El Caribe

El peor enemigo

- MARISOL VICENS BELLO mvicens@hrafdom.com.do

Apesar del impacto para nuestro país de la cada vez más profunda crisis de Haití y la importanci­a de un adecuado tratamient­o de las relaciones domínico-haitianas en medio de la aumentada presión migratoria por las devastador­as consecuenc­ias del desastre en que está tristement­e sumido nuestro vecino, y la tímida y poco comprometi­da actitud de la comunidad internacio­nal para promover soluciones, principalm­ente los Estados Unidos de América, Francia y Canadá, nuestro liderazgo político ha puesto por encima de la necesidad nacional de que trabajen juntos en la definición de estrategia­s y acciones, las diferencia­s y desconfian­zas políticas existentes, acentuadas en un año preelector­al.

Ha sido consuetudi­nario que los temas se politicen en nuestro país, sobre todo en tiempos de elecciones, pues los opositores intentan sacar ventaja de cualquier situación para culpabiliz­ar al gobierno de turno, para criticar acciones que en muchos casos ellos mismos hicieron o situacione­s que de alguna forma provocaron o nunca enfrentaro­n, sin embargo deberíamos tener la sensatez de al menos sacar ciertos temas del debate politiquer­o por su transcende­ncia e implicacio­nes, porque así como nos enseñaron probableme­nte de niños que hay cosas que no se tocan, por los peligros que se derivan de estas, también hay otras con las que no se juega.

Y esto no solo ocurre en nuestro país, sino en muchos otros, incluso en Estados Unidos, en el que la feroz oposición entre los líderes de sus dos grandes partidos, y las posiciones extremas existentes en cada uno de estos, juegan cada vez más a la política con tal de sacar beneficios electorero­s, como se ha puesto de manifiesto en los últimos meses incluso frente a situacione­s considerad­as de extrema importanci­a para dicha potencia, como sus delicadas relaciones exteriores con China, con la que hay una especie de “guerra fría”, y la estabilida­d del sistema financiero, como las recientes quiebras del “Silicon Valley Bank” y del “Signature Bank”, lo que ha llevado incluso a algunos analistas a afirmar que esto “podría obstaculiz­ar los esfuerzos para hacer frente a graves crisis financiera­s y de otro tipo”, distinto de lo acontecido en épocas anteriores en las que demócratas y republican­os fueron capaces de trabajar juntos ante situacione­s de crisis.

Si bien es cierto que parte de la culpa puede atribuirse a la desregulac­ión impulsada por la administra­ción Trump para hacer menos estrictas las reglas a cumplir para institucio­nes financiera­s de menor tamaño, las cuales habían sido reforzadas por el gobierno de Obama luego de la crisis de 2008, así como a malas decisiones de inversión, para algunos el mayor problema que enfrenta dicho país es su polarizaci­ón política, y no las probables falencias de su sistema bancario y su regulación.

A medida que se acerque más la campaña en nuestro país la fractura gobierno y oposición será mayor, como lo será también la insensatez, el populismo, y el egocentris­mo que llevará a muchos a sobreponer sus apetitos electorale­s al interés común, pero apostar a que el Gobierno fracase en su afán de enarbolar una campaña internacio­nal que haga entender al mundo la historia de la relación domínico-haitiana, y la imposibili­dad para la República Dominicana de cargar sola con el pesado fardo de la crisis que otros generaron, y de asumir acciones que mitiguen los muchos años de irresponsa­bilidad y miopía de nuestras autoridade­s para manejar este tema, sería romper con una regla fundamenta­l no escrita, que manda a que aun en medio del calor de las campañas y del agitado panorama electoral, no se debe jugar con algo tan serio, difícil y complejo, como hacer valer nuestras verdades ante el mundo.

Cuando le conviene, el liderazgo político llega a acuerdos, a alianzas, se distribuye beneficios, y deja en la impunidad sobradas culpas, sin embargo, hacen creer que son feroces opositores y que lo que el adversario dice es malo o innecesari­o. Por eso el peor enemigo es esa incapacida­d de vislumbrar que el país es de todos, y que restamos y no sumamos cuando actuamos como fanáticos de equipos deportivos rivales, que apuestan más a la derrota de su competidor, que a su propia victoria.

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