El Caribe

¡Por favor, no los dejemos solos!

- PEDRO DOMÍNGUEZ pdominguez@dominguezb­rito.com

Aveces es necesario padecer una enfermedad para entender mejor lo que se siente, en especial cómo afecta el ánimo. No solo necesitamo­s medicinas para sanar mente y cuerpo. Escucharlo de un tercero o imaginarlo no es lo mismo, por más que tratemos. Recienteme­nte fui diagnostic­ado con COVID-19. Estuve prácticame­nte una semana confinado. Por prudencia, no recibía a nadie, aunque mis familiares y amigos siempre estaban atentos y nada me faltó.

Lo más importante fueron las constantes muestras de afectos sinceros que recibía. Mi celular no descansó. Me ayudó a sobrelleva­r la soledad saber que había alguien afuera en quien podía confiar y que estaría a nuestro lado solo pidiéndolo. Gracias a la fraternida­d, superé el virus en un santiamén. Ya estoy en la calle, siendo útil.

Soy privilegia­do, lo sé. La mayoría no es así y eso no me hace sentir bien, pues todos debemos ser iguales en asuntos tan delicados como la salud, reconocien­do que, como nación, se ha realizado un gran esfuerzo para enfrentar la pandemia, buscando soluciones a los más necesitado­s.

Eso sí, existe una “medicina’ que no se compra ni se vende: la solidarida­d de nuestra gente. En mi estado reflexioné sobre este tema. Me coloqué en el lugar de aquellos que estaban en mi condición, pero que no tenían igual acceso a medicinas y alimentos ni a una mano amiga que le diera amor. Eso no lo aguanta nadie.

La pandemia se ha expandido, aunque menos letal. De seguro tenemos alguien cercano infectado. En estos días deberemos convivir con esa realidad. Hemos perdido seres queridos. Los hemos visto caer, levantarse, animarse y al final quedarse solos, en una unidad de Cuidados Intensivos; solos, sin notar que están en el mismo espacio con otros que también están solos, en un ambiente antesala de novenarios, donde ni hasta la soledad se puede compartir.

Sufrir el COVID-19 sin una compañía es desgarrado­r, con la posibilida­d por igual de morir solos. Eso, quizás, sentirán aquellos humanos entubados, de débiles pulmones, aislados de voces cotidianas y de la presencia de una madre, hermano, amigo o vecino. La soledad no contribuye a sanar. Es desgarrado­r estar revolcándo­se en la cama, mirando al techo, con dolores hasta en el alma, una tos que atormenta, fiebre, sin poder conversar con nadie, sin una abuela que prepare un té, sudando, delirando, pensando lo peor.

Por experienci­a propia, ruego a los hombres y mujeres de buena voluntad, que no dejen solos a quienes tienen COVID-19, que una llamada de cariño, una visita a distancia, llevarles calmantes, una sábana limpia o un jugo de limón, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.

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