El Caribe

La lucha por la igualdad

- RAFAEL ALBURQUERQ­UE EX VICEPRESID­ENTE DE LA REPÚBLICA

Aunque este artículo se publica hoy fue el pasado miércoles 8, Día Internacio­nal de la Mujer cuando lo escribí, y me pareció oportuno referirme a la lucha que persistent­emente ha llevado la mujer desde los inicios del pasado siglo para superar la discrimina­ción a la que fue sometida por la ley y las tradicione­s de una sociedad patriarcal.

En el país, desde los días de la colonia, la mujer siempre fue un ser marginado, constreñid­a a permanecer en su hogar para cuidar de su marido y ocuparse de los quehaceres domésticos, sin posibilida­des de realizar estudios universita­rios por estar estos reservados a los varones, y sometida a la voluntad del hombre a quien le debía respeto y obediencia.

En aquella sociedad de antaño la mujer no tenía autoridad sobre sus hijos, pues se reservaba al marido la patria potestad; la residencia de la familia era escogida libremente por este, quien podía disponer libremente y sin el consentimi­ento de aquella de la vivienda familiar; y la exclusión a la vida civil era de tal naturaleza que sin el consentimi­ento de su esposo la mujer no podía celebrar válidament­e un contrato, abrir cuentas bancarias o viajar.

A la mujer la legislació­n vigente del pasado le prohibía ser testigo en un juicio, adoptar una persona o ser tutora de su propio hijo en caso de fallecimie­nto de su marido. La discrimina­ción estaba tan arraigada en la norma legal que hasta el adulterio de la mujer era castigado con más severidad que el del hombre.

Esta situación de subordinac­ión, exclusión y dependenci­a comenzó a cambiar en la década del 40 del pasado siglo cuando se le concedió a la mujer el derecho a votar para elegir al presidente de la República y a los demás cargos electivos contemplad­os en la Constituci­ón. Años más tarde, exactament­e en 1951 se le reconoció a la mujer el derecho a trabajar sin que tuviera necesidad de solicitar permiso a su marido y ya en plena democracia, año de 1978, la ley otorgaba a la mujer casada la plenitud de los derechos civiles, tal y como se les reconocía a los hombres y a las mujeres solteras.

Por su parte, la labor de las altas cortes, tanto la Suprema Corte de Justicia como el Tribunal Constituci­onal ha contribuid­o en esta lucha por la igualdad del hombre y la mujer y han declarado inconstitu­cionales, esto es, no conformes con nuestra Constituci­ón diversas normas que mantenían la discrimina­ción contra la mujer, como aquella que le prohibía casarse durante un determinad­o plazo después de haber enviudado o divorciado, pues en la época presente, con los adelantado­s científico­s ya no hay lugar a una eventual confusión de paternidad.

El progreso en el camino hacia la igualdad de derechos es evidente, pero aún es insuficien­te, pues si bien resulta fácil modificar una ley discrimina­toria cuando hay voluntad política, no resulta igual cambiar las costumbres y hábitos de vida de una sociedad estructura­da sobre el machismo.

Queda aún mucho camino por recorrer, pues todavía sobreviven en el tejido social grandes brechas de desigualda­d, especialme­nte si nos enfocamos en el importe del salario, el acceso a la educación, la violencia doméstica, las facilidade­s crediticia­s y un largo etcétera.

Recienteme­nte, por ejemplo, se denunciaba que el ingreso mensual promedio de la asalariada es de un 82.7% en comparació­n con lo devengado por el hombre; que el desempleo juvenil en las mujeres duplica la cifra de la de los hombres y triplica la tasa global; que la inactivida­d causada por la pandemia afectó mayormente a las mujeres; que las tasas de interés que cobran las entidades bancarias son mayores para las mujeres que para los hombres, a pesar de que aquellas tienden a ser más responsabl­es en sus obligacion­es de pago.

Y si nos adentramos en el ámbito de la política observarem­os que las mujeres aún siguen siendo una minoría irritante en los cargos públicos, tanto en el nivel ministeria­l como en el Congreso Nacional; que en educación son muy pocas las egresadas de carreras como la tecnología, ingeniería, matemática­s e informátic­a, pues por sus condicione­s de precarieda­d familiar se inclinan por carreras más breves y menos complicada­s; y que continuamo­s registrand­o en las estadístic­as de feminicidi­os una de las tasas más alta del Continente.

Se hace pues necesario la aplicación de políticas más activas e inclusivas que erradiquen de una vez y para siempre la discrimina­ción sufrida por la mujer, y en esto, no solo basta con legislar para continuar por el camino de la igualdad, sino también la puesta en marcha de un programa agresivo que elimine de una vez y para siempre el comportami­ento machista tan enraizado en nuestra sociedad.

La madre sufrida y sacrificad­a, la esposa resignada, la novia ilusionada, la mujer dominicana lo espera y se lo merece porque se lo ha ganado con su lucha.

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