Realidad del PLD
Antes que enfrascarse desde temprano en echar un pulso Leonel-Danilo, en ocasiones con malas artes o con golpes bajos que dejan sus daños -en procura de controlar el poder en el 2020- las dos figuras que comparten el liderazgo del PLD deberían ir definiendo puntos mínimos de entendimiento a fin de garantizar que la organización fundada por Bosch siga gobernando, que no haya división y que ninguna de las partes resulte derrotada. Esto último, que sería tan traumático para los perredeístas como la entrega del mando a un candidato de la oposición o una fractura interna que diera pie a dicho resultado, solo sería evitable mediante un oportuno consenso Medina-Fernández con miras al 2020, que luce la opción más política, sensata e inteligente. Cualquier otra cosa impulsada por susurros de los amigos de ocasión o por colaboradores embriagados o cegados por el poder, sería mucho arriesgar o exponer demasiado, sin reparar en agravios en el camino y en consecuencias de pasos que no fueran los más atinados. Como a Leonel y a Danilo les ha dado resultados el ponerse de acuerdo en asuntos espinosos y de alta política, aun dentro de sus desacuerdos o visiones distintas, esta vez tendrán que emplearse más a fondo, para evitar que terceros o gente de sus equipos quieran pasarse de listos, de sabrosos y hasta incurrir en eventuales “travesuras”, como sería la inobservancia de los mandatos o reglas de juego en materia constitucional. El PLD, con una impronta gubernamental que (errores y defectos aparte) solo los muy sensatos le reconocen y con una mezcla de intereses político-económico-mediáticos que apuestan a su fracaso y consiguiente salida del poder, está en una coyuntura muy particular, y no puede perderse en lo claro (¿). Es lógico que por estos predios un Presidente trate de conservar cuotas importantes de poder, que dé riendas sueltas a las incógnitas políticas para evitar los traslados bruscos de simpatizantes y los riesgos de la llamada “soledad del poder”, pero –al no poder ir como candidato- tiene que tener bien claro a tiempo (para evitar heridas innecesarias y tender un puente a la reciprocidad) que con cualquiera no se gana y con quien es que se garantiza el triunfo en las urnas. Generalmente resulta desafortunado –a menos que sea como “segundo a bordo” de quien se perfile con un mayor potencial -impulsar a “una cuña del mismo palo”, siendo todavía un amateur y a quien los números no le den. Debe el PLD aprender –y aplicar- la moraleja del cuento de Bosch: ‘El bizco, el toro y la ventana’.