Nos castraron el cerebro para dominarnos
En su libro Sapiens, de animales a dioses, Yuval Noah Harari cuenta: los primeros ganaderos mantenían a sus cerdos cerca de sus asentamientos mutilándoles el hocico, donde tienen una gran sensibilidad. De esa manera, cuando intentaban horadar la tierra como método para conseguir alimentos, sentían el dolor y dejaban de hacerlo. Así, dependían de los ganaderos y no se alejaban. Todavía se usa colocar anillos en el hocico de los animales para que no hagan daño en el terreno al seguir su instinto.
Del mismo modo, el dolor psicológico ha sido utilizado como método de dominio, para mantener cerca de sus amos a seres humanos. Así como en el cerdo la sensibilidad de su hocico tiene que ver con su forma de supervivencia, las ideologías antiliberales se obsesionan con dos principios vitales humanos que, ligados de manera fundamental con las emociones mutilan, porque si se siguen libremente, causan cierta aflicción: la libido y el afán de lucro.
Mediante la culpabilización y la mitología, naturalista o teísta, gran parte de la política como dominación se sustenta en la autoflagelación de los individuos respecto de estas dos tendencias, después de que se les haya plantado la culpa en el proceso de aprendizaje.
Eso no es, por supuesto, nada natural. Pero ese no es el problema, sino la falsedad de esa culpa, y la forma en que condena al hombre a quedarse cerca de distintos "granjeros".
Sólo meditemos un instante en cómo es visto un ser humano que no tenga una religión, un partido político, un equipo de deporte, un dios, no se case, un club social, esto es, un individuo libre de instituciones, creencias e ideologías, capaz de diseñar una cosmovisión propia. De seguro será visto y tachado por los demás como inadaptado social, huraño, raro.
Empero, ¿no son éstos calificativos similares a los que les decimos a los cerdos libres: salvajes, cimarrones, no domesticados? Todas estas parafernalias inventadas por grupos de poder, esto es granjeros, son anillos colocados en nuestros cerebros, para evitar que busquemos alimentos escarbando en la tierra del conocimiento, y así obligarnos a quedarnos dependiendo de lo que ellos nos dan como recetario de vida. Una manera de castrarnos el cerebro para dominarnos.