Jesús, eje salvífico del alma
Si sólo somos memoria, recuento de sensaciones y fases episódicas, de esquemas rutinarios, entonces no alcanzamos plenamente el gozo más alto de la permanencia espiritual. Si somos burda expectación vegetativa, tiempo datado a expensas de accidentes cardiovasculares, deformaciones congénitas, eventualidades, pasiones desenfrenadas, desenlaces imprevistos, entonces no definimos con precisión el verdadero sentido de la vida. Celebramos el nacimiento de Jesús, con un abigarrado discurso de hartazgo, desbordamos los comercios y hacemos del evento cifrado de diciembre, una extensión pobrísima de nuestras propias limitaciones, mezquindades y horrores. No nos es dado confirmar fechas, y esas dudas nos hacen más miserables. No es la certificación puntual del hecho, transmitido por generaciones en una parte culturalmente sombreada del planeta. ¿Qué importancia tiene la exactitud del día y la hora del nacimiento de Jesús? No tiene valor la precisión del momento, que es siempre como toda mentira o toda verdad estadística, una remisión en demolición por el tiempo despiadado. Lo que le otorga validez en su constancia es el mensaje implícito, lo que dice esa versión, la construcción nuevamente en los ciclos vitales de lo contado, del fenómeno trascendente, del código de palabras y milagros que siguen ocupando el sendero de conductas y prácticas de cambio, de actitudes y formas liberadoras de amor para una civilización descarriada en sus mandamientos nodales de vida. Ya sabemos que el hábito no hace al monje, es la búsqueda incesante hacia adentro, ese soliloquio del alma, el que exige modificaciones esenciales frente a la contradicción de los instintos animales y el amor como efluvio, como corriente espiritual sostenida por la cultura, por ese ordenador de formas y contenidos, que es la vida social de un conglomerado. Algunos críticos observan que vivimos los últimos días de la civilización por el grado de corrupción de costumbres, moral y vida que nos acogota. No es cierto en cuanto esa visión catastrófica arruina la iniciativa del amor como ente de redención. El mundo siempre se está acabando para el que se muere, y nos morimos todos los días. Lo que hay que privilegiar en este período angustioso de la humanidad, es el uso de las herramientas de la transformación interna del ser. Jesús hace veinte siglos pudo desbordar su condición de judío en términos de su mensaje y promesa de liberación, pudo vencer los obstáculos fanáticos de los creyentes sectarios, quienes impedían la comunión del espíritu con las instancias de sus propias energías catalizadoras, de ese cielo que se alcanza en la tierra, cuando el amor construye puentes no solamente entre los seres humanos, sino también, y es lo más importante, dentro de ese abismo que hay en cada uno de nosotros, que es la fluctuante conciencia, la endeble voluntad, las carencias que tuercen la evolución de la especie. Jesús enfrentó los poderes de su tiempo, pero lo hizo desde una perspectiva de salvación espiritual apelando al padre tutelar desde una dimensión humana, como tabla de sustentación del mensaje, de la impronta de los valores establecidos en sociedades ágrafas y poco evolucionadas. Algunos cuestionan incluso su existencia y lo hacen estableciendo en sus investigaciones, modelos críticos de valor científico. Pero al invalidar teóricamente su presencia, no anulan su mensaje, no abordan ni analizan su discurso, no interiorizan con el plasma redentor de sus palabras, de sus acciones, de su integridad, de su revolución interna, del arquetipo humano que propone Jesús. El cálculo metodológico se torna insuficiente, no mide toda la planicie de la oferta espiritual. Si Jesús fuera una creación impostora, si lo hubiesen construido artificialmente, entonces, ¿perdería acaso su validez conceptual? ¿No sería su diseño como maqueta o figura normativa, el más formidable portavoz de todos los profetas que hablaron en nombre de Dios? ¿Cuál es la importancia capital de verificación del Jesús histórico para validar su mensaje de salvación? Sus ideas en aquel marco relativo del mundo cultural del Oriente, trascienden, saltan el muro epocal. Si Jesús es amor, si Jesús habló de un nuevo reino de paz, alegría y fraternidad en el corazón humano, qué importancia tiene procurar su registro civil. Son las ideas que se les atribuyen, las que perpetúan su existencia, son ellas las que lo han creado, y si fueron otros los que lo imaginaron y lo dotaron de existencia histórica, entonces ellos fueron Jesús, ellos habilitaron su presencia y la echaron a andar, en una de las más dramáticas y conmovedoras narraciones de las creencias humanas, en su búsqueda de niveles superiores de conciencia y energías. Las propuestas siguen siendo válidas veinte siglos después. Los humanos solamente alcanzamos un nivel superior de vida, cuando amamos. El amor a la creación, a la energía que nos crea, es el mensaje de Jesús, y solamente ese mensaje transforma la humanidad, nos cambia, nos libera, bajo la égida universal de Dios.