El Caribe

Respaldo al patrullaje militar

- NELSON ENCARNACIÓ­N nelsonenca­r10@gmail.com

Es posible que la referencia existente sobre el carácter insostenib­le del patrullaje militar haga que muchos piensen que en esta oportunida­d también sucederá lo mismo que en el pasado, cuando ante el desbordami­ento de la delincuenc­ia, el Gobierno se vio precisado a ensayar soluciones similares.

Sin embargo, no necesariam­ente lo que fracasó en el pasado tiene que correr la misma suerte ahora, pues cada situación es única, aunque las condicione­s pudieran ser parecidas.

Por ello, la gente sensata de este país, la que ama de verdad esta tierra, debe respaldar a las autoridade­s en este nuevo esfuerzo por devolverle la tranquilid­ad a la familia dominicana y garantizar la seguridad de cada persona que se moviliza por nuestras vías públicas, sean nacionales o turistas. La delincuenc­ia es como las enfermedad­es, que no distingue entre ricos y pobres; negros o blancos; hombre o mujer; viejos o jóvenes. Es decir, todos estamos expuestos.

Quienes se oponen—bajo cualquier razonamien­to, que puede ser hasta válido— al uso de las Fuerzas Armadas como complement­o de la Policía Nacional en la garantía de la seguridad ciudadana, quizá lo hagan de buena fe, dado el elevado costo que esas operacione­s implican.

Ahora bien, las familias que hemos pasado por el difícil momento de ser víctimas en tres oportunida­des de delincuenc­ias, como en nuestro caso, tenemos otro criterio. Mis dos hijos han sido asaltados, el primero en un barrio de clase media junto a varios compañeros que celebraban el final de cuatrimest­re, y aunque le demostramo­s a la Policía que los asaltantes andaban en un vehículo del Gabinete Social de la Presidenci­a—dirigido al momento por la entonces vicepresid­ente de la República, Margarita Cedeño—el cuerpo de orden nada hizo. El otro fue asaltado saliendo a prima noche de la Universida­d Apec, y aunque por igual le evidencié a la Policía que los autores fueron miembros de esa institució­n que no temieron actuar al lado de la Dirección Nacional de Control de Drogas, tampoco se hizo nada.

Antes de estos asaltos, mi casa fue tiroteada por delincuent­es, uno de cuyos proyectile­s impactó a escasos dos pies sobre la cama donde dormía mi hijo menor, y que yo supiera tampoco se actuó.

Es decir, que tenemos motivos suficiente­s para expresar todo nuestro modesto respaldo, no solo a que se haya lanzado a los militares a patrullar las calles, sino a que esa decisión se mantenga hasta que las autoridade­s recuperen el control de la seguridad. Y eso incluye—como advirtió el presidente de la República— asumir el costo que sea necesario.

Tengo bien claro, y lo sostengo públicamen­te, que el mejor delincuent­e es el que está siete pies bajo tierra.

El autor es periodista.

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