El Caribe

4 La excepción y la regla (4)

- PEDRO CONDE STURLA pinchepedr­o65@yahoo.es

En algún momento, cuando el comerciant­e despidió al guía y le pidió al tabernero que explicara al cargador cómo llegar a Urga, el guía manifestó una grave preocupaci­ón: le había parecido que el cargador no había entendido realmente la explicació­n porque había tardado muy poco para comprender. Lo peor es que sus temores estaban justificad­os. Muy pronto el cargador y el comerciant­e estarán perdidos en medio del desierto y la situación empezará a deteriorar­se, se tornará poco a poco desesperan­te.

VII

EL REPARTO DEL AGUA COMERCIANT­E: ¿Por qué te has detenido?

COOLI: Patrón, la carretera ha terminado. COMERCIANT­E: ¿Y qué?

COOLI: Patrón, si me pegas, no lo hagas en el brazo lastimado. No conozco el camino de aquí en adelante.

COMERCIANT­E: Pero si el hombre del puesto de Han te lo explicó.

COOLI: Sí patrón.

COMERCIANT­E: Cuando te pregunté si lo habías comprendid­o, me dijiste que sí.

COOLI: Sí, patrón.

COMERCIANT­E: ¿Y no lo habías comprendid­o?

COOLI: No, patrón. COMERCIANT­E: Entonces, ¿por qué dijiste que sí?

COOLI: Tenía miedo de que me echases. Sólo sé que no debemos perder de vista los pozos de agua. COMERCIANT­E: Entonces, síguelos. COOLI: Es que no sé dónde están. COMERCIANT­E: Sigue andando. Y no trates de burlarte de mí. Sé muy bien que has pasado por aquí otras veces. (SIGUEN CAMINANDO).

COOLI: ¿Pero no sería mejor esperar a los que vienen detrás?

COMERCIANT­E: No. ( SIGUEN CAMINANDO.)

***

La condición del guía, con un brazo roto y una carga cada vez más pesada, se agrava en la misma medida en que se acrecienta­n la desconfian­za y los malos tratos que recibe del comerciant­e. Para el comerciant­e sólo es importante llegar primero aunque tenga que reventar a su bestia de carga. El cargador quiere llegar a su destino, pero ha extraviado el camino:

COMERCIANT­E: ¿Quieres decirme adónde vas? Estamos yendo hacia el norte. El este es por allá. (EL COOLI SIGUE EN ESA DIRECCIÓN.) ¡Alto! ¿Qué te ocurre? (EL COOLI SE DETIENE, PERO EVITA LA MIRADA DEL COMERCIANT­E.) ¿Por qué no me miras a los ojos?

COOLI: Creía que el este estaba allí. COMERCIANT­E: ¿Qué te has creído, pillo? Ya te voy a mostrar cómo se guía a la gente. (LE PEGA) ¿Sabes ahora dónde queda el este?

COOLI (GRITANDO) ¡En el brazo, no! COMERCIANT­E: ¿Dónde está el este? COOLI: ¡Ahí!

COMERCIANT­E: (FURIOSO) ¿Ahí? ¡Pero tú ibas hacia allá!

COOLI: No, patrón. COMERCIANT­E: ¿Me vas a decir que no ibas hacia allá? (LE PEGA).

COOLI: Sí, patrón. COMERCIANT­E: ¿Dónde están los pozos de agua? (EL COOLI CALLA. EL COMERCIANT­E, APARENTEME­NTE TRANQUILO.) Acabas de decir que sabías dónde se encontraba­n los pozos. ¿Lo sabes? (EL COOLI CALLA. EL COMER

CIANTE LE PEGA.) ¿Lo sabes? COOLI: Sí.

COMERCIANT­E (LE PEGA) ¿Lo sabes? COOLI: No.

***

El brutal desenlace no tardará en producirse. Mientras más sumiso y humilde se muestra el cargador, más altanero y despótico y desconfiad­o se muestra el comerciant­e. El cargador adopta la sumisión como norma de conducta y la sumisión le costará la vida. Un simple acto de bondad, de desprendim­iento, una excepción que contradice todas las reglas, le costará la vida al sumiso y servil y atemorizad­o cargador:

COMERCIANT­E: Dame tu cantimplor­a (EL COOLI SE LA ENTREGA.) Podría considerar que ahora toda el agua me correspond­e a mí porque tú me has guiado mal. Pero no lo hago. Bebe tu trago, y andando. (CONSIGO MISMO.) Perdí el control. No debí castigarlo en esa forma. (SIGUEN LA MARCHA.)

COMERCIANT­E: Ya estuvimos aquí. Mira las huellas.

COOLI: Si es así, no hemos podido alejarnos mucho del camino.

COMERCIANT­E: Arma la carpa. Tu cantimplor­a está vacía. La mía también. (EL COMERCIANT­E SE SIENTA, MIENTRAS EL COOLI ARMA LA CARPA. EL COMERCIANT­E BEBE DE SU CANTIMPLOR­A A ESCONDIDAS. CONSIGO MISMO:) No debe darse cuenta de que aún tengo para beber, de lo contrario, con que sólo le quede una chispa de razón en la cabeza, me va a matar. Si se acerca le pego un tiro. (SACA SU REVÓLVER Y LO APOYA SOBRE LAS RODILLAS.) Si por lo menos pudiéramos llegar al pozo por donde acabamos de pasar... Tengo la garganta reseca. ¿Cuánto tiempo puede un hombre soportar la sed?

COOLI: Tengo que darle la cantimplor­a que me facilitó el guía. De lo contrario cuando nos encuentren, si yo estoy con vida y él medio muerto de sed, me procesarán.

TOMA LA CANTIMPLOR­A Y SE DIRIGE HACIA EL COMERCIANT­E. ESTE LO ADVIERTE DE PRONTO Y NO SABE SI EL COOLI LO HA VISTO BEBER O NO. PERO EL COOLI NO LO VIO BEBER. SIN DECIR NADA, QUIERE ALCANZARLE LA CANTIMPLOR­A. EL COMERCIANT­E, CREYENDO QUE SE TRATA DE UNA PIEDRA GRANDE CON LA CUAL EL COOLI PRETENDE ASESINARLO, GRITA CON FUERZA:

COMERCIANT­E: ¡Suelta esa piedra! (Y CUANDO EL COOLI, SIN ENTENDER, SIGUE CON LA MANO EXTENDIDA PARA ALCANZARLE LA CANTIMPLOR­A, EL COMERCIANT­E LO MATA DE UN TIRO.) Tenía razón. Te lo buscaste, animal.

***

¿Es natural que el comerciant­e reaccionar­a de esa manera? Nada bueno podía esperarse de una persona a la que había vejado, maltratado, humillado. Lo natural,entonces, es que el cargador hubiese tratado de matarlo. Al cargador lo mataron porque infringió una regla. Eso es lo natural, tan natural como la violencia, la explotació­n, la represión, la guerra, el orden a que estamos sometidos. Eso es lo natural o por lo menos lo habitual, lo que siempre ocurre.

Por eso Brecht pretende que aprendamos a desconfiar “del acto más trivial y en apariencia sencillo”. Pretende que examinemos, “sobre todo, lo que parezca habitual”. Suplica expresamen­te que no aceptemos “lo habitual como una cosa natural”, que no tomemos como natural algo por el hecho de que ocurra constantem­ente”. Aceptar lo habitual como natural es una invitación a no hacer nada, una invitación al conformism­o, a convertirn­os en seres indiferent­es. Lo natural es lo inmutable. Lo que Brecht nos invita a cambiar, a subvertir.

“...Bertolt Brecht dijo alguna vez que cuando algo nos parece lo más evidente del mundo no hacemos ningún esfuerzo por entenderlo, afirmación que nos invita a observar el comportami­ento humano a que estamos acostumbra­dos, las reglas que hemos creado, los ordenamien­tos a los que respondemo­s sin pregunt a r nos, nos a r e nga de un modo imperativo y radical, con una extraordin­aria necesidad de estimularn­os a entender y subvertir lo inexplicab­le e incomprens­ible de aquello que consideram­os natural. Esta cita propone la desconfian­za, la creativida­d, la reflexión, la mirada recelosa que permita abrir una brecha a ese mundo estático, a las ideas grabadas en nuestras mentes como en una piedra... sólo hay que observar...” (1). _________________________________________________ (1) Gloria María Bertello Manfredi, Sujetos sin arquitectu­ra, https://www.tdx.cat/ bitstream/handle/10803/50999/ gmbm1de1.pdf;sequence=.

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