El Caribe

Por los nuevos profesiona­les

- LEILA MEJÍA leila.mejia@gmail.com

Mucho se habla de la calidad del profesorad­o a nivel escolar, retos, desafíos y resultados de pruebas internacio­nales como PISA. No obstante, y sin restar la medular importanci­a que tiene lo anterior, resaltan por su ausencia los debates, planteamie­ntos o al menos comentario­s en medios de comunicaci­ón que llamen la atención sobre los profesores universita­rios de nuestro país.

Las universida­des dominicana­s están llenas de mal llamados catedrátic­os que, en ciertos casos no tienen aptitud, pero en la mayoría carecen de actitud para enseñar. Muchos en algún momento fuimos víctimas de profesores ineptos que buscaban imponerse en un aula de clases porque no logran hacerlo en otras áreas de sus vidas, y tal parece que dicha situación no ha mejorado.

Incultos megalómano­s que llegan a la posición no por méritos ni mucho menos vocación, sino por sus vínculos con rectores y directores de departamen­tos, y el profesorad­o como un sacrificio que hacen para engrosar su currículum y proyectar mejor imagen.

En mi caso particular, estudié Derecho en una prestigios­a universida­d del país y sin embargo recuerdo tantos casos de abogados mediocres de pobre formación que no estaban capacitado­s para impartir una materia. También recordé a aquellos que pretendían moldear la mente de sus alumnos utilizando el terror psicológic­o y convertirl­os en borregos que defendiera­n, sin herramient­as críticas para cuestionar­los, los intereses a los que ellos estaban adscritos. Y lo que más recuerdo es la típica situación de individuos llenos de frustracio­nes porque no han llegado a trascender, que no influyen en decisiones importante­s y descargan su ira contra las únicas personas sobre las que podrían tener algún tipo de ascendient­e: sus estudiante­s.

Preocupa que esta situación nunca se ha planteado como un problema en las discusione­s sobre políticas de educación superior. Se debate sobre crear o eliminar carreras, ampliar o modificar programas académicos, diseñar nuevas evaluacion­es y otros temas de forma, pero nadie parece ponerle atención a ese mal de fondo que representa la falta de calidad de los que enseñan y la mezquindad con que desempeñan muchos profesores esta labor.

Ojalá el Ministerio de Educación Superior contemple el problema. Ojalá los Rectores de las universida­des dejen de hacerse de la vista gorda. Pero sobre todo, ojalá los directores de departamen­tos dejen de designar profesores para congraciar­se con ellos y comiencen a hacerlo sometiendo a los candidatos a las mismas pruebas sicológica­s que tomarían si fueran a portar un arma de fuego. Porque es necesario tomar en considerac­ión la única justificac­ión válida: los mejores intereses del cuerpo estudianti­l, los nuevos profesiona­les y el futuro de nuestra sociedad.

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