Siete de julio, pinceladas de una vida
El hospital Padre Billini
Cómo llegué allí, de verdad no lo sé. Puedo asegurarte que no hice solicitud alguna, ni expresé a nadie que tuviera deseos de trabajar. Y a decir verdad no lo necesitaba para mi sostenimiento en el colegio ni en la universidad. Todo aquello lo tenía asegurado.
Sí, ya había adelantado que era un buen estudiante. El director del hospital lo era el doctor Fermín Pérez Plácido, uno de mis protectores desde que me inicié en la facultad y al final mi padrino de tesis. Aunque nunca se lo pregunté, siempre tuve la creencia de que él tuvo algo que ver en esto.
Un buen día me llegó al colegio el nombramiento como practicante en dicho hospital. El sueldo era de sesenta pesos mensuales, buen dinero en ese tiempo lo que me permitió vivir con más holgura e ir economizando algo y comprar algún equipo para el posterior ejercicio de mi profesión. Qué buenos tiempos aquellos a pesar de todo.
Allí tuve maestros como el doctor Barón Ortega, toda una vida jefe de Consulta Externa y Emergencia; el doctor José García Fajardo, militar retirado de carácter fuerte y una especie de patriarca querido y respetado por jóvenes y viejos. Los doctores Luis José Soto Martínez y Luis Amiama, jefes de Cardiología y su ayudante Julito Santana, los tres amigos inolvidables que estuvieron en Higüey y firmaron como testigos en la ceremonia de nuestro matrimonio.
La doctora Rodríguez Lara, cirujana. El doctor Contreras me hizo su asistente y me obligó a practicar la dermatología. Yo le decía que a un raquiñólogo nunca lo llamaban por una emergencia y aunque fue obligado por mi maestro y con poco entusiasmo, ha sido una rama de la medicina que más he practicado.