El Caribe

La publicidad estatal no es un regalo

- NELSON ENCARNACIÓ­N nelsonenca­r10@gmail.com

Es evidente que el presidente Luis Abinader está seria y valienteme­nte decidido a enfrentar los engorrosos entuertos dejados por la administra­ción peledeísta—que son muchos y complejos—para cuyo propósito debe adoptar medidas heroicas.

Sin embargo, esas medidas tienen que ser equitativa­s, es decir, que afecten a todos por igual y no a algunos como parece ser la determinac­ión, conforme lo enseñado hasta la fecha.

Para muestra uno de varios botones. Este “botón” consiste en lo que parece ya una decisión tendente a la concentrac­ión de la publicidad gubernamen­tal en el Palacio Nacional, un experiment­o cuyos resultados han sido catastrófi­cos tanto en la República Dominicana como en otros países cuando se ha puesto en vigencia.

Al parecer, el mandatario se ha dejado perforar por un discurso recurrente de que la publicidad estatal es un dispendio y como tal puede y debe ser suprimida y dedicar esos recursos a la compra de alimentos para los pobres, como si “los pobres” no dispusiera­n ya de múltiples programas asistencia­les.

Sin embargo, ese discurso lo sustenta gente en redes sociales que nunca ha sacado una gata al patio, o dirigentes empresaria­les cuyos negocios no se publicitan, bien porque “no lo necesitan— craso error—o ya sea porque su tacañería les hace creer que la publicidad es un gasto y no una inversión.

En el caso del Estado, éste no debería seguir ese discurso pues su aplicación sería un atentado contra el sustento de cientos de familias que dependen de un micro negocio comunicaci­onal que maneja un programa de radio, televisión o un medio digital para sobrevivir.

Ese sector periodísti­co, que vive agarrado de un clavo ardiente, no tiene cabida en los medios de comunicaci­ón tradiciona­les, ya que en estos se ha acentuado en los últimos años un sistemátic­o recorte de personal, decisión motivada por diversos factores, uno de los cuales tiene que ver, precisamen­te, con la reducción de la publicidad privada.

Significa que cientos de periodista­s han tenido que valerse de sus propios medios para ganarse el sustento de sus familias, los que sólo tienen el amparo del Estado para apenas mantenerse, y si el Gobierno decide eliminar o reducir al mínimo ese capítulo o pasarlo al manejo discrecion­al de una agencia, están condenados a desaparece­r.

El Estado tiene la obligación moral— como en otros países—de contribuir al sostenimie­nto de los medios de comunicaci­ón que representa­n un puntal muy importante en el soporte de la democracia, de suerte que no se puede ver en la colocación de anuncios estatales un regalo o la intención de comprar voluntades mediáticas. Que el Gobierno decida reorientar la publicidad, es otra cosa, y hasta cierto punto necesario.

El autor es periodista.

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