Tía Carmen
recta en la crianza. Sus hijos no habrán heredado fortuna ni grandes bienes materiales, pero si una formación doméstica basada en el respeto y la honradez.
Tía Carmen ha muerto y su muerte deja una ausencia insustituible entre nosotros.
Cuando nos comunicábamos semanalmente con ella, desde los rascacielos del frío y la prisa, nos manifestaba su deseo de “volver al pueblito querido que nos vio nacer”. Evocaba fechas, hechos, personas y su memoria parecía transitar felizmente por cada rincón del pasado por donde cruzó su juventud en aquella aldea de sastres, trenes y guitarra.
Los domingos, cuando había juegos de pelota en Pimentel, la casa de tía Carmen se llenaba de sobrinos que nos íbamos a seguir los juegos de pelota cruzando pajonales y empalizadas de la mano de Santia el de madrina Gloria, el nieto de Cila.
Tía Carmen era una mujer buena, no porque haya muerto, ni porque fuera extremadamente generosa con nosotros, sino porque se entregaba a los demás con desinterés y afecto verdadero.
En esta triste despedida que desde aquí le hacemos y que enluta el alma para siempre, resaltamos de ella todo lo que significó para la familia, el grato recuerdo que nos deja y el cariño que sembró con su bondad y desprendimiento.