Por un rabito
Erase una vez un ratoncito travieso. Acostumbraba jugar sobre los rieles del metro. Se atrevía incluso a acostarse, desafiante, sobre la vía. Pero, cuando venía el tren, rápidamente se apartaba y, casi en forma burlona, lo veía pasar.
Un día se recostó y se quedó dormido, sin darse cuenta de que su rabito estaba encima de los rieles. De repente pasó un tren a toda marcha y, ¡fuápete!, se lo cortó.
El ratoncito, adolorido, se acercó donde había quedado su rabito. Lo contemplaba con pesar, agachando su cabeza hacia esa partecita de su cuerpo y, pobre de él, otro tren que se acercaba le llevó la cabeza. Y, “colorín colorao, este cuento se ha acabado. MORALEJA: Hay que tener sumo cuidado en no perder la cabeza por un rabito, por las tonterías y superficialidades que atraen y distraen a la gente. Si nos descuidamos, nos llevan el pescuezo.
Hay personas que pierden la cabeza por las drogas. A otras el alcohol y la borrachera los vuelven locos. Otras pierden la cabeza visitando los santuarios de la prostitución, alimentando a quienes, sin ningún escrúpulo, negocian con el sexo desordenado.
Pero no todo es negativo. Hay personas que pierden la cabeza después de encontrar a Dios y se atreven a dar la vida por El. Mientras muchos quieren vivir al margen de la fe en Dios y, en forma más atrevida, hay quienes, en un esfuerzo inútil, se envalentonan enfrentándose a El con la intención de destruirlo. Con orgullo se creen superhombres y supermujeres.
Poco después de la revolución francesa, Reveillère Lépaux, uno de los jefes de la república, se dijo: “Ha llegado la hora de reemplazar a Cristo. Voy a fundar una religión enteramente nueva y de acuerdo con el progreso”. Quería fundar una religión laica; sin Dios, pero no funcionó. Acudió entonces desconsolado a Napoleón Bonaparte, y le dijo: –“¿Lo creerá, señor? Mi religión es preciosa, pero no arraiga en el pueblo.”
Respondió Napoleón: – “Ciudadano colega, ¿tienes seriamente la intención de hacer la competencia a Jesucristo? No hay más que un medio; haz lo que Él hizo: hazte crucificar un viernes, y trata de resucitar el domingo.”
El encuentro con Jesús es un gran desafío. Quien se encuentra con El, cambia radicalmente su vida. Pedro era un humilde pescador y terminó siendo la piedra sobre la que el Señor edificó su Iglesia; María Magdalena, de mujer adúltera, se convirtió en una santa; Zaqueo, la Samaritana, Mateo, Agustín, Francisco de Asís y millones y millones más que, a través de la historia, se cruzaron con Jesús Resucitado, y se quedaron con Él, nunca volvieron a ser los mismos.
Vale la pena perder la cabeza por Jesús.