El Tiempo

El árbol que no daba frutos

- ERNESTO RIVERA (DUKE)

Como una enorme sierpe reptando por la playa, se veía desde el risco la procesión con las antorchas encendidas. Perdona a tu pueblo, Señor… decían las plegarias que llenas de fe y de esperanza se elevaban al cielo, mientras un sofocante calor de cuaresma impregnado de olor a cera derretida llenaba la noche.

Manuel estaba sentado sobre un peñasco contemplan­do las olas deshacerse en espumas sobre la blanca arena de la playa. Había muerto ya el sol de aquel tranquilo y piadoso Viernes Santo y Manuel, casi embotados los sentidos por el alcohol meditaba sobre lo que había sido su vida.

Veíase en el tiempo, de niño cuando su madre le enseñaba a balbucir las palabras del Padre Nuestro; luego la inocente alegría de su Primera Comunión, y aquel gran crucifijo de madrea colgado en la pared justo sobre su cabecera. Cuántas veces se arrodilló lleno de fervor ante aquel Cristo y le contó sus penas. Y cuántas veces se levantó de allí reconforta­do a comenzar de nuevo.

Ahora, precisamen­te en aquella noche del Viernes Santos estaba solo. No estaba con él el Cristo de su cabecera para consolarlo.

Allá, sobre el peñón, su casa aparecía sombría. Aquella casa. Escenario de tantas orgías donde su boca mordió mil veces los labios de aquella pecadora, única causa de su desventura; la que lo había convertido en un desecho humano, y ahora en su sacrilegio.

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