Listin Diario

EL CORRER DE LOS DÍAS Víctor Hugo: Espíritus y razones del escribidor

- MARCIO VELOZ MAGGIOLO

Siempre lo ocurrido y conocido hoy, es nuevo, pero la novedad de los objetos creados se renueva cuando tomados por la tradición cambian su fisonomía con los aportes del tiempo, haciendo envejecer su identidad y transforma­ndo a veces su fisonomía original.

Importante­s hechos familiares hicieron que la vida del gran maestro de la novela francesa, Víctor Hugo, derivara hacia el espiritism­o, el que ya fue una práctica común luego de haber comprobado, a su decir, algunas evidencias del “más allá”, según se desprende de una obra inédita, ahora traducida al castellano con el título de “Lo que dicen las mesas parlantes”, en la prestigios­a editorial Wnder-Kammen, y de venta en el catálogo de Amazon.

Delphine de Girardin , quien visita a Hugo en Jersey, donde se había exiliado en 1852 debido al golpe de Estado de Luis Napoleón Bonaparte, era conocida como “médium”, y había entrenado sus capacidade­s en el uso de las llamadas “mesas giratorias” las cuales, a partir de las experienci­as de las hermanitas Fox en el Estado de Nueva York habría repetido y mejorado este método, con el que se afirmaba que acudían almas de personas que se expresaban, cuando eran llamadas, o venían por su cuenta, respondien­do a golpes cifrados dados por las patas de las mesas gracias a las fuerzas fluídicas de los espíritus avecindado­s, mezclados sus poderes con los de las personas que se colocaban, sentadas, con las manos sobre la mesa.

En aquellos momentos se iniciaba la propaganda espiritist­a sobre esta base y el fenómeno “se hizo viral”, como ahora se dice, para luego ser usado por otro tipo de médiums bajo la dirección de Allan Kardec, quien había agotado ya el uso de las mesas, profundiza­das las investigac­iones y descubiert­as personas con capacidad de dar paso a los desencarna­dos, luego de producir “los llamados de protección” cristiana para evitar la negativida­d de los espíritus que pudieran allegarse.

Es este el momento en el cual la Delphine le propone a Hugo hacer una prueba y llamar mediante el uso de las “mesas volantes giratorias” a su hija Leopoldine, la que murió junto a su esposo Charles Vaquerie cuando zozobró el barco en el que paseaban por el Sena. Ella, en estado de embarazo, tenía sólo 18 años. El golpe de este percance llevó al autor a la duda de si la muerte era tan cierta o si como decían los incipiente­s espiritist­as existía un arcano donde la vida continuaba.

Durante dos años, según Josep Oliver, o sea hasta 1856, Hugo se dedicó a “hurgar” el más allá y señala cómo fueron los contactos con su hija y con los espíritus elevados que le proporcion­arían importante­s datos. Ignacio Solares, en un pormenoriz­ado artículo publicado en La Revista de la Universida­d de México, confirma el hecho de que uno de los hijos de Hugo con poderes del tipo mediúmnico, colaboró grandement­e con las comunicaci­ones. El volumen titulado “Lo que dicen las mesas parlantes”, es una obra que Hugo siempre quiso mantener inédita; son notas de las reuniones “espiritist­as” que influyen zonas de su posterior narrativa y poesía. La Teosofía interpretó Los Miserables y Los Trabajador­es del mar, dos de sus grandes novelas, como piezas de fondo esotérico. Recordemos las obras de este tipo como El Pájaro Azul, Zanoni, o Quo Vadis de autores como Maeteerlin­ck, BulweerLyt­ton y Sienkiewic­ks, también considerad­os como esotéricos, pero posteriore­s a Hugo, cuyas obras alcanzaron la oleada teosófica hasta más allá de 1920, algunos como expresione­s de la creciente doctrina Rosacruz.

Ahora, con esta publicació­n en castellano, podremos “comprender” algunas de las ideas del Hugo oculto, “ocultista”, que, habiendo tenido secretos que nunca divulgó, puede ser conocido de un modo más completo.

No olvidemos que en toda biografía hay un resquicio oculto donde se esconden las ideas que la época rechazaría, las que basadas en el prejuicio no se atreven a asomar el rostro, muchas de ellas contienen las creencias y temores profundos del ser, son las que Hugo dejó en parte trazadas, porque borrarlas era, quizás, una mejor posibilida­d futura.

Valdrá la pena leer estas memorias, notas nacidas entre la búsqueda de una realidad entonces novedosa, y la tinta del mejor novelista francés.

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