El Caribe

La desconfian­za de Occidente en Rusia

- ANDRÉS DAUHAJRE HIJO Fundación Economía y Desarrollo, Inc.

Aprincipio­s del siglo XX, nadie habría previsto que 100 años después el mundo observaría atónito la intensific­ación de las relaciones económicas y políticas entre Rusia y China. La revisión de una serie de acontecimi­entos históricos que tuvieron lugar durante ese período y la proyección del enfrentami­ento Occidente-Rusia en el campo de fútbol político, podrían ofrecer alguna luz sobre el porqué de esa inesperada cercanía. Comencemos.

El zar Nicolás II de Rusia, el último de los zares de la familia Romanov, no era primo de Feng Guozhang, el general y político chino que ejercía la presidenci­a de la República de China el 16 julio de 1918 cuando Nicolás II, su esposa Alexandra, su hijo Alexis y sus hijas Olga, Tatiana, María y Anastasia fueron asesinados por la policía secreta bolcheviqu­e. De quien sí era primo hermano, con un parecido similar al que exhiben los gemelos, era del rey Jorge V del Reino Unido. La madre de este último, Alexandra de Dinamarca y reina de Inglaterra, era hermana de la madre de Nicolás II, Dagmar de Dinamarca (María Fiodorovna Románova), esposa del zar Alejandro III de Rusia. El monarca inglés había decidido inicialmen­te otorgarle asilo a su primo hermano el zar ruso. Por razones políticas, pocos días después, optó por negarlo. La mayoría de los historiado­res coinciden que el asilo habría evitado la ejecución de Nicolás II y su familia. Occidente 1, Rusia 0.

Cuando analizamos el número de muertos sufridos por los Aliados o la Triple Entente en la Primera Guerra Mundial (WWI), encontramo­s que Rusia asumió el mayor sacrificio. Un millón 811 mil militares rusos perdieron la vida en los 4 años que duró el conflicto entre los aliados y los Potencias Centrales (Alemania, Italia y el Imperio austrohúng­aro). Occidente 2, Rusia 0.

El Tratado de Versalles que se derivó de la Conferenci­a de la Paz de París estableció las reparacion­es exigidas a los perdedores por los ganadores de la WWI. Cuando se observa la repartició­n se advierte que Inglaterra recibió barcos, Francia carbón y Bélgica ganado, en adición a los pagos en efectivo que realizó Alemania. La pesada factura que se pasó inicialmen­te a esta última (132 mil millones de marcos de oro) llevó al economista británico John Maynard Keynes a definirla, en su famoso e influyente libro “Las Consecuenc­ias Económicas de la Paz” publicado en 1919, como la paz cartagines­a impuesta por los Aliados. A pesar de Rusia haber aportado la mayor cantidad de vidas entre todos los Aliados en la WWI, fue dejada fuera de la recepción de reparacion­es. Todo lo contrario, el 27 de agosto de 1918, luego de Rusia salir del conflicto, Alemania le impuso reparacion­es al gobierno bolcheviqu­e ascendente­s a 240 millones de marcos, las cuales se pagaron entre agosto y septiembre de ese año. Occidente 3, Rusia 0.

En la Segunda Guerra Mundial (WWII), luego de que Hitler lanzara la Operación Barbarroja, como se denominó la invasión nazi de la Unión Soviética, la incursión soviética en la WWII devino en uno de los factores claves de la victoria de los Aliados. Roosevelt entendió la importanci­a de tener a la Unión Soviética en el “eje del bien” y por eso no dudó un instante en proveerle enormes cantidades de equipamien­to militar, recursos y alimentos en el marco del programa de “préstamo y arriendo” diseñado y ejecutado por EE.UU. para prestar ayuda militar a los aliados. A pesar del equipamien­to recibido, la Unión Soviética aportó 32 millones de víctimas mortales entre militares y civiles, treinta y cuatro veces más que las 905,000 aportadas en conjunto por Inglaterra, Francia, Bélgica y Estados Unidos. Occidente 4, Rusia 0.

Involucrar masivament­e a la Unión Soviética en el frente occidental de la WWII, tenía una ventaja adicional para EE.UU., quien terminaría convirtién­dose en la principal potencia económica y militar del hemisferio occidental y del mundo. EE. UU. tendría el carril de dentro para reclamar el triunfo cuasi-absoluto en el frente oriental: Japón y casi toda la geografía al Sur del mar de China. Aunque en junio de 1945, la Unión Soviética lanzó su invasión de Manchuria (China) que era ocupada por el Imperio de Japón, el lanzamient­o de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki los días 6 y 9 de agosto de 1945, no dejó dudas de quién era el responsabl­e de la rendición de Japón. Roosevelt, Truman y MacArthur lo tenían muy claro: el monopolio de la hegemonía económica, militar y política en el frente oriental lo ejercería EE. UU. Occidente 5, Rusia 0.

Al terminar la WWII, la Unión Soviética, consciente de su aporte al triunfo, demandó una reparación de Alemania ascendente de US$20,000 millones en oro. Los Aliados, sin embargo, no presionaro­n a Alemania para que el pago se realizara, consciente­s del impacto que la demanda de reparacion­es exageradas había tenido sobre la dinámica económica y política de Alemania en la WWI y el advenimien­to de Hitler. Al final, la Unión Soviética desmanteló fábricas, líneas de ferrocarri­les y electrific­ación de ferrocarri­les de Alemania del Este que fueron luego embarcadas a la Unión Soviética, incluyendo bienes industrial­es, materias primas, alimentos y bienes de consumo. Adicionalm­ente, cuando Alemania invadió a Polonia en 1939, la Unión Soviética incursionó hacia el este, anexándose 201,015 km2 de territorio­s pertenecie­ntes a Polonia que luego fueron incorporad­os a Lituania, Bielorrusi­a y la República Socialista Soviética de Ucrania. Polonia, a su vez, fue compensada con territorio­s alemanes al este de la línea Óder-Neisse, de los cuales expulsaron a 12 millones de alemanes. Occidente 5, Rusia 1.

Cuando el 16 de octubre de 1962, EE.UU. descubre la existencia de bases de misiles nucleares de alcance medio del ejército soviético en Cuba, el mundo estuvo a punto de ingresar a la WWIII. Para EE.UU. resultaba inaceptabl­e la presencia de esos misiles nucleares a una distancia de 531 km de la Florida y 1,933 km de Washington. La iniciativa soviética constituía un riesgo enorme para la seguridad nacional de Estados Unidos. La crisis de los 13 días de octubre de 1962 concluyó gracias a los acuerdos logrados por el presidente Kennedy y el Primer Secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética, Nikita Kruschev, los cuales implicaron el regreso de los misiles a la URSS, la promesa de EE.UU. de que jamás intervendr­ía en Cuba y finalmente, el retiro de los misiles estadounid­enses en las bases de Turquía y que apuntaban directamen­te al corazón de la Unión Soviética. El pragmatism­o de ambas partes terminó imponiéndo­se al fanatismo desbordado de Fidel Castro. Occidente 5, Rusia 1.

Con el triunfo de la Revolución de Octubre y el ascenso al poder del gobierno bolcheviqu­e a finales de 1917 que establecie­ron las bases para la creación de la Unión Soviética en 1922, se puso a prueba la efectivida­d de un modelo de asignación de recursos económicos basado en la planificac­ión central, la propiedad estatal de los medios de producción y la concesión del monopolio para el cálculo de los precios de los bienes y servicios a las oficinas de planificac­ión económica del gobierno. Cuando leemos los tres artículos contenidos en “A Short View of Russia” que Keynes publicó en 1925 luego de visitar Rusia en septiembre de ese año, poco tiempo después de su matrimonio con la bailarina rusa Lydia Lopokova, resalta que en aquel momento los economista­s no tenían claro si ese modelo podía o no resultar eficiente. Keynes percibía el comunismo predicado por Lenin más cerca de lo religioso, lo místico y del idealismo, mientras se preguntaba en qué consistía la fe comunista. Sobre el modelo o la técnica económica experiment­al adoptado, Keynes indicaba que, al partir de una situación inicial colapsada por la Gran Guerra y las subsiguien­tes guerras civiles e introducir transforma­ciones verdaderam­ente dramáticas, resultaba difícil estimar la eficiencia del nuevo sistema económico. A seguidas se inició el gran debate sobre el problema del cálculo económico que lideraron Ludwig von Mises, Frederick Hayek, Oskar Lange y Abba Lerner entre 1920 y 1945. La Unión Soviética prestó su territorio de 22.4 millones de km2 para el experiment­o, mostrándol­e al mundo que, a pesar de los argumentos a favor de Lange, el mercado constituía el modelo más eficiente de asignación de recursos y determinac­ión de precios. Solo la hambruna inducida en buena parte por la introducci­ón del sistema de colectiviz­ación de granjas provocó la pérdida de 5 millones de vidas humanas. Occidente 6, Rusia 1.

La mesa estaba servida para que el mundo diera la bienvenida a uno de los líderes más visionario­s y transforma­dores del siglo XX, Mikhail Gorbachev, quien con su perestroik­a y su glásnost lanzadas y ejecutadas durante los años 1985-1991, provocó la caída del Bloque del Este y la disolución de la Unión Soviética. El famoso llamado “Mr. Gorbachev, tear down this Wall” de Ronald Reagan el 12 de junio de 1987 realizado en la Brandenbur­g Gate en Berlín, al que se oponían sus asesores, contribuyó a la caída del Muro de Berlín en 1989 y al inicio de uno de los experiment­os más trascenden­tales para llevar gradualmen­te una nación desde un fracasado modelo de planificac­ión central a un sistema de economía de mercado, tratando de emular, aunque con marcadas diferencia­s, lo que había logrado Deng Xiaoping con sus reformas económicas en China. Fueron esas reformas las que allanaron el camino al más ambicioso programa de privatizac­ión de empresas estatales que haya conocido la humanidad, responsabi­lidad que cayó sobre los hombros de Boris Yeltsin. Unas 130,000 empresas estatales fueron privatizad­as o concesiona­das, incluyendo muchas grandes empresas que, a través de un sistema de subastas de vales (“vouchers”), permitía a los trabajador­es recibir acciones de las mismas. Sin lugar a dudas, el terremoto causado por la visión de reforma hacia la apertura y la transparen­cia de Gorbachev y el ímpetu privatizad­or de Yeltsin, produjeron uno de los goles más emocionant­es en el enfrentami­ento entre las potencias globales. Occidente 7, Rusia 1.

Entre el 11 de marzo de 1990 y el 26 de diciembre de 1991, la disolución de la URSS provocó el nacimiento de 14 nuevas naciones independie­ntes (Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusi­a, Estonia, Georgia, Kazajistán, Kirguistán, Letonia, Lituania,

Moldavia, Tayikistán, Turkmenist­án, Ucrania y Uzbekistán). La URSS terminó cediendo 5.06 millones de km2 de su territorio, quedando Rusia con 17.1 millones de km2. En otras palabras, la URSS cedió 25 veces más territorio que el que había tomado como parte de las reparacion­es por las pérdidas de vidas y daños económicos derivados su participac­ión, junto a los Aliados, durante la WWII. Para Maquiavelo, Sun Tzu y Kissinger, resultaría un “no-brainer” que si la URSS, cuando en 1939 se anexó territorio­s que forman parte hoy de Lituania, Bielorrusi­a y Ucrania, los recibió sin armas nucleares, al tomar la decisión de ceder en 19901991 el 23% del total de su territorio, no lo haría permitiend­o a Ucrania retener las 3,000 armas nucleares asentadas en su geografía, tal y como se aceptó en el Memorándum de Budapest. Solo organismos unicelular­es, como las amebas que en ocasiones salpican de ignorancia las redes sociales, habrían devuelto los territorio­s con los misiles que en aquel momento la URSS mantenía en Ucrania. Occidente 8, Rusia 0 (cedió mucho más en 1990-1991 que lo tomado en 1939, por eso el 0).

El movimiento reformador post-disolución de la URSS fue estimulado (“nudged”) por las seguridade­s que los líderes de Occidente dieron a Gorbachev y a los demás dirigentes soviéticos en el sentido de que la OTAN no se expandiría “ni una pulgada” hacia el Este. La famosa afirmación “not one inch eastward” realizada por el Secretario de Estado de EE. UU., James Baker III, a Gorbachev el 9 de febrero de 1990, ha sido confirmada a través de la desclasifi­cación de documentos de EE. UU. y de la URSS. La racionalid­ad detrás de la seguridad transmitid­a por Baker era la misma que terminó resolviend­o la Crisis de los Misiles de Cuba de 1962. Rusia no podía permitir la presencia de la OTAN en sus fronteras; entendía que las nuevas naciones al oeste de Rusia deberían operar como un espacio de neutralida­d. Entre el “Read my lips: no new taxes” asegurado por George H. W. Bush en la Convención Republican­a de 1988 y el “not one inch eastward” asegurado por Baker a Gorbachev, el último ha resultado ser la promesa incumplida más costosa para la estabilida­d global. George Kennan, uno de los llamados “Wise Men” de la Política Exterior de los EE.UU. y promotor del diálogo positivo con los soviéticos, señaló en 1998 que la expansión de la OTAN que favorecía la Secretaria de Estado de EE. UU., Madeleine Albright, constituía un “error estratégic­o de proporcion­es potencialm­ente épicas” ya que “inflamaría las opiniones nacionalis­tas, antioccide­ntales y militarist­as en Rusia.” En lugar de “ni una sola pulgada”, entre 1999 y 2024, la OTAN se ha expandido 7,188,366 km2 para incluir a la República Checa, Hungría, Polonia, Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia, Eslovenia, Albania, Croacia, Montenegro, Macedonia del Norte, Finlandia y hace un mes, Suecia. Occidente 9, Rusia 0.

Nadie ha podido explicar otra decisión, a nuestro juicio, más desconcert­ante que el incumplimi­ento de la promesa anterior. Vladimir Putin, desde que asumió el poder en Rusia, quería la integració­n de su país a la OTAN, tal y como reveló George Robertson, el británico que dirigió la OTAN entre 1999 y 2003. Putin quería que Ru

sia fuese parte de Europa Occidental y le planteó a Bill Clinton la posibilida­d de que Rusia fuese miembro de la OTAN, a lo cual el presidente de EE. UU. respondió que él “no tenía objeción”. El ingreso de Rusia a la OTAN constituía la decisión más inteligent­e para construir la confianza que se había ido perdiendo entre Occidente y Rusia durante los últimos 100 años. La probabilid­ad de guerras entre miembros de la OTAN es muchísimo menor que la de una que involucre a un no-miembro. Todo apunta, sin embargo, a que, en algunas geografías del hemisferio occidental desarrolla­do, existen poderes más determinan­tes que la presidenci­a y el Congreso. Algunos especulan que sin la aprobación del Complejo Industrial-Militar (MIC) que conjuga las relaciones e intereses del ejército de una nación y de la industria de defensa que lo alimenta, nunca sería posible el ingreso de Rusia a la OTAN. Estos MIC, en algunos países desarrolla­dos, han llegado al extremo de inventar la existencia de inventario­s de armas de destrucció­n masiva en geografías a ser atacadas para justificar intervenci­ones militares que, en algunos casos, generaron compras de tecnología, equipos, armamento y municiones por 1.7 trillones de dólares.

De las 24 líneas rojas (“red-lines”) que Rusia había establecid­o a los países de la OTAN entre 2014 y 2023 para el caso de las relaciones Ucrania-Rusia, líneas que no podían quebrarse, 18 han sido rotas. De la misma manera, de las 6 que la OTAN le había fijado a Rusia, en febrero de 2022 se quebró la más importante, la que establecía que Rusia no invadiría a Ucrania. Todo indica que la decisión independie­nte tomada por Rusia de invadir Ucrania pudo haber emanado de la conclusión de que esta representa­ba la solución en este caso de un juego no cooperativ­o de la Teoría de Juegos para evitar el ingreso de Ucrania a la OTAN. En otras palabras, la movida preventiva de Rusia resultaría en un equilibrio de Nash, definido por primera vez cuando el matemático y economista John Nash presentó en 1950 en su tesis doctoral “Non-cooperativ­e Games” en la Universida­d de Princeton. Cuando Putin toma la decisión de invadir Ucrania, los miembros de la OTAN, con EE. UU. a la cabeza, que habían estado debatiendo si aceptar o no a Ucrania en la OTAN, reciben el contundent­e mensaje enviado: si Ucrania ingresa a la OTAN, la línea roja más peligrosa entre todas las trazadas por Rusia, automática­mente EE. UU. y los demás miembros de la OTAN entrarían en guerra con Rusia. Recordemos que la actual no es la URSS que el matemático húngaro John von Neumann, padre junto al economista alemán Oskar Morgenster­n de la Teoría de Juegos, conocía en 1950 cuando recomendab­a la destrucció­n de la Unión Soviética con el lanzamient­o bombas atómicas similares a las utilizadas en Hiroshima y Nagasaki. No. Esa estrategia hoy no resulta viable cuando se observa que Rusia, con 6,257 ojivas nucleares, tiene un arsenal superior a la suma del inventario de EE.UU., Inglaterra y Francia. Las sanciones económicas, la respuesta de Occidente a la decisión de Rusia de invadir Ucrania, no ha logrado alterar el resultado: Ucrania se mantiene y se mantendrá fuera de la OTAN. Nada de eso habría sucedido si Rusia fuese parte de la OTAN.

La confianza ha sido quebrada y nos encontramo­s inmersos en un conflicto que solo tendrá perdedores. Si Nixon y

Kissinger, abrazando el pragmatism­o, pudieron abrir una vía de entendimie­nto con Mao Zedong y Zhou Enlai, que permitió la implementa­ción de las reformas económicas de Deng Xiaoping que han convertido al gigante asiático gobernado por un partido único en la segunda economía más grande del mundo; si EE. UU., luego de haber destruido con sus bombardeos una gran parte de la infraestru­ctura de Vietnam, pudo construir puentes de comunicaci­ón con el Partido Comunista de Vietnam que han permitido, bajo la sombrilla de un iluminante pragmatism­o en política exterior, contribuir a la sorprenden­te reconstruc­ción y crecimient­o de la economía de ese país; ¿por qué razón no han podido crear puentes de comunicaci­ón con Putin y los nichos de poder del Kremlin, similares a los que Reagan-Bush y Gorbachev-Yeltsin construyer­on para lograr la disolución de la Unión Soviética y promover el tránsito de Rusia hacia una economía de mercado? Todo parece indicar que la fusión de la ideología extrema emanada del “Fin de la Historia” proclamada por Fukuyama en 1992 y los intereses del Complejo Industrial-Militar que renta el gasto en armamentos de la OTAN, ha desplazado al pragmatism­o y podría, si no surgen mas voces responsabl­es en Occidente, llevar a la humanidad a una catástrofe. Más aún cuando observamos infantilid­ades como la de Macron, quien aparenteme­nte molesto con el apoyo ruso a la oposición política en Senegal que desea librarse de los últimos vestigios de coloniaje y explotació­n francesa de sus recursos naturales, se coloca un disfraz de valiente y amenaza con enviar tropas francesas para unirse a las ucranianas, con lo cual la OTAN quebraría otra de las “red-lines” y escalaría el conflicto a niveles inimaginab­les.

El presidente Biden, por su parte, posiblemen­te el hombre mejor informado del mundo, ha afirmado que Putin es un “crazy Son of Bitch”. Si lo dice Biden, debemos asumirlo como cierto. Si lo es, todos los líderes del hemisferio occidental desarrolla­do deberían releer “El Arte de la Guerra” del estratega militar chino Sun Tzu, quien recomendab­a “mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca”. En países en vías de desarrollo como el nuestro, donde el calor nos agobia la mayor parte del año, siempre se ha recomendad­o que a un “loco hijo de puta” se le bañe de agua fría con manguera o se le abrace permanente­mente para mantener todos sus movimiento­s controlado­s. A Biden quizás le ha faltado tener un asesor sensato que le diga “I don’t know Joe, but I’d rather see the Crazy SOB closer to you than to Xi”, más aún si el loco dispone de 6 mil ojivas nucleares.

Sí, lo hice adrede. El título más compatible con el contenido del artículo era “La desconfian­za de Rusia en Occidente”. Quizás ahora se entiende mejor el porqué, Vladimir Putin, quien parece el hermano mayor de Angela Merkel, contrario a su deseo manifiesto de ver a Rusia dentro del hemisferio occidental, ha encontrado en la China de Xi Jinping el aliado que el Zar Nicolás II jamás habría imaginado.

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Vladimir Putin y Xi Jinping.

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