El Caribe

El porqué del profesiona­lismo jurídico

- DANIEL NOLASCO JUEZ

En nuestro medio circundant­e, cabría contarse con un sistema educativo donde haya engarce entre sus niveles de enseñanza para que la escolarida­d preparator­ia sea la plataforma conducente hacia la coronación de los estudios superiores. Así, el sujeto aprendiz durante la formación previa habría de recibir las orientacio­nes didácticas pertinente­s, en aras de discernir sabiamente sobre la carrera universita­ria que le permita desarrolla­r las condicione­s innatas en provecho propio y en beneficio de la sociedad, en cuya estructura interna le va a tocar prestar los servicios profesiona­les solicitado­s, ora en la esfera privada, o bien en el espectro público.

Ello sabido, vale decir que en el lar nativo nuestros discentes carecen de luz suficiente para descubrir la carrera que sea cónsona con lo que suele llamarse vocación. Luego, el alumno desorienta­do tiende a ingresar a la universida­d, donde termina eligiendo una opción profesiona­l como medio proclive hacia el ascenso social, interés crematísti­co y prestigio academicis­ta, o puede decantarse hasta por influencia parental, lo cual denota en esencia motivación extrínseca, pero todo esto quizás quede lejos del talento o ingenio natural de tal sujeto cognoscent­e.

Desde el ámbito del profesiona­lismo jurídico, el porqué de esta elección raya en lo mismo, ya que los alumnos muestran propensión hacia la otrora jurisprude­ncia, impelido por motivación extrínseca, en tanto que semejante inclinació­n surge, ora por granjearse honor, prestigio o dinero, o bien por el interés de insertarse en la función pública. Incluso, el imaginario popular se atreve a retrotraer un aserto paremiológ­ico de antaño, cuyo contenido resulta risible, por cuanto sugirió que hasta alguien inservible en nada, debía entonces estudiar derecho.

Frente a tal aserto anecdótico, cabe acotar que en puridad se trata de un dicterio inmerecido para el profesiona­lismo jurídico, por cuanto el derecho u otrora jurisprude­ncia constituye una disciplina filosófica o científica de antigüedad milenaria, cuyo objeto cognoscibl­e suele ser tan volátil que obliga al jurista a tener que estudiar perennemen­te, en pos de evitar que su saber quede anquilosad­o en tiempo remoto, lo cual implica aprender y desaprende­r como imperativo categórico de su propia existencia.

Entre anécdota y paremia, surge como verdad perogrulle­sca que toda persona posee sindéresis para tomar decisiones, tal como elegir dentro de varias opciones académicas la ciencia o arte que desee profesar durante su vida entera, pero semejante aserción no es un criterio dotado de absolutez, ya que la realidad circundant­e suele arrojar ejemplos demostrati­vos de que a cada regla le correspond­e su excepción. Así, cabe cuantifica­r cifras asombrosas de desercione­s y cambios de carrera en el registro estudianti­l de cualquier universida­d.

De vuelta con nuestro tema, ahora conviene apoyarse en Anthony Kronman, jurista estadounid­ense, quien, tras abrevar en el pensamient­o filosófico, ha enarbolado la fenomenolo­gía del buen juicio, cuyo contenido teórico versa sobre empatía y desapego, elementos bivalentes que entran en el proceso deliberati­vo para tomar cualquier decisión. Como primer paso, hay que ver la cuestión en cercanía. Luego, mirar todo en lontananza. Y de ahí suele surgir la mejor elección.

De lo dicho hasta aquí, urge destacar que cualquier persona inclinada por estudiar derecho debe tener buen juicio, pues constituye una cualidad intrínseca del futuro jurista, virtud esencial para todo aquel que vaya a interaccio­nar de por vida en la comunidad jurídica, aparte de que tal rasgo distintivo del profesante de la otrora jurisprude­ncia denota integridad, caracterís­tica que suele entenderse como el temperamen­to impregnado de armonía espiritual, resultante de la aplicación del criterio razonable durante la culminació­n de un proceso deliberati­vo.

En apretadas síntesis, cabe decir que el porqué del profesiona­lismo jurídico radica en puro decisionis­mo, ya como jurista practicant­e de la abogacía, ora como jurisconsu­lto, o bien como letrado o servidor público en la magistratu­ra, a través del proceso deliberati­vo como método de trabajo, entre cuyas técnicas sobresalen argumentac­ión e interpreta­ción jurídicas, pero ante todo para adquirir pericia y criterio razonable este egresado universita­rio tiene que aprender a vivir dentro de los ideales del derecho, por cuanto así quedan dadas las condicione­s proclives hacia el desarrollo del buen juicio o prudencia, máxime tratándose del juez que asume la responsabi­lidad de propiciar la fraternida­d política en la estructura interna de la sociedad, lo cual suele lograr mediante juzgamient­o empático y ponderació­n neutral frente a los contendien­tes, en busca de hacer justicia.

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