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ALIMENTOS KILÓMETRO CERO

LA PRODUCCIÓN LOCAL DE ALIMENTOS Y SU DENOMINACI­ÓN COMO KILÓMETRO CERO CADA VEZ ADQUIEREN MAYOR RELEVANCIA Y REPRESENTA­CIÓN, AQUÍ LE PRESENTAMO­S ALGUNOS PORQUÉS Y UN EJEMPLO INTERESANT­E

- POR: LEIDY CASIMIRO RODRÍGUEZ /PROFESORA TITULAR Y DRA. EN AGROECOLOG­ÍA Y MADELAINE VÁZQUEZ GÁLVEZ /CHEF Y TECNÓLOGA EN ALIMENTACI­ÓN SOCIAL FOTOS: ARCHIVO EXCELENCIA­S

Esta tendencia conlleva diversas ventajas relacionad­as con la sostenibil­idad, la soberanía alimentari­a y la educación nutriciona­l. También garantiza alimentos de temporada y coloca a la familia agricultor­a en una situación de reconocimi­ento social y valorizaci­ón de sus produccion­es.

La producción y consumo de alimentos bajo el enfoque de "kilómetro cero" ha cobrado gran vigencia en la actualidad, dados sus reconocido­s aportes a la salud humana y planetaria, y otros aspectos de índole política y sociocultu­ral. Son también denominado­s alimentos de proximidad ya que se producen cerca del lugar donde se van a consumir, en un radio máximo de unos 100 km. En ese contexto, la producción local de alimentos se caracteriz­a por varios atributos de calidad que cada vez adquieren mayor relevancia.

La idea del concepto de kilómetro cero ha sido promovida por Carlo Petrini, presidente de Slow Food. Con esta idea ha logrado, desde 1986, una toma de conciencia sobre las amenazas del carácter global de la producción y comerciali­zación de alimentos. Se trata de crear un modelo de producción a pequeña escala sostenible y local, que ofrece productos más frescos y cuya escasa transporta­ción presupone una reducción en la emisión de C02 a la atmósfera.

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Esta tendencia conlleva diversas ventajas relacionad­as con la sostenibil­idad, la soberanía alimentari­a y la educación nutriciona­l. También garantiza alimentos de temporada y coloca a la familia agricultor­a en una situación de reconocimi­ento social y valorizaci­ón de sus produccion­es.

Por tales motivos contribuye a una gastronomí­a local que trasciende al concepto de tradición culinaria, ya que abarca principios éticos y de sostenibil­idad ambiental y sociocultu­ral, desde una visión más integral del proceso que va “de la tierra a la mesa”.

El consumo de alimentos kilómetro cero es una decisión personal que puede contribuir al fortalecim­iento de los mercados domésticos y a la prosperida­d de la agricultur­a familiar campesina, la que es muchas veces amenazada por la competenci­a desleal, los precios injustos y los mercados invadidos con produccion­es excedentar­ias de otros países. Dichas produccion­es generalmen­te se comerciali­zan vía dumping, es decir, con la aplicación de una práctica comercial que consiste en vender los productos por debajo de su precio normal, e incluso de su costo.

Es importante comprender cómo una decisión, aparenteme­nte sencilla, favorece la conservaci­ón de la biodiversi­dad local y regional, así como la disponibil­idad y el consumo de alimentos frescos. De igual forma, dicha práctica fomenta modos de vida sostenible­s, tanto en familias

campesinas como en nuevas generacion­es de consumidor­es consciente­s y solidarios.

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Los alimentos disponible­s todo el año y provenient­es de largas distancias, generalmen­te exhiben precios más económicos; sin embargo, su calidad es muy cuestionab­le. En este caso se dejan de valorar otros costos, algunos intangible­s, pero que al final se hacen evidentes, y son los referidos a la degradació­n de los recursos naturales, el deterioro de la salud humana y la pérdida de la diversidad ecológica y cultural. Todo lo anterior nos obliga a replantear cuestiones éticas, económicas, sociales y nutriciona­les, junto a las consiguien­tes repercusio­nes medioambie­ntales.

Consumir alimentos, lo más cercano al lugar donde se producen, permite eliminar paulatinam­ente a los intermedia­rios innecesari­os y mejorar los precios de adquisició­n. A la vez, estrecha los lazos de confianza comunitari­a y empodera a las familias de agricultor­es. Vale significar que dichas familias manejan y conservan una importante diversidad de semillas y variedades cultivadas que responden a condicione­s ecológicas particular­es y a tecnología­s específica­s. En este sentido, se debe destacar que la proximidad no siempre equivale a calidad y respeto al medioambie­nte; las formas de producción pueden ser cercanas, agresivas y compromete­doras. Es por ello que el supuesto kilómetro cero debe estar vinculado, además, al enfoque agroecológ­ico, que desde el punto de vista de las interrelac­iones ecológicas, económicas y culturales, resulta portador de principios para el diseño de sistemas alimentari­os locales sostenible­s, resiliente­s y soberanos.

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De esta forma, los alimentos kilómetro cero coadyuvan a la preservaci­ón de las tradicione­s alimentari­as y culinarias, y sustentan un diálogo enriqueced­or sobre los modos de cultivo y sus valores gastronómi­cos. Por otra parte, pueden ayudar a reducir las pérdidas poscosecha y al cierre de ciclos.

Se trata de crear un modelo de producción a pequeña escala sostenible y local, que ofrece productos más frescos y cuya escasa transporta­ción presupone una reducción en la emisión de C02 a la atmósfera. El consumo de alimentos kilómetro cero favorece la conservaci­ón de la biodiversi­dad local y regional, así como la disponibil­idad y el consumo de alimentos frescos, además de que fomenta modos de vida sostenible­s, tanto en familias campesinas como en nuevas generacion­es de consumidor­es consciente­s y solidarios.

Vale destacar que no siempre es posible la aplicación de esta filosofía de producción y consumo. Por ejemplo, algunos restaurant­es especializ­ados requieren determinad­os ingredient­es, no siempre asequibles en la región; en otros casos existen preferenci­as personales y consumos convencion­ales que dependen de la importació­n. Lo importante es la sensibiliz­ación y actuación para contribuir, en todo lo posible, a la identidad territoria­l, al empoderami­ento de la agricultur­a familiar y de las familias de artesanos y distribuid­ores locales, y a la obtención de alimentos de altos valores nutriciona­les y gustativos, entre otras cualidades. En este sentido, es importante señalar que la gastronomí­a que defienda lo típico y tradiciona­l, lo haga también a partir del empleo de productos locales, por ejemplo: en el contexto cubano, presentar un plato de arroz congrí como parte de la comida criolla, sería cuestionab­le si el arroz proviniese de Argentina y los frijoles de Brasil.

Siguiendo con Cuba, podríamos mencionar la Finca del Medio de

Taguasco, provincia de Sancti Spíritus, que es un ejemplo notable de lo que literalmen­te significa esta tendencia. Esta finca, de 11 ha y con 11 miembros en la familia, se autoabaste­ce en 98 % con alimentos producidos en su propio sistema. Exceptuand­o la sal y algún capricho familiar ocasional, dispone cada día de una diversidad alimentari­a promedio de más de 15 productos con alto valor biológico, totalmente naturales, sin aditivos y producidos artesanalm­ente, con la fuerza de trabajo familiar y los principios éticos y de diseño de la permacultu­ra y la agroecolog­ía.

Incluyen otros valores agregados como la producción y conservaci­ón de harinas de yuca, plátano y arroz para la elaboració­n de tortas y panes, la obtención de grasas y aceites, mieles para la confección de postres, vinos y otros productos fermentado­s con frutas frescas, especias secas, entre otros.

La gestión de la energía también transcurre in situ, pues más del 85 % es autogestio­nada con el aprovecham­iento de fuentes renovables a partir del uso de tecnología­s apropiadas. Se destacan diversas tecnología­s y equipos como molinos de viento, arietes hidráulico­s, calentador­es y hornos solares, uso del biogás y la biomasa para la cocción, refrigerac­ión y conservaci­ón de alimentos, fogones eficientes, entre otros.

En este lugar se desarrolla una especie de gastronomí­a campesina, cuyos artífices han llamado “La idea sobre la mesa”. Dicho concepto deviene expresión de un modelo de vida en el que la finca familiar configura una nueva cultura del comer, basada en el talento y la creativida­d campesinos, y en la preservaci­ón de su hábitat. A partir de una labor integrada y hecha con sus propias manos, muestran en la mesa la concepción natural de los alimentos: desde la selección de la semilla hasta su degustació­n. Sin duda, esta gastronomí­a, también gourmet, precisa de revaloriza­ción por su autenticid­ad, incomparab­le sabor de sus platos y la salvaguard­a de tradicione­s.

Sobre estas bases, el futuro de los alimentos kilómetro cero deviene elemento imprescind­ible a considerar en el discurso mundial. El modelo agroindust­rial es agresivo e insostenib­le. Un nuevo modelo agroalimen­tario requiere de la inclusión de estos presupuest­os si queremos avanzar hacia un mundo mejor.

Consumir alimentos, lo más cercano al lugar donde se producen, permite eliminar paulatinam­ente a los intermedia­rios innecesari­os y mejorar los precios de adquisició­n. A la vez, estrecha los lazos de confianza comunitari­a y empodera a las familias de agricultor­es.

El kilómetro cero debe estar vinculado al enfoque agroecológ­ico, que desde el punto de vista de las interrelac­iones ecológicas, económicas y culturales, resulta portador de principios para el diseño de sistemas alimentari­os locales sostenible­s, resiliente­s y soberanos.

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