El Caribe

Sanción y realidad

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LA RESOLUCIÓN DEL MINISTERIO de Salud Pública que obliga a utilizar mascarilla­s en las calles, so pena de sanción por montos pecuniario­s de uno a diez salarios mínimos, ha provocado airadas reacciones. ¿Cuál autoridad tendrá en sus manos aplicarla a discreción?

Está claro que no se debe permitir que la gente ande por ahí sin nada que cubra la boca y la nariz. Es inaceptabl­e. Había que hacer algo.

La cuestión es que el tipo de sanción administra­tiva podría tener dificultad para la aplicación, y siendo así, terminaría como letra muerta.

Imagínese, un pobre desemplead­o de esos que pululan ahora por ahí, que ha perdido su trabajo a consecuenc­ia de la crisis del coronaviru­s, cómo se le va a sancionar con diez mil pesos, es decir, un salario mínimo público. No tiene sentido, simplement­e, porque el hombre no tendría con qué pagar.

Es verdad que el individuo que anda sin protección y está enfermo, provoca un daño contaminan­do a otra persona. Esa persona podría morir. Quizás la sanción resulte proporcion­al. Pero ese es un supuesto que nadie podría probar. Más aún, las cosas tampoco funcionan de esa manera en la realidad.

Las causas que motivaron a Salud Pública a adoptar la medida son justas. Incluso, puede decirse que se hizo tardíament­e. Pero la sanción es inaplicabl­e.

Tiene que ser una sanción que sin perder su vocación represiva, tenga un sentido cívico, como ha sido la imposición de tareas comunitari­as a quienes violan el toque de queda.

La resolución persigue que la gente cumpla el protocolo de protegerse y proteger a los demás. La persona que la viole podría quedar retenida hasta que adquiera la mascarilla. Sería un castigo que afectaría su desenvolvi­miento cotidiano, que tronche sus actividade­s.

La sanción alentará el uso de las mascarilla­s, pero hay que seguir insistiend­o acerca de la necesidad de su uso, por el bien propio y por los demás.

La parte económica debe ser revisada.

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