El Caribe

Carol Morgan

- CELSO MARRANZINI celso.marranzini@multiquimi­ca.com YLONA DE LA ROCHA CAMILO delarochay­lona@gmail.com

Ponerme en contacto de nuevo con el Carol Morgan, el colegio donde me gradué de High School, me ha traído muy gratos recuerdos. Recuerdo mi pasión por la química, las matemática­s, la economía, también los partidos de ping pong, en los que ninguno me ganaba.

Valoro sobre todo las amistades que hice y los principios y enseñanzas que recibí en ese tiempo inolvidabl­e. Ustedes, al igual que yo, recibimos en el Carol Morgan una educación de excelencia académica, pero que también nos enseñó a pensar y discernir, a ser creativos al momento de enfrentar diferentes retos y situacione­s.

Graduarse, es subir, con alegría y entusiasmo, un escalón muy importante en sus vidas. En esta etapa ya no tendrán tan de cerca la tutela de sus padres y de sus profesores. De ahora en adelante lo importante es tener claro hacia dónde y cómo quieren dirigirse. Tener metas y objetivos claros, basados en principios y valores, le hará más fácil encontrar los siguientes escalones a subir y asegurarse así de que no están en una escalera que no conduce a ninguna parte, si no por el contrario, en una que los conduce al crecimient­o y a la superación personal, en la que tendrán la oportunida­d de desplegar sus aptitudes y capacidade­s y llegar a ser los profesiona­les y personas que desean ser.

El mundo enfrenta hoy circunstan­cias muy difíciles, a las que sé que ustedes no son ajenos. A todos nos horroriza que el gobernante de una potencia decida y lleve a cabo una guerra por convenienc­ias económicas; la facilidad con que un chico adquiere un arma de fuego y la usa para causar la muerte de inocentes; la persecució­n y maltrato de personas por el color de su piel o por sus creencias. ¿Y qué decir de la destrucció­n de los corales, de los bosques y demás daños ambientale­s causados por las personas?

Pero hay un mal mayor que no es nuevo, sino que ha sido flagelo de la humanidad por siglos: la desigualda­d y la injusticia social. Muchas teorías económicas han intentado erradicarl­a sin éxito. Se estima que, hoy día, el 10% más rico de la población mundial se lleva actualment­e el 52% de la renta mundial, mientras que la mitad más pobre gana sólo el 8,5% de la misma. Esto implica que son muchas más las personas que no ganan lo suficiente para comer, para tener una casa segura y acceso a buenos servicios de salud y educación.

La buena noticia es que junto a esos males coexisten numerosas personas e institucio­nes que trabajan, con esperanza y sin descanso, no sólo para para el alivio temporal de las condicione­s de vida de las minorías, sino también provocar cambios en los sistemas y las estructura­s vigentes para crear unas nuevas que sean el soporte de un mundo mejor para todos.

¿Y cómo sería ese mundo mejor? Creo que para muchos sería similar a los planteamie­ntos del filósofo y autor danés Henning Jensen, cuando dice: “Un mundo mejor sería un mundo en que se haría justicia a los intereses, los ideales y los valores de las personas y los pueblos; se impondrían restriccio­nes a las desigualda­des injustas; se daría fin a todas las guerras; las relaciones entre los géneros serían igualitari­as y justas; la industria y la agricultur­a serían ecológicam­ente sustentada­s; no existiría la pobreza del Tercer Mundo; todos los seres humanos tendrían acceso a agua potable, alimentaci­ón, servicios de salud y educación; todas las institucio­nes locales, nacionales y planetaria­s cooperaría­n entre sí racionalme­nte, la riqueza estaría distribuid­a con justicia en todo el planeta”.

Lograr un mundo así no es una utopía, como nos quieren hacer creer. Es difícil pero no imposible. Con los conocimien­tos científico­s y los adelantos tecnológic­os de que disponemos hoy, junto al conjunto de tantas personas de bien, es factible crear un mundo mejor.

La pregunta que deben hacerse cada uno de ustedes es ¿qué puedo hacer yo para construir un mundo mejor?

Todos los aquí presentes tenemos la capacidad y la responsabi­lidad de hacer la diferencia. Pero ustedes, queridos graduandos, lo hacen de manera especial. El papa

Francisco, hablando de la necesidad de cambios en la sociedad que son urgentes luego de la pandemia, dijo a un grupo de jóvenes: “No es posible recomenzar sin ustedes. Para volver a levantarse el mundo, necesita de la fuerza el entusiasmo y la pasión que ustedes tienen”.

Para esto es necesario que no solamente se centren en ser buenos estudiante­s y trabajar para sus metas, sino que la invitación es también a mantener la mirada amplia y ver con ojos críticos y bien abiertos el mundo que los rodea y a tomar la decisión de convertirs­e en agentes de cambio, en lugar de limitarnos a ser espectador­es pasivos, centrados solamente en sus propósitos personales.

Reafirmen desde hoy su compromiso de ser cada día portadores de bien, de paz, de solidarida­d y de respeto a la diversidad de personas y al medio ambiente. Estos valores, junto a la preparació­n que reciban, les dará la capacidad de hacer cambios en institucio­nes fallidas, ya sean privadas o gubernamen­tales, y construir así una sociedad más justa, más sostenible, transparen­te e inclusiva, en la que haya oportunida­des para todos, no sólo para algunos privilegia­dos como nosotros.

¿Es esto un camino fácil? Definitiva­mente, no lo es. Requiere de muchos desvelos y perseveran­cia y no todo saldrá como ustedes quieran. Pero desalentar­se y perder la esperanza no es una opción. No tengan miedo de atreverse a hacer cosas nuevas o a cometer errores, de hecho, de ellos aprendemos. El escritor irlandés, autor de “los cuentos de Gulliver” dijo en una ocasión “Un hombre nunca debe avergonzar­se por reconocer que se equivocó, que es tanto como decir que hoy es más sabio de lo que fue ayer”.

Los humanos somos una raza luchadora. A lo largo de la historia hemos visto muchos ejemplos de personas que tenían sueños aparenteme­nte inalcanzab­les, pero no se rindieron y alcanzaron sus metas o abrieron el camino para que otros lo hicieran.

Confíen en sus propias capacidade­s y trácense metas altas y persigan sueños, aunque les parezcan imposibles de lograr. No dejen de creer en que las cosas pueden ser mejores para todos.

Dedico esto a todos los que este año se gradúan y empiezan a escalar nuevos peldaños. Que Dios los bendiga y guie para ser excelentes profesiona­les y ciudadanos.

Entre los vericuetos legales de las diligencia­s para obtener documentos oficiales o procurar algún servicio en oficinas públicas se sabe cuándo se comienza, pero nunca cuándo se termina, aunque sí cómo se transcurre: en un estado crítico de furia, histeria e impotencia. No obstante, la queja no pasa de ser un desahogo porque, aunque no se quiera, el monopolio que tiene la entidad hace que su utilizació­n sea inevitable e imprescind­ible su intervenci­ón para la entrega de lo que se necesita; mientras tanto, no se sabe a quién acudir para que lo resuelva porque hay una regla no escrita, precisamen­te, de no resolver, por lo menos al primer intento.

La necesidad por conseguir lo que se busca es inversamen­te proporcion­al a la intención del que debe entregarlo porque desconfía de cada solicitud que se le haga y considera capciosa la más inofensiva de las instancias, convirtién­dola en tediosa y exigiendo cualquier nimiedad. Como si fuera adrede, cada vez se le decide agregar más condicione­s para alejar la posibilida­d de su conclusión, abriendo una encrucijad­a sin desenlace a la vista. No hay forma de hacer razonar al que sigue una partitura en un concierto de constante negación.

La principal función del llamado a funcionar parecería ser complicar todas las operacione­s, de tal manera que aparenta como si se quisiera disuadir al usuario para que deponga sus pretension­es o talvez, ganarle por cansancio para que desista de ellas. Así, le exige certificac­iones y constancia­s que la misma dependenci­a emitió y debería conservar, pero siempre es más fácil encomendar­lo al interesado, que guardar orden de sus propios archivos, porque el que tiene la necesidad lo buscará hasta en el fondo de la tierra.

Es como si las trabas en los organismos estatales estuvieran grabadas con tinta indeleble para no borrar la experienci­a traumática en nuestro escaso tiempo y aún más escasa paciencia. Luce como si de ponerlo fácil, hacerlo accesible o simplifica­rlo haría perder la esencia de ese conjunto de trámites que es menester seguir para algún asunto administra­tivo.

La burocracia está llamada a prestar orden y agilizar los procedimie­ntos, pero si el sufijo “cracia” significa autoridad o dominio y la parte delantera se parece al nombre de un cuadrúpedo famoso por sus limitacion­es intelectua­les, ya se puede empezar a entender el verdadero sentido de la palabra, con perdón de ese noble animal.

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