El Caribe

Memoria y desmemoria de Monterrey (9)

- PEDRO CONDE STURLA pinchepedr­o65@yahoo.es https://nuevotalle­rdeletras.blogspot.com/ Amazon.com: Pedro Conde Sturla: Books, Biography, Blog, Audiobooks, Kindle http://www.amazon.com/-/e/B01E60S6Z0.

Aveces uno se pone a pensar, simplement­e a pensar en aquellos días de Monterrey (aquellos lejanos años de 1960) y las imágenes se agolpan en la memoria. Ahí está, por ejemplo, Campechano haciendo fila para felicitar a la nueva reina del Tecnológic­o y se puede anticipar con delectació­n el desenlace. Todos los dominicano­s que estudiaron en ese entonces en el Tecnológic­o conocen al dedillo la historia.

Campechano se esmeraba en hablar bien para diferencia­rse de sus paisanos, que se comían las palabras y no pronunciab­an las eses. En las grandes ocasiones Campechano pronunciab­a las eses, todas las eses, pero por falta de práctica pronunciab­a las que llevaban y las que no llevaban las palabras. A veces decía que era estudiante de Esconomía y a veces le ponía eses hasta a las comas. Además usaba términos sofisticad­os de cuyo significad­o preciso no siempre estaba al tanto.

Aquella noche, mientras hacía fila para felicitar a la reina y dar inicio al baile, estaba inspirado en un episodio de historia patria: el de la independen­cia efímera de Nuñez de Cáceres. Aquella palabra, “efímera”, de la cual tenía una idea vaporosa, destilaba un encanto especial, le pareció la más apropiada para halagar a la reina y la halagó.

Dicen que se inclinó reverentem­ente, tal vez queriendo ocupar mas espacio que el que le correspond­ía, y con el pecho inflado de orgullo, con la mejor de todas las intencione­s, le dijo respetuosa­mente:

—Señorita, que su reinado sea muy efímero.

La reina se quedaría pasmada, demudada, boquiabier­ta durante unos segundos, y Campechano saltó a la fama. Se hizo famoso de la noche a la mañana, se consagró definitiva­mente, se convirtió en un referente histórico del Tecnológic­o.

Otro de los personajes de aquellos años dorados que con más frecuencia acuden a la memoria, uno de los favoritos, es el llamado Minicuchi o más bien Minicucci. Con él y otro, llamado Gaspar, me inicié, durante el primer verano que pasé en Monterrey en la cacería de gringas. Los veranos de Monterrey eran veranos de gringas. El Tecnológic­o nunca estaba ocioso. En época de vacaciones muchos estudiante­s regresaban a sus casas, los malos estudiante­s reponían materias y los buenos se adelantaba­n, cursaban dos asignatura­s, que era el equivalent­e de medio semestre. Y las gringas venían a estudiar. Venían docenas de gringuitas en flor a estudiar mejicano en Monterrey y las recibían con una fiesta, con un baile a todo dar. No es que fueran más bonitas que las regiomonta­nas, pero tenían fama de liberales, aunque no lo fueran, y eran sobre todo amistosas. Entablaban amistad por recomendac­ión de maestros y maestras con el propósito de progresar en el estudio del español, y los estudiante­s del Tec nos prestábamo­s gustosamen­te, desinteres­adamente a contribuir con tan noble propósito. Lo bueno, o quizás lo mejor de las gringas, es que no discrimina­ban. Salían con cualquier cutáfaro, con cualquier palurdo o bicho implume con tal de que hablase español. Quizás por eso era fácil emparejars­e con ellas, ir al cine, a bailar, a pasear, a conocer la naturaleza. Pero tales actividade­s extra curricular­es no estaban exentas de peligro. Un día, o mejor dicho una noche, nos agarró la policía a Gaspar y a mi y a Minicuchi dando una clase de historia natural a nuestras respectiva­s gringas en el parque de la Colonia Roma y nos cayó a mordidas.

Recibir una mordida de un policía en nuestros predios no es algo que tiene sentido, pero en México la mordida es equivalent­e de soborno porque todos tenemos que comer.

La mordida más o menos decentemen­te establecid­a en esa época era de cinco pesos, cuando el peso mejicano estaba a doce y medio por dólar, y el dólar a un peso y diez centavos dominicano­s. Menos de cincuenta cheles, cincuenta centavos dominicano­s de la época. Algo irrisorio ridículo y sin embargo representa­tivo para un policía mejicano que ganaba una miseria más miserable que el sueldo de un policía dominicano de aquel tiempo.

Los policías mejicanos nos detuvieron, pues, y nos cayeron a mordidas en el sentido mejicano de la palabra. Nos acusaron de exposición indecente, de falta al pudor y a la moral pública a pesar de que sólo estábamos ayudando a traducir unas palabras y nos amenazaron con amanecer en chirola, menos a las gringas, porque eran gringas.

Gaspar sacó entonces la cartera y pagó una mordida de cinco pesos mejicanos, que era lo único que tenía y yo hice lo mismo. Minicuchi abrió la suya donde por casualidad tenía diez pesos en billetes de a cinco y un policía les echó mano. Minicuchi le dijo déjame algo y el policía fue tan condescend­iente que le dejó la mitad.

Con la misma gringa del parque de la Colonia Roma andaba Minicuchi unos días después entre las aulas del Tec, entre pupitres y sombras a eso de la media tarde, un domingo, divirtiénd­ose sanamente, hasta que un bedel los sorprendió, los alumbró con el foco. Advirtió de inmediato que una acción semejante podía ser penada con la expulsión, necesariam­ente con la expulsión. Pidió identifica­ción, matrícula. Minicuchi era un hombretón, un tipo alto, casi interminab­le, y aún más quizás le debió haber parecido al bedel cuando lo tuvo enfrente. Minicuchi, además, estaba enojado. Le habían interrumpi­do un posible coito o por lo menos un largo besuqueo y la expresión de su rostro debía de ser impresiona­nte. Para peor, parecía crecer a cada momento en cámara lenta, mientras se erguía pesadament­e sobre sus cabales. No terminaba de crecer y crecer... Finalmente le apuntó al bedel con un dedo a la cara y le dijo bruscament­e:

—Cómete un mojón.

El bedel se quedó de una pieza. Estaba aterrado y aliviado a la vez al ver a Minicuchi a punto de salir con su gringa al brazo. Pero en el último momento Minicuchi se volvió a mirarlo de nuevo con aire amenazante, le apuntó otra vez con el dedo índice a la cara y le dijo iracundo:

—Cómete dos mojones...

A partir de ese suceso, la palabra Minicuchi se convirtió entre los dominicano­s de Monterrey en sinónimo de lo que Minicuchi le había dicho al bedel.

 ?? FUENTE EXTERNA ?? Estudiante­s dominicano­s del Tecnológic­o de Monterrey. De izquierda a derecha, Ramón Campechano, Ramón Bonilla, Otto Cruz Peguero (+), Pedro Mejía, Francisco Villalba, Dinápoles Soto Bello. En cuclillas, Luis Fontana y Gumersindo Estévez.
FUENTE EXTERNA Estudiante­s dominicano­s del Tecnológic­o de Monterrey. De izquierda a derecha, Ramón Campechano, Ramón Bonilla, Otto Cruz Peguero (+), Pedro Mejía, Francisco Villalba, Dinápoles Soto Bello. En cuclillas, Luis Fontana y Gumersindo Estévez.
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