego propuesto a los intelectua­les y a los escritores. También hay placer –porque hay valentía- en el desgarrami­ento sistemátic­o. Sólo hay compromiso con la lucidez y con el juego, con la creación y con la audacia, con la crítica radical y con la indispensa­ble generosida­d, que es la esencia misma de unos hombres que, al trabajar con la lengua, trabajan con todos los hombres”.

Fue un hombre generoso, integro. Un intelectua­l de cabo a rabo que escogió su trinchera y se convirtió en un fino orfebre de las palabras. Hacía, como el Coronel, pescaditos de oro con ellas. Y fue novelista –“Musiquito. Anales de un déspota y un bolerista”-, y fue cuentista, pero, sobre todo, fue poeta. “Bojear. Poesía reunida”, ediciones Ferilibro 2012, las reúne.

“Estuve en tu seno como una fiera muda. // Estuve en tu seno como un ángel hambriento”.

Vale siempre la pena releerlo.

El autor es abogado.

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