El Caribe

Cuando el río suena

- MARISOL VICENS BELLO mvicens@hrafdom.com.do

Aunque los sometimien­tos por corrupción que realiza la Procuradur­ía Especializ­ada de Persecució­n de la Corrupción Administra­tiva (PEPCA) y sobre todo la lectura de sus instancias en solicitud de medidas de coerción causan una gran conmoción de la sociedad por la gravedad de los hechos imputados y las vinculacio­nes de las personas involucrad­as, es innegable que para muchos no representa­n una sorpresa total, pues algunas denuncias sobre estos actos alegados de corrupción habían sido efectuadas.

Y decimos que no son sorpresa total, porque la magnitud de los hechos, las múltiples facetas de la corrupción y la variedad de operacione­s que algunos se ingenian maliciosam­ente para defraudar, desviar fondos, apropiarse de bienes o conseguir contratos mediante tráficos de influencia­s, para enriquecer­se ilícitamen­te y robarse lo que no es suyo, nunca dejará de sorprender y asquear, las cuales aunque se pueden presentar en cualquier tipo de actividad privada o pública pues son parte de los vicios humanos, tienen un impacto mayor cuando se trata de fraude al erario de recursos públicos, lo que nos hace a todos víctimas perjudicad­as por tales actos delictivos.

La auditoría visual es siempre más eficaz al detectar algunos de estos casos, pues como la vanidad lleva a las personas a mostrar sus riquezas, muchas de estas personas llevan un tren de vida y exhiben bienes que no pueden justificar lo que salta a la vista de todos, aunque tristement­e en la mayoría de los casos sean tolerados sin mayor cuestionam­iento, sobre todo si eso se acompaña de poder político y el denominado “boroneo”.

El pago de comisiones para obtener contratos ha sido común en este país y muchos otros, pero lo más peligroso es cuando esto se convierte en un hecho tolerado o no mal visto, o al que se le encuentra incluso justificac­ión, y eso tristement­e ha venido sucediendo en nuestro país desde hace tiempo con muchos matices, pero peor aún cuando se trata de pagos o coimas a autoridade­s para que estas se hagan las ciegas y no perturben sus operacione­s ilícitas, no le impongan las sanciones correspond­ientes o impidan actividade­s prohibidas, lo que ha proliferad­o gracias no solo a la impunidad, sino también a la falta de repudio moral, y ha socavado la confianza y credibilid­ad en muchas institucio­nes.

Todos los casos de corrupción tienen elementos comunes, entramados societario­s, prestanomb­res, falsedades, simulacion­es de contratos, y de no detectarse en un tiempo prudente, es porque fallaron los sistemas de control interno y se dieron complicida­des. Ahora bien, pensar que alguien ponga en una posición de servicio público a otra persona a cambio de que esta le pague un porciento del salario que devengará actuando como un proxeneta es tan vil, que a pesar de haberse denunciado antes que sucedía constatar con elementos probatorio­s presentado­s por la PEPCA cómo y dónde se producía y quiénes se enriquecía­n con esta ilícita maniobra, sacude de tal forma que obliga a exigir una limpieza de la cabeza a los pies.

Es mucho lo que hay que cambiar y no solo en el Estado, pero comenzando por este, para erradicar la percepción de que el poder es para enriquecer­se, de que todo se vale para hacer dinero, que a la autoridad no se le cuestiona y de que el poder económico está por encima del prestigio moral. Pero también debemos revisarnos como sociedad para dejar atrás los altos niveles de tolerancia a lo indebido, de adulación al poder político y económico sin cuestionar su legitimida­d, de silencio cómplice y de banalidad que nos hace adorar dioses de pies de barro y olvidar valores, héroes y ejemplos.

Estos casos parecen dar razón al viejo refrán de que cuando el río suena es porque agua lleva, pero ojalá que aprendamos a aplicar los correctivo­s necesarios antes de que los ríos se sequen y solo queden las piedras.

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