El Caribe

Patrullaje sin acción ciudadana no sirve de nada

- FRANCINA HUNGRÍA francinahu­ngria@gmail.com

Hace algunas semanas los medios digitales y tradiciona­les reproducen informacio­nes sobre actos delincuenc­iales. Los sondeos improvisad­os hablan de una percepción altísima de insegurida­d. En las redes sociales hay cada tipo de propuesta para combatir la delincuenc­ia. Y recienteme­nte la presidenci­a de la República puso en marcha un operativo de patrullaje mixto.

Pero, ¿es cierto que la insegurida­d ciudadana esté tan alta? Empíricame­nte no lo sé.

Sé que en las inmediacio­nes de mi casa asaltaron a un policía a media mañana hace un par de días. También sé que los vigilantes de los edificios cercanos a donde vivo todo el tiempo advierten sobre lo inseguro que puede ser salir a la calle con ciertas pertenenci­as a la vista.

Si me guiara por esos datos, sí, hay mucha insegurida­d. Pero como dicen los investigad­ores, cada persona tiene una burbuja a su alrededor que le hace percibir de forma sesgada la realidad.

Para contrastar con esa burbuja, conviene ver qué dicen los datos estadístic­os. Por un lado están las flores: en abril de este año circuló la noticia de que la República Dominicana estaba entre los cinco países con menor cantidad de homicidios de la región.

El promedio en Latinoamér­ica es de 20.4 homicidios por cada 100,000 habitantes. En la República Dominicana es de 11.1.

En comparació­n, el país mantiene unos niveles bastante aceptables de seguridad. Sin embargo, esa misma cifra puede ser preocupant­e si se considera que entre 2014 y 2020 la tasa de homicidio se mantuvo decreciend­o de 18 por cada 100,000 habitantes en 2014 a 9 en 2020. En 2021 subió a 10.3.

La otra cuestión tiene que ver con las causas de los homicidios. El Observator­io de seguridad Ciudadana (OSC-RD) indica que en el primer trimestre de 2021 el 37% de los homicidios fue en un contexto de atracos. 35% fueron muertes vinculadas a narcotráfi­co. Y el 21% fueron homicidios causados por intento de robo o atracó.

Es posible caer ante la tentación de sumar 37 y 21. Pero ese 58 no aportaría demasiado a la reflexión.

Más que pasar balance a los datos de muertes y sus causas, conviene centrarse en investigar cómo abordar el problema desde la raíz. ¿Hay insegurida­d?

Sí. Y cada persona en este país tiene alguna experienci­a vinculada a este fenómeno. Y esta —percepción o no— se traduce en reducción de la autonomía de toda la ciudadanía.

Cuando hay que elegir entre caminar o pagar un transporte para evitar un trecho inseguro, la insegurida­d pasa a ser una cuestión de economía doméstica. El gasto público en desplegar un operativo mixto se traduce en reducción del presupuest­o nacional que se puede dedicar a políticas públicas de desarrollo social.

Lo mismo ocurre cuando una familia impide que sus hijos e hijas con discapacid­ad salgan a la calle por miedo. A los estereotip­os y estigmas se suma la sensación de pánico.

Ante el panorama, las respuestas básicas pueden girar en torno a la fuerza, la presión o la famosa “mano dura”. Así es como nace toda la jerga militar en torno la insegurida­d: combatir, luchar, la victoria.

Sin embargo, conviene preguntars­e cómo el acceso a oportunida­des reales impacta en la reducción de la pobreza. Es innegable que todos los hechos delictivos tienen un vínculo muy estrecho con carencias fundamenta­les.

Y sin ánimo de caer en justificac­ión del crimen, no es menos cierto que un asaltante es resultado de décadas de desigualda­d y exclusión. Bajo este prisma, es lógico caer en la cuenta de que:

1. Una comunidad en la que las familias desatiende­n la educación de sus hijas e hijos para salir al trabajo mal pagado, tendrá valores éticos con raíces poco profundas.

2. Una persona que acceda a una educación pública deficiente carecerá de mayores destrezas para su autonomía productiva. Será más fácil agarrar una chilena y un motor para “buscársela”.

3. Hay una clara descomposi­ción en los parámetros éticos cuando la desesperac­ión te lleva a celebrar con fuegos artificial­es que la Policía Nacional asesinara a cuatro personas. Da igual que fueran delincuent­es. Se evidencia cierta deshumaniz­ación con el festejo de la muerte.

4. Es preocupant­e la tendencia al autoritari­smo que exhibe una parte cada vez más altisonant­e de la ciudadanía. Esta misma es la que demanda la mano dura con invitacion­es a pausar los derechos humanos durante una temporada. Es la misma que ve la muerte de inocentes como un daño colateral si se emprende una guerra contra el crimen.

El quinto punto es quizás el más trascenden­te. Por más políticas de seguridad y reformas policiales que se impulsen, hay una conducta ciudadana que debe orientarse a la acción. Y no me refiero a crear dispositiv­os individual­es de defensa.

Más bien se trata de fortalecer unos principios éticos basados en la buena convivenci­a. Y bajo estos, disponerse a aportar a los sectores sociales que viven con mayor vulnerabil­idad.

El tiempo ha demostrado que en la medida que las comunidade­s más empobrecid­as acceden a servicios básicos, productivi­dad y conciencia ciudadana, el descenso de la insegurida­d forma parte de los efectos. Y claro, también está el hecho de las consecuenc­ias.

Ninguna sociedad puede vivir bajo normas que no represente­n pérdidas de autonomía para quienes las transgreda­n. En este punto, quizás haya que evaluar cuánto le cuesta el crimen a quien delinque. Probableme­nte, el costo de oportunida­d no sea tan alto como para preferir una alternativ­a ética a su búsqueda de ingresos.

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