FE Y ACONTECER “Amarás al Señor tu Dios… y a tu prójimo como a ti mismo”
XXX Domingo del Tiempo Ordinario a) Del libro del Exodo 22, 21-27. entro del Código de la Alianza (20, 22-23, 33), un conjunto reglamentario que sigue en el texto, al Decálogo de Moisés (Ex 20, 1-17), hay un núcleo de prescripciones de carácter social, en defensa de los más necesitados y en los versículos que se proponen en la primera lectura de este domingo se refieren a los deberes de los israelitas hacia los extranjeros o forasteros, las viudas y los huérfanos, y hacia los pobres. Los extranjeros son los desplazados de su tierra, personas particularmente expuestas al abuso y a la explotación por carecer de medios propios y la ley se presenta aquí en su defensa, invocando la condición pasada de Israel. Ese recuerdo debe llevar a Israel a ponerse en su lugar y sobre todo debe hacerle tomar conciencia de que la alianza con el Dios que le libró impone hacer lo mismo con los extranjeros.
Las viudas y los huérfanos son personas débiles en su condición, incapaces de hacer valer sus derechos. También las antiguas leyes orientales conocen estas categorías de personas para velar por ellas, pero en los versículos que comentamos, su defensa se fundamenta en una exigencia que parte de Dios mismo, “si ellos gritan a mí, yo los escucharé, porque yo soy compasivo”. Los pobres que por necesidad se ven precisados a empeñar los bienes fundamentales de subsistencia y hasta a vender sus personas a la esclavitud, aparecen en los diversos códigos de leyes, acusando una realidad penosa que no debe darse en el pueblo de Dios (Lev. 19, 9s; 25, 35-38; Deut. 23, 19s). El Código de la Alianza los defiende de la usura: no hay lugar a prestar dinero por interés ni a aprovecharse del necesitado en bien propio. La fundamentación de este precepto es la misericordia de Dios.
Db) De la primera carta del apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 1, 5c-10.
Continuamos los versículos iniciados la semana pasada de la primera carta de San Pablo a la comunidad de Tesalónica en Grecia, actual Salónica, es evidente que Pablo y sus compañeros tuvieron algunos éxitos predicando a los gentiles y convencieron a muchos para que abandonaran la adoración a sus ídolos y aceptaran al Dios vivo y verdadero, Padre de nuestro Señor Jesucristo. El texto de este domingo demuestra los logros de su predicación y la fe y las actitudes misioneras que los tesalonicenses continuaron exhibiendo, constituyéndose en modelos a seguir por los creyentes de Macedonia, Acaya (las dos provincias romanas en Grecia), al abandonar los ídolos, lo que constituyó un verdadero reto, que rendió maravillosos frutos. Hoy como ayer estamos llamados a renunciar a esos ídolos que nos fabricamos y que vienen a ocupar el lugar que sólo a Dios corresponde, aceptemos la liberación que nos ofrece Jesús y renunciemos a dios dinero, al orgullo, al egoísmo y a esas otras situaciones que nos alejan de Dios y de nuestros hermanos. c) Del Evangelio de
San Mateo 22, 34-40.
En su Evangelio Mateo nos presenta una serie de ocasiones en que los enemigos de Jesús tratan de atraparlo con preguntas capciosas sobre asuntos muy controversiales, el pasado domingo nos presentaba una escena en el campo político y en esta semana se orientan por el campo religioso. Así lo señala el comienzo de este pasaje: “los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba, Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”, sabemos que los estudiosos de la Ley mosaica la desglosaban en 613 preceptos de los que 248 eran prescripciones positivas y 365 eran prohibiciones, tantas como los días del año, y todos estos mandamientos había que cumplirlos.
La respuesta de Jesús se basa en dos textos de la Ley (Dt. 6:5, sobre el amor a Dios; y Lev. 19, 18, sobre el amor al prójimo, que son el fundamento moral del Evangelio, así les contesta: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Evidentemente que estos términos en que Jesús se expresa no constituían novedad para un judío y menos para los rígidos y observantes fariseos. Lo nuevo de la respuesta de Jesús define el amor a Dios y al hermano como el centro esencial de la Ley; algo olvidado por escribas y fariseos que andaban perdidos en una selva de normas rituales, prescripciones jurídicas y disposiciones sobre lo puro y lo impuro, los ayunos y las abluciones.
Jesús aporta un principio síntesis que unifica y equipara dos mandamientos que los especialistas de la Ley entendían y explicaban como diferentes, separados y a distinto nivel: Dios y el prójimo. La unidad del precepto de amar a Dios y al hermano es indisoluble, afirma Jesús; más todavía, ahí se resume toda la Ley y los Profetas. El cristianismo, tanto su mensaje como el seguimiento de Cristo es fundamentalmente amar, encontrarse con Dios en el amor a través de la fraternidad con nuestros semejantes. Las dos dimensiones, amor a Dios y al hermano, Jesús las ha unido en un mismo y doble mandamiento. Amar a Dios sin amar al hombre es una utopía religiosa (una mentira, dice San Juan), pues Dios se encarna en el hermano. Porque Dios es amor y ama al hombre. Dios y el hombre son los dos interlocutores del diálogo de salvación y ambos se definen por el amor.
Toda la enseñanza y la ley de Cristo se resume en que amemos a Dios y a los hermanos, porque Dios nos amó primero en la persona de su Hijo. “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn. 1, 18). Y nos lo manifestó como Amor, enamorado del hombre a pesar de sus desdenes. ¡Dios ama al hombre!, es la “buena nueva” de Jesús. Hemos de abrirnos hoy al misterio de Dios y del prójimo por el camino de la fe y del amor; porque para ese encuentro no hay vía mejor ni más rápida que el amor. Finalmente, con su ejemplo Jesús viene a decirnos una y otra vez: la medida del amor es amar sin medida. Los cristianos estamos llamados a testimoniar el evangelio del amor a Dios a los hermanos, y mostrar el cristianismo como religión positiva y abierta a la vida, fraternidad y solidaridad. Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.