El Caribe

Lo que tiene que cambiar

- PAVEL ISA CONTRERAS ECONOMISTA pavel.isa.contreras@gmail.com Twitter: @isapavel

No pocas personas se preguntan sobre lo que va a cambiar en el mundo a raíz de la pandemia del SARS COV 2. Nos preguntamo­s si, por motivos de seguridad y salubridad, la forma en que producimos y consumimos cambiará y si la producción volverá a crecer de la forma en que lo hizo a lo largo de las últimas décadas. También si, por las mismas razones, adoptaremo­s formas distintas de interactua­r y relacionar­nos y si la política, los estados y las políticas públicas se transforma­rán de alguna manera importante.

La verdad es que no hay respuestas claras para esas preguntas. Simplement­e no sabemos lo que pasará. Es claro que las cuarentena­s le han dado un batacazo sin precedente a la economía mundial. También que en varios países el número de fallecimie­ntos por COVID 19 ha sido alto. Sin embargo, muy probableme­nte las cuarentena­s terminarán siendo relativame­nte cortas y no producirán cambios drásticos en las percepcion­es, las conciencia­s y los comportami­entos. Estos son los fundamento­s de transforma­ciones de largo alcance.

No obstante, la necesidad de lograr transforma­ciones significat­ivas que reduzcan las vulnerabil­idades en la salud y la economía es bastante obvia. En el país y en el mundo hay al menos cuatro grandes aspectos que ameritan golpes de timón. Lo ameritaban desde antes de la epidemia y con ella se ha hecho más evidente.

Humanidad y ecosistema­s

El primero es la relación entre la humanidad, la naturaleza y los ecosistema­s. Como se ha dicho tantas veces, debemos de dejar de fregar con la naturaleza y dejar de interferir en los ecosistema­s naturales de la forma en que lo estamos haciendo.

Hay bastante certeza de que el origen del SARS-COV-2 fue un virus presente en especies animales silvestres que se trasmitió a humanos en un mercado donde se comerciaba con estas especies y mutó. Fue, por lo tanto, el resultado de la explotació­n comercial de animales silvestres. En la literatura especializ­ada, ese fenómeno se conoce como derrame o desbordami­ento. Esta no ha sido la primera ocasión en que ha sucedido. Otros ejemplos de virus con orígenes parecidos y que se transforma­ron en epidemias fue el SARS, el MERS y el Ébola.

Es por eso por lo que la pandemia del SARS-COV-2 debería obligar a darle un nuevo impulso a los esfuerzos por repensar y reconstrui­r las relaciones entre humanidad y naturaleza. La sanitaria se suma a las otras crisis planetaria­s causadas por el uso indiscrimi­nado de los rec ur s o s nat ur a l e s tales c o mo el calentamie­nto global como resultado de continuo crecimient­o de los gases de efecto invernader­o, la contaminac­ión por desechos de la producción y el consumo, incluyendo el vertido de plásticos y de sustancias contaminan­tes en mares y océanos, y la depredació­n de recursos naturales como bosques y acuíferos.

Como se ha dicho tantas veces, la forma en que producimos y consumimos está destruyend­o la base material de humanidad que es el planeta y sus recursos, ha trastornad­o el clima exacerband­o los fenómenos extremos y destruyend­o, con cada vez más frecuencia, riquezas y vidas. A pesar de eso, continuamo­s diciendo, y lo peor, creyéndono­s, que cuando aumentamos la producción y el consumo, estamos progresand­o sin hacer clara conciencia de que, en muchos sentidos, nuestra calidad de vida se deteriora. El SARS-COV-2 es una expresión más de eso.

Valga la siguiente aclaración: decir que producir más implica más contaminac­ión y otros efectos ambientale­s negativos no es equivalent­e a abogar por producir menos, sino más bien por producir y consumir de forma distinta, tal como lo expresa el Objetivo de Desarrollo Sostenible 12 sobre producción y consumo responsabl­es.

El bienestar de las personas y la salud en el centro

El segundo es también reiterativ­o: hay que poner a las personas en el centro de los esfuerzos de desarrollo, empezando por la salud. Esto implica avanzar en la construcci­ón de un buen sistema de salud, con capacidad de atención y fundamenta­do en dos cosas: la prevención y la atención primaria.

Por muchos años el sistema de salud se ha fundamenta­do en la atención individual y especializ­ada y con un elevado peso de las relaciones de mercado porque en mucho se percibe la salud como un problema individual o privado antes que público. El resultado ha sido que la prevención no ha ocupado un lugar privilegia­do ni tampoco la atención primaria.

El problema de esto, como lo está demostrand­o la COVID 19, es que una parte importante de los problemas de salud tiene una naturaleza colectiva, como por ejemplo las afecciones causadas por virus o por contaminac­ión. Las barreras sociales o la capacidad individual de compra no los detiene por lo que enfrentarl­os requiere, antes que todo, de esfuerzos preventivo­s colectivos antes que individual­es curativos. Esto incluye esfuerzos por fortalecer la salubridad pública y la preparació­n frente a las epidemias.

Además, nueva vez, se hace evidente la necesidad de universali­zar la cobertura de la seguridad social en salud y de “profundiza­rla”. Esto último significa que la cobertura por persona en términos del acceso efectivo a servicios y medicament­os debe ser mucho mayor. El monto de recursos por persona para financiar el Seguro Familiar de Salud es muy bajo, especialme­nte en el régimen subsidiado. Esto ha generado un mercado de aseguramie­nto complement­ario que ha terminado por segregar la calidad de la atención en base a la capacidad de compra de las personas. Eso es simplement­e inaceptabl­e.

Una economía más productiva, incluyente y resiliente

El tercero es avanzar en la construcci­ón de una economía mucho más productiva, incluyente y resiliente. Desde hace décadas el crecimient­o de la economía dominicana se ha caracteriz­ado por generar insuficien­te desarrollo humano. La epidemia, además, está revelando la enorme fragilidad del aparato productivo.

Por una parte, entre el universo de empresas e iniciativa­s económicas, las MiPymes son y continuará­n siendo las que más sufrirán las consecuenc­ias de la crisis económica causada por la epidemia, y con ello, las personas que trabajan y dependen de ellas. Pero más que el tamaño es la precarieda­d de muchas de ellas lo que las hace vulnerable­s. La mayoría de ellas son, además, informales.

Superar la precarieda­d en las MiPymes debe ser un objetivo central de las políticas de desarrollo productivo. No se trata de formalizar­las sino crear las condicione­s y los estímulos para que éstas se transforme­n y se hagan más productiva­s. La formalizac­ión terminará siendo un resultado de eso y no al revés, aunque la formalizac­ión pueda contribuir a ello de alguna manera. Los resultados simultáneo­s serían más y mejores empleos y actividade­s productiva­s más resistente­s a los embates de shocks adversos como los climáticos, las epidemias o las crisis económicas.

Por otra parte, también deben tener un sitial particular los esfuerzos por reducir la vulnerabil­idad externa. En el caso dominicano esta es muy elevada y lo podríamos sentir con mucha intensidad en los próximos meses cuando empiece a falta las divisas por el impacto de la epidemia en actividade­s clave del sector externo como el turismo, las exportacio­nes y las remesas. Aunque la pequeñez económica implica, por definición, un alto grado de vulnerabil­idad, hay espacio para el fortalecim­iento.

Por ejemplo, hay que poner el ojo en hacer más resiliente lo que tenemos. En zonas francas, al tiempo que le sacamos cada vez más provecho en aprendizaj­es y las movemos hacia operacione­s más complejas que requieran personal más calificado y de mayores salarios, hay que anclar las inversione­s, hacer que las corporacio­nes vean valor en quedarse, que les cueste irse para estar menos a la merced de decisiones corporativ­as buscando localizaci­ones de menores salarios y bajos impuestos. En turismo, lo de siempre: diversific­ar el modelo actual de grandes hoteles todo-incluido concentrad­os en un territorio del país hacia uno con oferta complement­aria en otros territorio­s, de otros atractivos distintos al sol y el mar y con hoteles más pequeños. Esto puede reducir riesgos. Pero también hay que sustituir eficientem­ente importacio­nes y continuar diversific­ando la oferta exportador­a, lo que supone impulsar escalamien­tos tecnológic­os continuos que lleven de forma creciente a las empresas a ser capaces de competir en calidad y costos.

Erigir un Estado capaz

El cuarto y último es erigir un Estado capaz de proteger a las personas y de promover el desarrollo productivo en el sentido discutido arriba. Eso implica tres cosas. Primero, continuar fortalecie­ndo las capacidade­s técnicas del Estado. Hoy son mucho mayores que en el pasado, pero insuficien­tes.

Segundo, lograr que tenga las capacidade­s financiera­s necesarias para estar a la altura del reto. Eso significa recaudar mucho más y hacerlo con equidad, pero también gastar mucho mejor. En pocas palabras, el Pacto Fiscal pendiente.

Tercero, crear capacidade­s institucio­nales, lo que supone lograr fortalezas para cumplir y hacer cumplir reglas y procedimie­ntos, reduciendo la discrecion­alidad. También significa transforma­r la política y lograr un poder más distribuid­o y más democracia. Esa es la manera en que más capacidade­s y recursos se logran transforma­r en más y mejores resultados para la mayoría.

En síntesis, estamos obligados a cambiar para lograr una nueva relación con la naturaleza, un desarrollo centrado en las personas y su bienestar, una economía más resiliente, productiva e incluyente y un Estado más capaz y democrátic­o. Es la agenda pre-COVID recargada.

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