Desactivando las agresiones Ángel Leonardo Rojas Peralta
Me perturba a veces cómo las situaciones cotidianas pueden moldear nuestro temperamento. Un simple contratiempo mañanero nos basta en ocasiones para desarrollar, durante todo el día, reacciones agresivas que nos mantienen a la defensiva, propensos a las confrontaciones, a discusiones por cuestiones triviales. Especialmente los tercermundistas, vestidos de la “queja” permanente, magnificamos asuntos que no son más que recuadros comunes de la película de nuestra vida.
Llevar solos la atención a nuestras reacciones diarias y permanentes es una tarea que requiere de mucho esmero, y solo en el ejercicio de ser pausados nos es posible llevar cierto control. Al ser envueltos por el trabajo y los quehaceres es muy fácil caer en actos impulsivos, en brindar respuestas que quizás no son necesarias, en desproporcionar las reacciones.
Como estrategia, suelo levantarme pensando en que cada uno lo hace con sus propias incertidumbres, con sus compromisos y puntos de vistas particulares, así me doy la oportunidad de ponerme en el lugar del otro, entender que mis situaciones solo son conocidas por mí y que las de los demás me son desconocidas. En tal sentido, me brindo la oportunidad de no enjuiciar los actos de las personas sin antes pensar que cosas las dirigen a sus procederes en el momento de interactuar conmigo.
No todos poseen la claridad para no dejarse afectar del mal ánimo de otros, el don de quizás hasta sonreír frente a una persona enojada y encerrada en sí misma, pausarse y no seguir el efecto dominó de las agresiones. Particularmente, esto es algo que me cuesta, pero cuando lo logro puedo establecer con claridad la enorme diferencia y los resultados positivos para mí, para todos en mi entorno.
He experimentado que todos, aun el de rostro más frío y serio, tras recibir una cortesía, una sonrisa, cambia radicalmente su postura, por lo menos desiste en su tosquedad y se convierte de repente en alguien más receptivo. Aunque no es posible conocer los pensamientos de la gente, si es viable condicionar el ánimo de sus respuestas hacia nosotros haciendo uso de la amabilidad y el respeto. No importa cuán abatidos nos sintamos, obtendremos mejor reciprocidad si trabajamos en el esfuerzo de no permitir que nuestras situaciones definan nuestro ánimo para relacionarnos con los demás.
La amabilidad no es un sinónimo de debilidad, mucho menos pedir excusas, tampoco no reaccionar con violencia a una agresión es cobardía. Todo esto no es más que la propiciación heroica de ambientes fructíferos donde la convivencia nos permita bajar las tensiones y se dejen de generar agresiones destructivas.