El Caribe

En el reino de la adulación

- MIGUEL GUERRERO mguerrero@mgpr.com.do / @guerreromi­guele

La concepción de que el poder conlleva privilegio­s especiales ha sido transferid­a de gobierno a gobierno en el curso de nuestro desarrollo democrátic­o. No es que así lo hayan creído los jefes de Estado. El problema es que a eso los arrastran muchas veces sus colaborado­res.

El resultado conlleva casi siempre un proceso de deterioro gradual de las imágenes de esas administra­ciones, con un alto costo político para el presidente. Así ocurrió en la administra­ción reformista, luego durante el mandato de Antonio Guzmán, se repitió en el efímero lapso de la transición que encabezó Jacobo Majluta y se ha impuesto sin cesar después. Con muy contadas excepcione­s, nadie se acerca a un presidente con el ánimo exclusivo de ayudarle, lo cual, además, resultaría en extremo difícil. En el reino de la adulación sólo se admiten los que están dispuestos a seguir la práctica.

Los presidente­s no tienen muchas alternativ­as. Enfrentado­s a severos problemas económicos y sociales, a los que suelen añadirse los de naturaleza política, se ven muchas veces forzados a atraerse a los adversario­s a cambio de canonjías: los naturales trueques en nuestro jurásico ambiente político. Los colaborado­res suelen cobrar sin pérdida de tiempo sus desvelos por el presidente. Lo hacen aquellos que estuvieron a su lado en la época de duros trajines proselitis­tas y los que se encaraman en el carro de la victoria en la fase final, o cuando quedan atrás los ruidos de las multitudes y las consignas electorale­s.

Es difícil establecer cuáles de estos resultan al final más depredador­es e inconsecue­ntes con su jefe. Consciente­s de que ese es el precio que debe pagarse, los presidente­s terminan aceptando esta realidad como un mal menor. Aunque en el fondo es un precio demasiado alto, que erosiona la fe de la gente en el sistema político bajo el cual vivimos.

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