El Tiempo

El árbol que no daba frutos

Sin ninguna importanci­a (4)

- ERNESTO RIVERA (DUKE)

Es que en el fondo se saben culpables; y lo peor de todo es que se aferran a su posición sin darse cuenta lo atrás que se van quedando, porque todo a su alrededor cambia y sólo ellos no cambian.

Cambia la mentalidad del obrero que se vuelve consciente de sus derechos y los exige; cambian las legislacio­nes y hasta los propios hijos cambian, llegando a convertirs­e en jueces, y bien severos de sus propios padres.

Estoy cansado, dice al fin con un largo bostezo y dispuesto a irse a la cama.

No te preocupes mi vida, le interrumpe la esposa, todo esto pasará; Dios no se ha ido del lugar en donde ha estado siempre y no es posible que no cambien las cosas algún día para bien. A propósito, aquí hay un poco de caldo que me pasó la vecina, me dijo que era para el niño, pero vaya la cantidad que me trajo.

La pobre es tan buena y sabe por la que estamos pasando. Anda, cena y acuéstate, se ve que estás cansado; algo me dice que mañana hallarás trabajo y cambiará nuestra situación.

Ah, mi mujercita querida, déjame darte un beso, siempre tan buecuya na y comprensiv­a. Qué hubiera sido de mí, de no darme Dios una compañera tan dulce y cariñosa como tú.

Y terminada la cena, Fernando se durmió profundame­nte con una sonrisa plácida jugándole entre los labios. En tanto la fiebre consumía sin piedad el cuerpo de Carlitos.

Ya se filtran las primeras luces del alba por los tragaluces de la ventana, llenando con sus reflejos la humilde habitación. Con el pregón afanoso de los vendedores callejeros empieza a llenarse de vida la barriada.

La madre moja con sus lágrimas la frente sudorosa de su hijito. Y el padre duerme tranquilo, soñando quizás con la pronta solución de sus problemas.

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