Reflexión entre villancicos y árboles de Navidad
Ha llegado la época del año más esperada por todos, tiempo donde los cristianos celebran el nacimiento de Jesucristo y con ello un sin número de actividades familiares y sociales.
Sin dudas es un mes en el que las personas, principalmente los trabajadores, gozan de beneficios que les permiten aumentar temporalmente sus condiciones económicas, pues reciben una regalía pascual reflejada en un sueldo número 13, y otros reciben un salario extraordinario llamado “sueldo 14”. Esta inyección produce un impacto considerable en la economía del país, en el entendido de que dinamiza el mercado con el intercambio de productos y servicios.
Como todos sabemos, el movimiento de dinero trae consigo variables de todo tipo, por ejemplo, adquirir cosas que no podemos con el salario regular, dígase ropa, comida, artículos personales y para el hogar; así como el pago de deudas. Pero en esa misma medida, el manejo de mucho dinero lleva al ciudadano a cometer excesos e imprudencias. La sensación de poseer más dinero de lo habitual induce a los ciudadanos a ingerir bebidas alcohólicas en demasía, a circular por las calles sin control, a permanecer en lugares de diversión hasta horas bien avanzadas de la madrugada, e incluso a conducir vehículos en estado de embriaguez provocando accidentes de tránsito.
Pero, vale resaltar, lo material no es lo más importante. La época de la Navidad es un tiempo que llama al recogimiento, al sosiego, al disfrute de los dones que el Altísimo ha concedido a sus hijos: la familia, el amor, la vida, la salud y la felicidad de poder arribar a un nuevo año cargado de anhelos, sueños y proyectos por conquistar. Es una época que incita a la reflexión interior para hacer de nosotros mejores personas, y acercarnos cada vez más al modelo de humanidad cristiana y caritativa que Jesucristo enseñó y esparció en tiempos antiguos.
Las Pascuas constituyen el tiempo perfecto para apelar a la recomposición social, a la permanencia de los valores humanos y cristianos, al recordatorio del amor imperecedero que Dios siempre ha transmitido y ofrecido a sus hijos.
Es por ello, que mediante estas líneas, aprovecho la víspera para suplicar a la nación dominicana que reflexione sobre el verdadero significado de la Navidad, que encuentre en lo íntimo de sus familias la cálida sensación del amor y la unión. Evitemos cometer acciones negligentes, violentas e insensatas que generen desasosiego y traigan tristeza y luto a los hogares de Quisqueya.
Solo me resta, por último, invocar al Altísimo y a nuestra Virgencita de la Altagracia, para que nos cubran con sus sagrados mantos y concedan dulce albergue y protección entre sus regazos.
¡Qué la magia de la navidad inunde cada hogar dominicano, para que recibamos el 2018, cargado de paz, prosperidad y bendiciones. ¡Amén!
¡Feliz Navidad!