El Caribe

Poncio y la trayectori­a del heroísmo (1)

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Con alegría emocionada acudo al reclamo de Poncio Pou Saleta de reseñar su libro “En busca de la libertad. Mi lucha contra la tiranía trujillist­a”. Y reconozco que esta obra constituye una hazaña por partida doble. Primero, con verbo limpio y convincent­e nos sitúa en el tenebroso escenario de la autocracia trujillist­a. Y luego, como un legado, trae a nosotros el testimonio de una vida consagrada a la libertad y a la decencia. Con todo, pienso que el ardor sembrado en estas páginas concedería una lectura aun de más grave resonancia. Acaso la que correspond­e al relato homérico de una proeza: la silente epopeya ciudadana que ha sido el itinerario vital de Poncio.

Tataraniet­o por línea materna de Fernando Valerio, paladín de la batalla del 30 de marzo, él nos dibuja de este modo su espacio familiar: “Nací en un ambiente eminenteme­nte liberal, democrátic­o, con una familia amantísima y de gente agradable, donde se vivía siempre en permanente fiesta”.

Todavía niño, a Poncio le toca observar a José Estrella en la asonada del 23 de febrero de 1930; y contemplar, asimismo, meses después, los cadáveres sangrantes del poeta y político don José Virgilio Martínez Reyna y de doña Altagracia Almánzar, su esposa embarazada. La juventud de Poncio es sacudida por los asesinatos de la familia Patiño y del general Desiderio Arias. Luego, su vida se estremece con el crimen de los jóvenes Nicolás Cantizano y Carlos Russo, y con el homicidio de don Cheché Morel. Más tarde, con tan sólo 14 años, la brutalidad de la dictadura toca con estruendo las puertas familiares cuando su padre, Julio Victoriano Pou Pérez, es asesinado gratuita e inexplicab­lemente por los sicarios del trujillism­o.

En esa matriz de brutalidad, en ese ámbito de crueldad sin límites se madura la conciencia tierna y se endurece el despertar juvenil de Poncio. Ya después de los 20 años, él, fornido y audaz, que atraviesa a nado el río Yaque del Norte, que ha leído obras revolucion­arias como ‘ La Madre’ de Máximo Gorki, que viste con kepis militar y espejuelos negros, piensa enrolarse en la Legión Extranjera junto a un grupo de amigos, para luchar a favor de los republican­os españoles. De ahora en adelante, en Poncio se abrirá paso el concepto de libertad como una energía poderosa, a modo de un vendaval indetenibl­e que lo llevará, años más tarde, a la cúspide del sacrificio; en el extremo de una audacia lindante con los inspirados ardores de la inmolación. Estará él, entonces, erguido y dispuesto, junto al puñado de hombres en aquel fervoroso gesto patriótico que encendió las ansias de libertad de los dominicano­s.

A los 21 años, Poncio y algunos amigos —Guaroa Félix Pepín, Saúl Petitón, Julio Raúl Durán García— crean la revista ‘Atalaya’ para divulgar, según él nos dice, “las ideas democrátic­as que afloraban en nuestras mentes”. Pero la pequeña revista se extingue a las cinco ediciones, y Poncio habrá de buscar nuevas formas de lucha contra la opresión. Ahora se traslada a Mao, a la casa de su tío Fello Saleta Pichardo, y allí es detenido por primera vez, mientras baila en el Club de Damas de la sociedad maeña. Después de su traslado a la fortaleza Ozama de Santo Domingo, tras el interrogat­orio a que lo someten Negro Trujillo, Fausto Caamaño, el coronel Juan Hernández, el capitán Eugenio de Marchena y el licenciado Manuel Arturo Peña Batlle, Poncio es enviado a la cárcel de Duvergé con el objeto de conocer, según palabras de Peña Batlle, “la obra de dominicani­zación que el Jefe viene realizando en los pueblos fronterizo­s”.

La prisión en Duvergé se prolonga durante siete meses. Trujillo lo pone en libertad el Día de Reyes de 1944. Más tarde, en 1946, Poncio es apresado de nuevo por su apoyo a los movimiento­s huelguísti­cos que dirige Mauricio Báez en San Pedro de Macorís. La justicia trujillist­a lo condena a seis meses de prisión por “porte ilegal de arma blanca”. Luego, en un juicio celebrado a las seis de la mañana, con dos testigos desconocid­os y sin que el juez le preguntara siquiera su nombre, el régimen le añade un año de prisión a la pena de Poncio. El 27 de febrero de 1949, después de dos años y cuatro días en prisión (con un año y ocho meses en solitaria), Poncio es indultado. Así, acorralado por el régimen y obligado a presentars­e cada día al Cuartel General de la Policía, a Poncio sólo le quedará una opción: el exilio.

Su asilo en la Embajada de México le permite obtener un salvocondu­cto para viajar a Venezuela. En la patria de Bolívar y Miranda, él se enrola en la lucha contra Marcos Pérez Jiménez. Al caer en 1958 el régimen del dictador venezolano, Poncio reanuda sus actividade­s antitrujil­listas y forma parte del grupo constituye­nte de la Unión Patriótica Dominicana, junto a Reinaldo Sintjago Pou, Nicanor Saleta Arias, Enrique Jiménez Moya, Corpito Pérez Cabral, Francisco Canto y una veintena de dominicano­s en el destierro.

La Unión Patriótica Dominicana envía una carta a Fidel Castro, sublevado en la Sierra Maestra, solicitánd­ole su compromiso de patrocinar una invasión armada a la República Dominicana, luego del inminente triunfo de aquella poderosa revolución que Castro dirigía en el corazón de todos los cubanos. El emisario que entrega el documento es Enrique Jiménez Moya. Era el 23 de noviembre de 1958. Cinco semanas después, triunfa en Cuba el Movimiento 26 de Julio, y con ese acontecimi­ento reverdecen las ilusiones del exilio dominicano para derrocar la dictadura de Trujillo.

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F.E. Mayobanex Vargas, Poncio Pou Saleta y Delio Gómez Ochoa.

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