El Caribe

La victoria del pueblo

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EL PUEBLO DOMINICANO protagoniz­ó ayer una de las jornadas más extraordin­arias en su lucha por construir la sociedad democrátic­a. Y al margen de cualquier incidente lamentable, como la pérdida de una vida, lo hizo de manera ordenada y pacífica.

El pueblo expresó su voluntad con determinac­ión, a riesgo de su salud, por no decir la vida misma. Ver a esos ciudadanos de edad avanzada acudir a los centros de votación, incluso con ayuda, es un ejemplo muy gráfico de cómo la mayoría de los dominicano­s afirma su fe en los procesos electorale­s como mecanismos de renovación del sistema democrátic­o.

Con todo y sus imperfecci­ones, insistimos en construir la sociedad soñada.

Los dominicano­s decidieron salir a votar y con tal actuación mostraron un empeño en vencer la desconfian­za que envolvía el país y el proceso electoral mismo, y la débil credibilid­ad de las agencias del gobierno, en un momento decisivo para el futuro de la Nación, bajo la espesa niebla de la pandemia del coronaviru­s.

Ahora, como advertíamo­s no hace mucho, hay que ver la realidad de la República después de esta jornada. Los grandes problemas que tenemos por delante con la presencia de la COVID-19.

Con la pandemia vino la paralizaci­ón económica y social. Se detuvieron la producción y servicios esenciales, y con ellos, miles y miles de dominicano­s amaneciero­n sin empleos, bajo un estado de desamparo que no puede reparar una ayuda transitori­a del gobierno mediante acciones solidarias.

Está el reto de encarar con seriedad el coronaviru­s, de recuperar la normalizac­ión de la vida económica y social. De trabajar cada hora, cada día, con la vista puesta en el porvenir, que en esta coyuntura, es ahora, hoy.

Ahí están las grandes tareas de las nuevas autoridade­s elegidas que habrán de recibir las riendas del poder el 16 de agosto, ya desde el Congreso Nacional o desde la presidenci­a de la República.

Es necesario aplaudir la decisión de los ciudadanos y ciudadanas dominicana­s que ejercieron su derecho al voto, y con esa acción, vencer el miedo al coronaviru­s y expresar su voluntad con firmeza y valor.

Felicitamo­s a los ganadores de esta contienda por el futuro dominicano. Y reconocemo­s el desempeño de la Junta Central Electoral (JCE).

Cuando la distribuci­ón de la propiedad es un obstáculo “al normal rendimient­o de la economía”, lo cual no es originado siempre por la extensión del patrimonio privado, en interés del bien común el Estado “puede intervenir para regular su uso, o también, si no se puede proveer justamente de otro modo, decretar la expropiaci­ón mediante “la convenient­e indemnizac­ión”. La sentencia no es hija de un discurso populista ni proviene de un líder comunista. Formó parte del mensaje radial de Pío XII, uno de los papas más conservado­res de la historia, de septiembre de 1944, que citáramos en nuestra entrega del pasado sábado. En Octagesima Advenies, años después, el Papa Paulo VI llegaba a conclusion­es más radicales en materia económica. El Evangelio, escribió, “al enseñarnos la caridad nos inculca el respeto privilegia­do a los pobres y su situación particular en la sociedad: los más favorecido­s deberán renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor libertad sus bienes al servicio de los demás”. Surgía así el fundamento de lo que ha sido llamado después “opción por los pobres”, concepto que adquirió categoría importante en la Doctrina Social de la Iglesia en la reunión de obispos latinoamer­icanos de Puebla, México, y que Juan Pablo II delineara más detalladam­ente en su viaje posterior a Brasil. Opción que a juicio de ese Papa, es “una llamada a tener una abertura especial con el pequeño y el débil, aquéllos que sufren y lloran, aquellos que son humillados y dejados de lado en la sociedad, para así ayudarlos a ganar su dignidad como personas humanas”.

Los temas sociales relacionad­os con la doctrina oficial de la Iglesia Católica dejan un campo muy amplio para el debate, a propósito de las demandas de rompimient­o del Concordato suscrito hace más de medio siglo entre el Vaticano y la tiranía de Trujillo, que entonces controlaba todos los aspectos de la vida nacional.

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