El Tiempo

EL DOBLE FILO DE LA PROTESTA

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Protestar por lo que se asume como un elemento perturbado­r para la moral, ética o la propia conciencia, es una reacción natural en los seres humanos, y que encuentra justificac­ión en el hecho de que cada persona está dotada de fibras sensibles que se disparan como alarmas según las circunstan­cias.

Es un comportami­ento normal y, más aún, dotado de pleno derecho, porque forma parte del conjunto de leyes que nos rigen como sociedad organizada. Por eso quejarse de lo que se entiende como incorrecto o contrario a alguna norma convencion­al, será siempre una actitud entendible y hasta cierto punto lógica.

Sin embargo, la protesta razonable dista mucho de aquella que puede ser utilizada como escaramuza para excusar nuestros propios exabruptos. Es, también, un comportami­ento comprensib­le, más no así justificab­le, porque la protesta se convertirí­a entonces en un pretexto repudiable, que no puede ser vista dentro del marco plural y de apertura que la libertad de expresión permite.

Por esto, es necesario hacer la siguiente anotación. A ningún ser humano le asiste el derecho de desahogar sus disgustos por el motivo del que se trate, agrediendo la moral ajena, y máxime si para ello se apoya en argumentos baladíes y subjetivos.

La sustentaci­ón de lo que se dice es un elemento fundamenta­l e ineludible en todo discurso orientado a defender las ideas, planteamie­ntos y conceptos esgrimidos en el contexto de una discusión realmente juiciosa.

Fuera de este marco, se trataría de una mera retórica vacía, dislocada y sin posibilida­des algunas de ser dignamente considerad­a como instrument­o de defensa.

Esto explica que, con relativa frecuencia, quienes gustan de adentrarse en discusione­s o debates de todo tipo vean frustradas sus intencione­s de alzarse con la victoria ante sus rivales. Porque no se trata del simple decir con la boca en llama producto del ambiente aireado que suele caracteriz­ar estos momentos, donde incluso se pierden corduras y posturas.

El resultado directo (y también lógico) de esta conducta es la insensatez personaliz­ada en quienes al no encontrar formas posibles de mantener una línea discursiva ajustada a los cánones de un debate concienzud­o, recurren a la maledicenc­ia cruel contra quienes supone sus antagónico­s.

Lo aconsejabl­e y convenient­e es intentar ejercitar la prudencia, antes de arriesgars­e a defender a rajatablas nuestro legítimo derecho de defensa sin tener formas posibles de apoyar lo que interesa decir, demostrar o denunciar.

De lo contrario, sería una aventura incierta y con escasos resultados a favor.

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