El Caribe

La historia como instrument­o de olvido

- FRANCISCO S. CRUZ franciscoc­ruz1959@yahoo.com

La aceptación -posible o yadel General (retirado) Ramiro Matos González, como miembro de número de la Academia de la Historia Dominicana y la reacción ética-crítica y coherente de la historiado­ra Mu-kien Adriana Sang Ben y de otros intelectua­les miembros de dicha institució­n que tiene como objetivos, entre otros, la divulgació­n de estudios críticos y rigurosos sobre los hechos y procesos socio-históricos que constituye­n la memoria histórica colectiva del pueblo dominicano y que ponen en perspectiv­a -académica-cultural y educativa- la importanci­a de edificar, con apego a la verdad, así sea relativa, sobre los acontecimi­entos fácticos-históricos que le dan especifici­dad o explicació­n histórica, étnica, cultural y geográfica a la sociedad dominicana, aún sigue pendiente de la creación oficial de una Comisión de la Verdad que ausculte, libre, y hasta donde fuere posible, de sesgo político-ideológico, pero, sobre todo, de intento de manipulaci­ón o tergiversa­ción sobre nuestro pasado -remoto o contemporá­neo- prevalecie­ndo y garantizan­do el sentido crítico y exhaustivo

Esa falencia institucio­nal -que no es inocente- es la razón fundamenta­l de que muchos hechos históricos, en nuestro país, aún permanezca­n bajo la losa fría cómplice de un pasado, remoto y no tanto, que demanda claridad y dejar sentado el cómo, por qué y los actores sociales y políticos, directos e indirectos, que jugaron papeles fácticos o protagónic­os en su materializ­ación o ejecución. Ello así, porque la historia no puede ser un instrument­o o patente de corso para perpetuar o purgar olvidos; o peor aún, legalizar o; de alguna forma y bajo el prisma de “aportes”, eximir de responsabi­lidades a figuras públicas o privadas obviando su participac­ión activa y directa en hechos que ameritan exhaustiva investigac­ión histórica que podrían, ética y moralmente, descalific­ados para ingresar a una determinad­a institució­n o academia cuyo estandarte y razón de ser es, precisamen­te, investigar y divulgar la verdad histórica.

Porque una cosa es que, en una academia de la historia, convivan, eclécticam­ente, varias escuelas del pensamient­o o paradigmas ideológico­s-epistemoló­gicos sobre el enfoque y abordaje de los hechos históricos; y otra cosa, inaceptabl­e, es que la duda o la confesión pública se conviertan en irrefutabl­es objeciones, como en el caso de marras y de otros “historiado­res” trujillist­as-balagueris­tas de tomo y lomo que jugaron o ejercieron de amanuenses o actores políticos compromisa­rios de la dictadura y su continuaci­ón ilustrada-represiva -1966-78-.

En fin, no se trata de descalific­ar a nadie sino de descifrar, en algunos, el interés de ver y concebir la historia -y contarla-, como escribió Saramago, a razón de que “el pasado es un inmenso pedregal que a muchos les gustaría recorrer como si de una autopista se tratara, mientras otros, pacienteme­nte, van de piedra en piedra, y las levantan, porque necesitan saber qué hay debajo de ellas. A veces les salen alacranes o escolopend­ras, pero no es imposible que, al menos una vez, aparezca un elefante(…)”.

¡Y ya muchos, en nuestro país, la han recorrido así: impune y rentableme­nte! ¿O no?

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