Testigos de un milagro
Puede ser, ocurre, que el ciclón Irma, cuya proyección era la del más devastador de nuestra historia, un monstruo desde el punto de vista meteorológico, se haya desviado de la ruta que mantuvo durante la mayor parte del tiempo por circunstancias meramente climatológicas.
Ocurre, es posible, ¡quién sabe!, que desviarse hacia el norte, y evadir este país, como si hubiese encontrado una puerta cerrada o un obstáculo insalvable, haya sido mera coincidencia.
Tal vez, ningún otro factor, ajeno a los vientos y sus caprichos, haya incidido en ese afortunado desvío al que, sin embargo, muchos llamamos milagro.
Pues, doy fe de que en pocos países se reza tanto como en el nuestro. Aquí se aclama a Dios, a Jesús y su santísima sangre. Esta media isla está llena de fallos, carencias y miserias pero también de fe. Mientras se anunciaba el acercamiento del huracán Irma, yo observaba las oraciones en los chat, los llamados a cadenas de oración, el ruego en la boca de cada cristiano que conozco, y me decía que, conociendo a Dios, su amor y su misericordia, era poco probable que no nos escuchara. Y mientras observaba las filas en los supermercados, a las que yo misma me sumé, me reía y preguntaba si tanta alarma sería inútil y si habría sido una locura de mi parte quedarme quieta, no comprar nada, y tener plena confianza en el Señor.
Pero a Dios no se le tienta, se le pide, haces lo que te corresponde y ya. Yo creo que eso fue lo que hizo este pueblo. Llenó sus despensas, cortó ramas y almacenó agua mientras oraba, pedía y clamaba. Y, puede ser que Irma, con la veleidad de carácter que se nos atribuye a las mujeres, haya decidido, por capricho, ahorrarnos el trago. O, por el contrario, que pese al deseo del huracán de devastarnos, las oraciones de millones de dominicanos hayan sido escuchadas por Dios y fuera Su mano poderosa quien lo desviara, así como Jesús logró calmar el mar embravecido según lo atestiguan los cuatro autores del Evangelio. Yo estoy entre los que creen que nuestra buena suerte es la respuesta a las oraciones y que, esta vez, como los discípulos de Jesús, hemos sido nosotros los testigos de un milagro.