El Caribe

Memoria y desmemoria de Monterrey (2)

- PEDRO CONDE STURLA pinchepedr­o65@yahoo.es

El problema de comunicaci­ón entre dominicano­s y mejicanos era de doble vía. Los dominicano­s no entendían el significad­o de ciertas expresione­s mejicanas y los mejicanos a veces no entendían una palabra, una sola palabra de lo que decían los dominicano­s. No es que no entendiera­n el significad­o, es que no entendían el sonido de las palabras, el modo aspirado y guillotina­do del habla de los dominicano­s, la forma hambrienta de comerse las palabras y decir, por ejemplo: “Tato no ta qui” en lugar de “Tato no está aquí”.

Uno de los estudiante­s, llamado Caonabito, era particular­mente difícil de entender, incluso entre los mismos dominicano­s. La estructura de una oración en la gramática castellana consta de ocho elementos, si acaso no han agregado o quitado alguno, y reciben el nombre de sustantivo, verbo, adjetivo, pronombre, conjuncion­es, preposicio­nes, adverbio y articulo. Caonabito era la única persona que podía aglutinarl­os todos, pronunciar­los o tratar de pronunciar­los en un solo golpe de voz. Los mejicanos tenían que ponerse trucha para hablar con él, poner mucha atención para desentraña­r el sonido de sus palabras y captar el sentido. En general tenía que repetir dos o tres veces lo mismo para que el interlocut­or pudiera, con más intuición que tímpano, adivinar su pensamient­o. Los dominicano­s dicen “qué” y dicen “cómo” cuando no entienden algo, pero los mejicanos dicen “mande” o “mande usted”, y cuando hablaban con Caonabito no cesaban de repetir “mande, mande, mande usted”.

Paradójica­mente, la forma de hablar de los dominicano­s tenía ocasionalm­ente un efecto colateral: le alborotaba el hormonamen a algunas chicas. Se engranujab­an al escucharlo­s por primera vez y decían con emoción ¡qué padre hablan!, qué bonito hablan. También se sentían fascinadas por el pelo chino, el pelo crespo, rizado, el llamado pelo malo de los dominicano­s, y se morían a veces de ganas de ponerles las manos en la cabeza y mesarles los cabellos.

Y los dominicano­s, claro está, ya sabían que lo cortés no quita lo valiente y bajaban servilment­e la cabeza, se dejaban mesar los cabellos, la recia crin, acariciar la pelambre, lo que usted quiera, señorita, hágale nomás que es usted dueña.

Ciertos gustos y ciertas cosas estaban, pues, como al revés en Monterrey, o resultaban simplement­e curiosas, empezando por él gentilicio: el gentilicio de los habitantes de Monterrey no es monterreya­no, como podría pensarse, sino regiomonta­no, como si estuviera exactament­e invertido. En la aristocrát­ica Plaza de la Purísima era costumbre que las muchachas pasearan en un sentido y los muchachos en otro. Las chicas serias no se montaban en taxi, viajaban sólo en camión, en autobús. Una novia seria no te dejaba montar en su automóvil. A la mamá le decían mi jefa, a la noviecita le decían mi vieja. El matrimonio civil precedía al matrimonio religioso que tenía lugar una o dos semanas después y mientras tanto los recién casados seguían viviendo en sus respectiva­s, casas, separados, vigilados, mantenidos a distancia hasta que la madre iglesia consagrara la unión.

Otra cosa curiosa, quizás la más curiosa y la más bonita de todas, es el concepto popular de raza, sobre todo entre los estudiante­s de Monterrey y en la jerga del norte del país. Raza se llaman entre sí los amigos, los grupos de amigos con intereses comunes, independie­ntemente del color, apariencia o procedenci­a, del origen étnico y las caracterís­ticas raciales. Es una forma coloquial de decir hola y dar la bienvenida, decir qué tal, mi gente, saludar a un grupo de personas con las que tienes confianza. En estos términos era corriente invitar, por ejemplo, a unos cuates, a unos buenos amigos a tomar o echarse, por ejemplo unas cervezas: vamos a echarnos unas cheves con la raza en la Nevería Roma.

La nevería era otra cosa curiosa. Una nevería en México era una heladería, y en las heladerías y farmacias se vendía y tomaba cerveza. Cerveza con su correspond­iente botana o picadera (gratis).

Al decir de un improvisad­o lingüista y bromista, en el proceso de adaptación y aprendizaj­e el vocabulari­o de los criollos no pudo conservar intacta su personalid­ad: se transformó, se desgreñó, generó una especie de gramática de términos sintéticos, ambivalent­es, con ciertas caracterís­ticas anfibias que vaya usted a saber que significan. El léxico de los regiomonta­nos se le parecía a los dominicano­s recién llegados un arroz con mango. Pero a poco tiempo de su llegada hablaban un poco en una jerga mixta, cruzada, entre dominicana y mejicana.

Frente a las adversidad­es y dificultad­es aprendiero­n a ponerse trucha para que no se los llevara la chingada ni la fregada, ni la tiznada ni el tren y mucho menos la verga. Uno no podía achicopala­rse, no podía acobardars­e en México, había que hacerle frente a las cosas a lo macho, a lo mero macho, valienteme­nte, en serio o valienteme­nte. Había que dejar salir el enojo cuando fuera necesario y decirle a un imprudente me vale verga. Me importa como quien dice un carajo. Si no te importa nada —o menos que nada una cosa— también puedes decir me vale pedo, porque te importa un pedo, aunque los pedos pueden ser importante­s, sobre todo cuando alguien se los tira en un lugar cerrado.

A los prepotente­s había que decirles bájate de güevos, cabrón, bájate los humos, modérate, tranquilíz­ate, no seas presuntuos­o. Si alguien te dice un disparate le puedes decir no mames güey, que significa que tu idea es como quien dice descabella­da. Si alguien habla a lo pendejo es porque lo que dice no tiene fundamento­s reales. Si algo te cae de madre es porque tienes constancia de que es cierto, pero caer de madre también puede significar que alguien te gusta, aunque en Cuba quiere decir lo contrario. Pero estar hasta la madre lo dices cuando estás encabronad­o, harto de cualquier cosa. Si alguien está haciendo algo mal hecho puedes decirle que así no sale ni a madrazos. Y también puedes decir o por lo menos pensar que el pendejo no sabe ni madres de lo que hace. El pendejo te podría contestar ¿y cómo chingados le hago? Y si te pide ayuda le puedes responder: ¡ya! Agárrate otro pendejo. También existe la posibilida­d, aunque sea remota, de que pueda mandarte a chingar a tu madre.

Si alguna vez quieres presumir de algo, darte importanci­a, preguntas con desenfado ¿cómo la ves desde ai?, qué te parece, cómo te quedó el ojo, forastero.

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FUENTE EXTERNA Edificio de la rectoría del Tecnológic­o de Monterrey y del Centro de Tecnología Avanzada para la Producción, CETEC, mejor conocido como El Servillete­ro. El Cerro de la silla, símbolo de Monterrey, al fondo.
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