Recordando a Lutero
Lutero, hijo de montañés y de ascendencia campesina, sano y dotado de vitalidad, fue aquel teólogo alemán (14831546), sacerdote de la Orden de San Agustín, que inició en el siglo XVI la mayor revolución religiosa de la historia del cristianismo: la Reforma. Por este movimiento una gran parte de Europa se sustrajo a la obediencia del Papa, dando origen a las iglesias protestantes. Otros líderes cristianos siguieron, más tarde, dando impulso al creciente ejército de la muchedumbre del protestantismo; pero el iniciador del movimiento vivió en su ser el drama que traería inevitablemente los más sangrientos y mortíferos conflictos. En sus años juveniles, el monje agustino estudiaba con ahínco la Biblia y, en especial, la Epístola a los Romanos, en que San Pablo dice: “El justo por la fe vivirá”. Aceptó, pues, la fe como el medio de obtener el perdón y la salvación eterna. Por eso adoptó una actitud de protesta cuando llegaron los dominicos a Wittenberg a vender las indulgencias como gracia concedida por la Iglesia para perdonar los pecados.
Amigos y cercanos reconocían en la manera de proceder, enérgica y sin reservas, de Lutero, los presagios de un tumulto. El punto de partida fue el 31 de octubre de 1517. El fogoso monje fue a la iglesia de Wittenberg y en la puerta fijó, a martillazos, sus 95 tesis contra la venta de indulgencias. La hora era oscura y decisiva para el fraile alemán; había comenzado una guerra contra el poder más fuerte de la tierra. El Papa invitó a Lutero a ir a Roma, pero Lutero remitió al Papa su obra “Libertad cristiana”, que le valió, por fin, la excomunión. La obstinación de una y otra parte desvanecía la mejor posibilidad de reconciliación. Había empezado la Reforma protestante.
Aquellas ideas tuvieron, pues, severas consecuencias para Lutero. Además de ser excomulgado por el Papa, fue desterrado por Carlos V, por ser un “hereje pusilánime”. Afortunadamente, el príncipe de Sajonia, Federico III el Sabio, lo protegió y le dio asilo en el castillo de Wartburg; también le facilitó medios para trabajar en la traducción de la Biblia del latín a un alemán comprensible para el pueblo común.
El tenor de sus 95 tesis era que basta arrepentirse por los pecados cometidos y acercarse a Dios por la fe en Jesucristo para alcanzar la salvación; que no hace falta la penitencia, ni la intervención de bienes materiales o la compra de indulgencias a elevados precios para ser perdonado y redimido.