La advertencia de Borges y el consejo de Ortega
HOSTIGAR LA MODORRA
Como aconsejaba Ortega y Gasset, “uno tiene la obligación de despertar la atención de los desatentos y hostigar la modorra de la conciencia popular con palabras agudas e imágenes tomadas de ese mismo pueblo para que ninguna simiente quede vana”. Hay que despertar la atención de los desatentos, justo ahora, cuando más necesitamos hostigar el letargo, la indiferencia. La gran fortuna de un columnista es la credibilidad de su firma, ya se sabe, pero también tiene que ver con su capacidad para motivar, incitar, informar con salero y estimular reacciones ciudadanas de las buenas. Por eso, hay que seguir a Ortega sin descuidar a Gasset, hostigar la modorra, y despertar de una vez la atención de los desatentos. Si una luz tiene y han tenido los gobiernos del PLD, la irradia su equipo económico-monetario. La tranquilizadora confianza que inspira Héctor Valdez Albizu y el equipo monetario en las instancias sociales, productivas, y las de fácticos poderes ha dado sus frutos. Y miren que no ha sido fácil, pues desde el mismísimo agosto 2004, hace ya trece años, cada tres meses y dos días, un nuevo equipo de economistas de la oposición presagia el derrumbe (“seguro y definitivo”) de la economía, el fin de la estabilidad macroeconómica, y además, lo hacen con la misma errática certeza con que Francis Fukuyama pronosticó el fin de las ideologías, o algo así. Según los señores, la estabilidad macroeconómica del país debe explotar como si el PPH (PRM) gobernara, que es mucho decir. Ni siquiera la grave crisis hipotecaria y financiera de Occidente, ni siquiera los excesos en el gasto que una jodida reelección conllevan, han logrado hacer realidad el sueño o más bien la pesadilla de los sepultureros: ver rodar alguna vez por las alcantarillas de La Zona la estabilidad de nuestra macroeconomía. ¡Zafa! ¡Aves de mal agüero!
EL HELADO EN PALITO
Hasta la llegada de la democracia, en 1978, muchos pensábamos que todo era asunto del imperialismo y la oligarquía reaccionaria al servicio del mismo imperio. Han tenido que pasar casi 40 años y seis presidentes para que pudiésemos al fin, descubrir el helado en palito, enterarnos de cómo se cura el “pecho apreta’o”, y es que, en la democracia, primero hay que ganar elecciones, por lo que los partidos se deben a las preferencias de los electores. Y resulta que en las preferencias de nuestro electorado (de todo el electorado y no exclusivamente de la mediáticamente sonora e ilustrada clase media), sigue predominando el modelo trujillista-balaguerista de gobierno, sin impor- tar los principios fundacionales del partido que administre el Estado. En la democracia los partidos ceden al reclamo del mercado político, y “despacito” (pero sin Fonsi) se van convirtiendo en el gobierno que las grandes masas de votantes exigen, y no en el que las élites liberales o progresistas sueñan, ni aquel que sus principios fundacionales mandan. Son las imperfecciones de la democracia, que solo puede ser perfectible porque para perfectas las dictaduras. Los gobiernos, los Congresos y los ayuntamientos son la expresión del país que representan.
UNA BORGIANA SENTENCIA
Si hace unos años, alguien hubiera dicho que un “mulatico lavado”, senador por Illinois llegaría a ser el primer Presidente negro de los Estados Unidos, lo hubiésemos catalogado de iluso. Y hay más: ¿Quién podía imaginar que un joven, negro, hijo de haitianos, desde la más absoluta pobreza y terrible orfandad iba a llegar a ser el más importante, e internacionalmente reconocido y respetado líder de masas de un país mulato acomplejado de su negritud? Barack Obama y José Francisco Peña Gómez son ejemplos que debemos resaltar hoy, cuando ante tantos temores, hay que sacar de abajo para encontrar una esperanza, para abrazar una utopía. Si algo está muriendo, es lógico pensar que algo habrá de nacer, en el fin está el principio, amor, que “la era pariendo un corazón”, según don Silvio. Mientras tanto, a los despistados hijos de la modorra que denuncia Ortega y Gasset, A esos, los que ante los problemas nacionales gustan de mirar para otro lado, les dejo aquí la borgiana advertencia: “Es inútil golpear la puerta, estamos adentro”.