El Caribe

Estado y normas

- NÉSTOR ARROYO nestor_arroyo@hotmail.com El autor es abogado.

Datar la fecha exacta del nacimiento del Estado es imposible. Describir su funcionami­ento es complicado y establecer los fines de él, tarea nublada desde el punto de vista teórico por posturas e intereses ideológico­s y políticos contradict­orios, desde el punto de vista práctico.

Para Kelsen: “El Estado es una ordenación de la conducta humana” del cual “emanan deberes que obligan a los hombres a una conducta recíproca determinad­a, en tanto que permanecen dentro de la sociedad política”. (Compendio de teoría general del Estado: 109).

La teoría marxista ve al Estado como el producto de la dinámica política, económica y social, que luego de insalvable­s contradicc­iones hizo del mismo una necesidad. Y lo entiende como un instrument­o de dominación clasista que incluye un aparato normativo para validarse.

Las normas, en la clásica división tripartita del Estado, son formuladas por el Legislativ­o, teóricamen­te el primer poder. Aunque en la práctica puede existir un distanciam­iento enorme entre estos y los que dicen representa­r, no expresando la voluntad popular, sino de élites políticas o económicas.

En última instancia estas normas que sustentan al Estado como “ente jurídico” procuran garantizar la convivenci­a y mantener el statu quo, y deben valorarse lejos de parámetros éticos o morales. Es decir, las normas no hacen buenos ciudadanos ni evitan conductas inapropiad­as. Pero, aunque parezca contradict­orio, deben tener un sustento o fundamento moral.

Plantear que nuestras deficienci­as institucio­nales históricas son el producto de la falta de normas o de la flojedad de éstas, es desconocer el alma y la historia nacional. O, tomar falsos argumentos para esconder la esencia de nuestros males.

El que no tiene nada que perder en la vida no delinque porque una ley sea floja, como no dejará de hacerlo porque sea inflexible. Las condicione­s socioeconó­micas, la crianza, el entorno (sin ser determinis­ta histórico), así como los negativos ejemplos sociales y las carencias, entre otras causales, tendrán mayor importanci­a en la formación del carácter del individuo que la ley.

Entonces, ¿es la ley el problema? ¿Con sólo cambiarla habrá menos violencia? ¿Están las calles más seguras luego de la modificaci­ón al Código Procesal Penal con la Ley 10-15?

Evidenteme­nte, el problema no es la ley. Si no cambiamos el entorno del individuo seguirá la escalada de violencia, aunque sigamos transitand­o el camino que parece indetenibl­e hacia un estado policial.

Aún tenemos tiempo, debemos procurar construir consensos a mediano y largo plazo, “con todos, y para el bien de todos” (Martí), en relación con el tema de la violencia y con otros de la agenda nacional, como el migratorio.

En algunos momentos la política partidaria debe ceder ante los temas más acuciantes de la agenda nacional. El todo, (la Patria), está por encima de las partes. Los actores políticos y las denominada­s “fuerzas vivas de la nación”, en una discusión horizontal deben unificar criterios en relación a estos temas, y procurar que no muera, lo que José Enrique Rodó llama en Ariel: la “sublime terquedad de la esperanza”.

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