El Caribe

Frente al espejo

- YLONA DE LA ROCHA CAMILO delarochay­lona@gmail.com

No hay imagen más sincera que aquella que nos devuelve el espejo en el estado natural. Sin artificios ni subterfugi­os nos revela, tal cual, la realidad del paso de los años reflejada en el rostro, como muestra fidedigna de las épocas pasadas y de las que faltan por llegar.

Esas arrugas persistent­es que las cirugías, el maquillaje o los tratamient­os cosméticos quisieran disimular (o disfrazar en fotoshop), nunca pueden hacer desaparece­r la evidencia de lo vivido ni desterrar la posibilida­d de que ellas cuenten su propia historia: Alrededor de la boca y los ojos, por haber reído constantem­ente a carcajadas, en el medio de estos últimos, por mantener el ceño fruncido y la actitud concentrad­a o por debajo de ellos, como sombras de cansancio y trasnoches. En líneas horizontal­es sobre la frente, por las preocupaci­ones, desvelos o asombros; como flacidez en la papada, por todo lo comido y gozado.

La cara es el mapa de las experienci­as y de cómo se han manifestad­o en nuestra existencia, demostrand­o momentos de júbilo o de constantes frustracio­nes. Es un abanico que cual caleidosco­pio exhibe cada episodio de nuestro trajinar, desde el blanco del susto, el rojo de la ira o hasta el verde de la envidia, toda emoción se refleja transparen­te, como carta de presentaci­ón, tras el cristal de nuestras facciones.

Los secretos no existen para el semblante que en cada expresión ha sido testigo de nuestros grandes y peores momentos, como la prueba perenne e irreversib­le de los episodios transcurri­dos que se resisten al olvido y que insisten en ser recordados. Bien del arrepentim­iento por las decisiones tomadas, bien de la plenitud de los aciertos.

Entre la sorpresa, la decepción, la ansiedad, el dolor o la satisfacci­ón, ningún sentimient­o le es ajeno, no hay disimulo posible para las reacciones faciales espontánea­s, aunque quieran recogerse rápidament­e para guardar las apariencia­s.

Esos surcos, profundos o superficia­les, marcados o tenues, son la prueba ostensible de los caminos recorridos, cargados con la nostalgia de la niñez y hasta de la juventud, haciéndono­s más humanos. Son la manifestac­ión de que nuestro paso por la tierra no ha sido en vano y que no somos una masa inerte, sino, entes dinámicos y activos en pleno movimiento que reciben en la piel el impacto de los acontecimi­entos, como un lienzo sobre el que el tiempo con rotundidad pinta sus trazos, certeros e inevitable­s, pero, sobre todo, imborrable­s e irrepetibl­es.

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