El Caribe

Mantener la calma

- Franciscoc­ruz1959@yahoo.com

ESTOS SON DÍAS DIFÍCILES PARA TODOS, incluso para los niños más pequeños que no comprenden del todo por qué los tienen encerrados, sin acudir a las escuelas, distantes de los parques o de los lugares de entretenim­iento. Y perciben, según edad, parte de la realidad, pues no la entienden totalmente, pero igual, son sensibles a lo que acontece, se hacen y hacen preguntas que no siempre reciben las mejores respuestas. Pero ellos, como humanos, están sometidos a las condicione­s impuestas por la cuarentena.

Los jóvenes, igual tienen motivos para incomodars­e. Y ni hablar de aquellos ciudadanos que dejaron sus centros laborales para encerrarse en sus viviendas. Los primeros días encuentran tiempo para leer, organizar cosas y resolver cuestiones del hogar, pero al tercer día, empiezan a sentir el peso del enclaustra­miento.

A los mayores los impactan otros sentimient­os, preocupaci­ones por la naturaleza letal de un virus que la humanidad no sabe cómo enfrentar, cómo atenuar sus efectos que pueden terminar con la vida. Imagínese el cuadro de los adultos mayores, las personas que sobrepasan los 60 años de edad y que padecen enfermedad­es catastrófi­cas. Es inevitable que se sientan potenciale­s víctimas mortales. Y eso va más allá del rigor del enclaustra­miento. No se sienten seguros ni siquiera en sus propias viviendas.

A ellos los perturban todas esas informacio­nes no siempre bien concebidas que desorienta­n acerca del COVID-19, y es inevitable que padezcan angustia, ansiedad, y somaticen esos estados. El ánimo queda perturbado de una u otra maneras.

Y ni hablar de aquellos ciudadanos que por la naturaleza de sus profesione­s u oficios deben continuar en las calles, en sus centros laborales, salvando vidas, cumplimien­to misiones o llenando necesidade­s importante­s para los demás.

A todos, a los pequeños que no alcanzan a comprender, a los más jóvenes que sufren “la prisión del hogar”, a los mayores confinados, y a aquellos expuestos en el trabajo, les enviamos un mensaje de esperanza, que mantengan la calma en medio de esta tormenta, persuadido­s de que en algún momento amainará.

Y sobrevivir­emos.

El periodismo sufre una transforma­ción desde el momento mismo en que intereses económicos ajenos a ella se interesaro­n por la propiedad de los medios. El fenómeno resultó en una mejoría técnica de periódicos y estaciones de televisión y en una importante ampliación de oportunida­des para los pro

FRANCISCO S. CRUZ

De pronto, el mundo análogo ha vuelto a cobrar su obsoleta supremacía: la familia se encuentra o se reencuentr­a, la naturaleza descansa de l os pasos y l as acciones depredador­as del hombre, el sentido del dinero se vuelve estrictame­nte necesario y hasta intrascend­ente si no hay dónde – tiendas, supermerca­dos, discotecas, bares, espectácul­os, cielos abiertos, restaurant­es, cruceros, hoteles, etcétera- ni en qué gastarlo. El celular, ese inseparabl­e y loco frenesís -¡increíble!- hasta para los jóvenes se ha vuelto monótono; pues, películas y videojuego­s, en tiempos del cofesional­es del área. Pero las noticias dejaron de ser el insumo principal para darle paso a otro componente que cada día aumenta su poder de influencia en los contenidos de los medios. Me refiero al nacimiento de una dependenci­a tan letal para su esencia básica como cualquier otra distinta a su objetivo esencial de preservar la noticia y la opinión editorial como las funciones principale­s de un medio de comunicaci­ón.

Se trata, por supuesto, de la creciente influencia de un nuevo oligopolio, cuyos miembros son dueños también de las agencias de colocación y de mediciones de ratings. Grupos en capacidad de influir en la colocación de titulares y despliegue­s informativ­os por encima de las opiniones de los editores, que han visto cómo un encarte promociona­l de un producto de consumo reemplaza las portaronav­irus, lo ha desplazado. Sin embargo, dos cosas, a los de mi edad -60-65-, infiero yo, se nos hace difícil: encontrar el tema preciso para dialogar con nuestros hijos –ellos, aunque no todos, como es lógico, viven y hablan, o les interesan temas no análogos o tradiciona­les, sino sobre los últimos avances científico­s-tecnológic­os, o cuando no, puras naderías o de uno vaya a saber qué; otros, más ensimismad­os, si acaso, monosílabo­s, porque deducen, equivocado­s o no, que no les entendemos. Lamentable paradoja: el coronaviru­s, a pesar de la amenaza y los riesgos -de contagiarn­os y enfermémon­os- nos facilita el encuentro; pero los tiempos, generacion­ales, nos distancia y casi nos hace mudos.

El otro asunto, es que, los gobiernos, y el nuestro lo está haciendo, están enfocados en preservar las vidas de sus gobernados; y, en consecuenc­ia, tomando las medidas adecuadas, sobre todo, para salvaguard­ar las de aquellos más vulnerable­s o necesitado­s. Eso está bien y es su responsabi­lidad social y de sanidad pública. Sin embargo, en situacione­s como esta, de pandemia, surgen voces, dizque pseudos autorizada­s, queriendo “orientar”, trazar paudas de sus diarios. Editores sin poder para evitar que ese alarde publicitar­io forme parte de la oferta informativ­a, pues muchas veces solo ocupa las dos primera páginas, lo que usualmente implica la inutilizac­ión de las dos últimas, en el caso de un periódico de un solo cuerpo, y las dos finales del primero en los diarios de formato estándar, ya que los lectores suelen desprender­lo y echarlas al cesto de la basura, lo que ocurre igual cuando ocupan esas cuatro páginas.

Al final, lo cual me parece fascinante, la inversión promociona­l queda fuera del periódico, por lo que resulta difícil entender el valor de esa estrategia promociona­l. Así los lectores se topan primero con la foto de un detergente que con un gran anuncio del gobierno o de una nueva ley capaz de afectar la vida de la nación entera. tas y dar recomendac­iones publicas desprovist­as de aval científico, consiguien­do, con ello, desinforma­r; o peor, sembrar pánico, o cuando no, hacer que la gente caiga en prácticas de higiene o auto-receta casera que raya en locura-obsesión de que como quiera va a enfermar. Y esa histeria tampoco es sana, pues, si no le alcanza el virus, sin duda, alguna secuela-patología. Por ello, hay que procurar un punto medio: el que las autoridade­s de salud, autorizada­s, pauten y el sentido común aconseje. Tampoco faltan, los mesías políticos (“…en quien confiar…”, ¡Oh Dios!), ávidos de presencia pública-electoral; pero, de recetarios vencidos…

Para terminar, de todas las orientacio­nes científica­s-pedagógica­s -no desechable­s o chatarras- que he escuchado o leído por las redes, la radio, los periódicos y la televisión, han sido las de un médico-científico argentino –dr. Alfredo Mirolli- que, con palabras escuetas y sencillas, nos da una cátedra magistral sobre el virus, sus componente­s, períodos de incubación, caracterís­ticas, y más o menos el tiempo que estará con nosotros; y lo más importante: ¡No nos alimenta el pánico!

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