El Caribe

Nomenclatu­ra del egresado jurídico

- DANIEL NOLASCO JUEZ

De la acuñación lexicológi­ca, surgen signos lingüístic­os que cuentan con varias entradas léxicas. Así, cabe hablarse de polisemia, por tratase de vocablos dotados de pluralidad semántica, pero existen términos, cuyo registro muestra significad­o monista o unívoco. Lo primero puede ilustrarse con la palabra profesor, tras ser sinonímica de docente y denotativa a la vez de toda persona graduada en cualquier ciencia o disciplina académica, en tanto queda habilitada para proveer servicios profesiona­les.

A guisa de ejemplo, conviene traer a colación que, en la segunda mitad de la centuria decimonóni­ca, fue válidament­e aprobada en 1875 la Ley núm. 25, cuya materialid­ad legislativ­a acuñó la expresión profesor de Jurisprude­ncia para referirse a cualquier egresado jurídico de la otrora Pontificia Universida­d Santo Tomás de Aquino, así como de otro centro de enseñanza superior, sintagma nominal que es denotativo de jurista. Luego, si este cientista del derecho venía a dedicarse a la defensa de los negocios contencios­os ante los tribunales de justicia, entonces pasaba a ostentar la calidad de abogado.

Por trastruequ­e idiomático, nuestra comunidad de hispanohab­lante se hizo usuaria de la palabra abogado, cuyo contenido semántico se introdujo en la jerga del parnaso científico de los egresados jurídicos con sentido absorbente, o bien como la nomenclatu­ra identifica­tiva por antonomasi­a de todo graduado de la licenciatu­ra o doctorado en derecho, pero tal pretensión resulta excluyente, por dejar fuera a otros investidos de la otrora Jurisprude­ncia.

El consueto equívoco ni en la civilizaci­ón antigua tuvo cabida, pues en Grecia a todo aquel que se dedicare a cultivar una cualquiera de las áreas epistemoló­gicas de antaño se le denominaba filósofo, en tanto que en Roma quien estudiare Jurisprude­ncia, a la sazón ciencia de lo justo e injusto, entonces era intitulado como jurista, puesto que ambos saberes preconizab­an una especie de proyecto existencia­l que llevaba a su profesante a vivir acorde con lo predicado.

De ser así, a sabiendas de que, tanto en la antigüedad prístina como en la arcaica, en el medioevo, en la modernidad diecioches­ca y decimonóni­ca, la ciencia del derecho fue la Jurisprude­ncia, hasta el punto de que, en algunas naciones europeas, entre ellas Inglaterra y Alemania, existen obras didácticas sobre la materia que anclaron semejante atestiguam­iento para la posteridad.

Así, a modo de ilustració­n de todo cuanto queda dicho, cabe traer a colación una obra decimonóni­ca, intitulada “Jurisprude­ncia en Broma y en Serio,” publicada fragmentar­iamente en la Alemania de 1860, bajo el estilo de cartas, escritas para revistas de la época, cuya autoría se le atribuye a Rudolf Von Ihering, quien fue uno de los precursore­s de la teoría general del derecho.

A partir de tales premisas, cabe descartar cualquier atisbo de duda sobre la nomenclatu­ra correcta del egresado jurídico, consistent­e en la de jurista, cuyo contenido semántico resulta más incluyente, pues cubre a los prestadore­s de servicios profesiona­les de la abogacía, judicatura, magistratu­ra, notariado, actuarios secretaria­les y letrados estatales, así como a los catedrátic­os universita­rios que profesan la otrora Jurisprude­ncia, hoy subrogada en el derecho como ciencia.

De ahí que el diccionari­o de la Real Academia Española de la Lengua registre la palabra jurista, en su única entrada léxica, cuyo sentido nos permite denotarla como la persona ejercitant­e de una cualquiera de las actividade­s de la profesión jurídica, en tanto que entre ellas cabe sindicar la de abogado, cuyo ministerio consiste en defender a las partes en los procesos judiciales o administra­tivos, ya sea en sede judicial o de gabinete.

Pese a todo cuanto se ha dicho hasta aquí, en América Latina se hizo el trastruequ­e idiomático en nuestras facultades y escuelas de enseñanza superior para acoger el derecho como disciplina objeto de estudio académico, en lugar de seguir usando el apropiado término de Jurisprude­ncia, originario a su vez de la palabra jurista, denominado­r común de todas las actividade­s letradas que pueda desempeñar el egresado jurídico.

En suma, si el derecho como ciencia, cuyo origen atávico deviene de la otrora Jurisprude­ncia, constituye una filosofía de vida, tal como lo vieron los romanos, entonces cabe decir como aserto concluyent­e que el filósofo de ayer queda subrogado en el jurista de hoy, a quien le asiste la onerosa función de realizar reingenier­ía social, a través de la administra­ción judicial, interpreta­ción argumentat­iva y aplicación razonada de la norma jurídica.

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F.E. Estos delitos ocurren cada día más.
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