DANIELA EN EL COSMOS
NOMBRADA LA MEJOR CHEF FEMENINA DEL MUNDO 2019, LA MEXICANA DANIELA SOTO SABE QUE «LA FELICIDAD NO SOLAMENTE ES IMPORTANTE, TAMBIÉN PODEMOS ESPARCIRLA»
La primera vez que Daniela Soto-Innes vio la cocina apenas sabía gatear. Al fin y al cabo ese era el lugar de la familia, de la alegría, donde todo lo de verdad pasaba. La gran abuela lo sabía; mayoreaba con la certeza de sus tantísimos conocimientos heredados de las cazuelas, las tortillas, las carnes, los moles. Por eso cuando la niña mexicana decidió ser cocinera no pareció un afán desacertado: era una pasión burbujeante, ancestral, que atravesaba su vida toda. Hoy es la mejor del mundo. Sí, ella recuerda. Su bisabuela había ido a la escuela para aprender de cocina, y su abuela dedicó parte de sus días a los quehaceres de la panadería. Solo su madre pareció salirse del giro familiar para ejercer como abogada; no obstante, la vocación de chef persistió en ella como murmullo crepitante y lo transmitió a su hija. El linaje no cejó, ni siquiera cuando debieron cambiar de país. Daniela cruzaba la primera década de vida cuando le llegó un gran cambio. De México fue a vivir a Texas. Aun así, la comida seguía siendo un cordón nutricio con su identidad, insuperable en el arte de ir perfilando sus aspiraciones. Por eso decidió aprender más, mucho más, del mundo todo, y enrumbó sus pasos. Tenía quince años cuando ingresó a Le Cordon Blue of Culinary Arts de Austin. Las técnicas que había acaudalado en casa se fueron fusionando con los saberes de academia. De ahí caminó por Estados Unidos y Europa haciendo pasantías en diversos restaurantes. Siguió cociendo a fuego lento pero decidido, un talento cada vez más visible. Pero, con todo ello, vino también cierta desazón: el ámbito de los fogones resultó ser árido, poco amigable, nada festivo, nada parecido a ese cuarto lleno de felicidad, diversión y buenas energías que aderezaron sus experiencias de infancia. Fuera del hogar las cocinas eran casi siempre lugares hostiles, llenos de gritos demandantes, pedidos a contra-hora lanzados con amargura, estrés, impersonalidad... Lo ha dicho: «Me di cuenta rápidamente que la mayoría de las veces, si no es que todas, el campo de la hospitalidad era el menos hospitalario para trabajar. Que a pesar de que los chefs estaban haciendo felices a sus comensales y estaban creando memorias increíbles, estaban haciendo lo opuesto con sus equipos. Decidí que si algún día tenía mi propia cocina sería más como las cocinas en las que crecí, llena de alegría, felicidad y comunidad. Me prometí
-Tenía quince años cuando ingresó a Le Cordon Blue of Culinary Arts de Austin. Las técnicas que había acaudalado en casa se fueron fusionando con los saberes de academia.